Conferencia Jakin Mina: La ética, una realidad cotidiana

Se oye hablar mucho de ética. Con frecuencia, sin embargo, la palabra aparece en contextos problemáticos y negativos, por ejemplo, cuando se menciona la ausencia de ética en el espacio público, o se presentan los retos éticos asociados al progreso científico y tecnológico con un sesgo amenazador, por ejemplo, en el ámbito de la medicina o la robótica. Como tantas otras realidades, la dimensión ética de nuestra vida se nos hace patente sobre todo cuando falta, o cuando se plantean interrogantes nuevos, que requieren especial discernimiento. Ocurre algo parecido con la salud: la valoramos especialmente cuando la perdemos, o cuando parece amenazada por alguna crisis; mientras la tenemos apenas pensamos en ella. 

En esta sesión, sin embargo, he tratado de llamar la atención sobre la presencia silenciosa de la ética en nuestra vida cotidiana, mostrando cómo se abre paso en nuestros sentimientos y en nuestras reflexiones y deliberaciones ordinarias, que realizamos siempre a la luz de una idea más o menos explícita de en qué consiste el bien humano, y que podemos revisar críticamente en sede filosófica.

Para articular estas ideas he comenzado mostrando que los sentimientos son portadores de valoraciones que constituyen un punto de partida necesario, aunque insuficiente, para orientarnos éticamente. En efecto: Los sentimientos no solo nos descubren aspectos valiosos de la realidad: también nos disponen favorable o desfavorablemente hacia ellos. Sin embargo, con frecuencia, nos ofrecen una visión muy parcial de la realidad.  Si nos guiáramos solo por ellos fácilmente seríamos parciales en nuestras apreciaciones sobre personas y situaciones. Además, se trata de disposiciones inestables: todos tenemos experiencia de lo mutables que son los sentimientos, incluso cuando nos movemos en el ámbito de temples de ánimo definidos, algo más estables. Por ello procuramos no actuar simplemente llevados por impulso o por un particular estado de ánimo; tratamos de tomar distancia, recabar la información necesaria antes de tomar una resolución… tratamos de obrar con prudencia, con sabiduría práctica.  

Este comportamiento es indicativo de que para acertar con la respuesta más adecuada en la práctica no basta con identificar el valor del que es portador el sentimiento, sino que resulta preciso ubicarlo en un contexto más amplio, donde reconocemos muchos otros bienes en juego: acertar supone ampliar el marco de nuestras deliberaciones, de forma que seamos capaces de proyectar y realizar un curso de acción respetuoso de todos ellos, en último término, respetuoso con las personas afectadas por esa acción. A esto llamamos “obrar conforme a la razón”, pero no una razón mecánica o inerte, sino una razón personal, viva y dinámica, que se nutre de la experiencia y se perfecciona en la práctica. 

Nos damos cuenta, sin embargo, que este obrar prudente no se improvisa. Muchas personas se indignan ante las injusticias. Sin embargo, no basta experimentar indignación ante las injusticias para responder como lo haría una persona justa, valiente, templada, etc. Para esto es preciso convertir ese valor en un principio de acción consistente, que pueda guiar nuestras deliberaciones de forma flexible en distintas situaciones. Es preciso convertir aquel principio en un hábito, una disposición estable a actuar de forma consistente con la justicia, la valentía, etc… A diferencia de los sentimientos, los hábitos son disposiciones conductuales estables. Sin embargo, hay una diferencia importante entre los hábitos y las respuestas instintivas o las fijaciones: decía Aristóteles que los hábitos no son simples respuestas “naturales”, ni tampoco son contrarios a nuestra naturaleza: más bien, ellos muestran que nuestra dotación natural, nuestros deseos, apetitos y pasiones son permeables a razones. 

Es característico de Aristóteles el enmarcar su reflexión ética en una reflexión más amplia sobre el bien humano, sobre lo que los griegos llamaban eudaimonia y que nos hemos acostumbrado a traducir como felicidad, pues para él, los deseos de un ser racional, por concretos que sean, no son sino expresión de un deseo más radical de felicidad. Tal y como él la entiende, la ética tiene mucho que ver con arrojar claridad sobre este deseo, y acertar con el modo de vivir más adecuado para realizarlo. Por ello comienza su ética con una reflexión sobre el bien y un bosquejo de sus líneas principales. Visto desde la práctica, sin embargo, la realización de dicho bien requiere en todo caso del cultivo de hábitos como de uno de sus pilares, ya que sin hábitos es difícil juzgar y reflexionar certeramente no ya acerca de una situación u otra, sino acerca de la orientación de la vida en general. El hombre bueno, para Aristóteles, sabe “ver la verdad en todas las cosas”.

Un autor como Kant, con un planteamiento de la ética muy distinto, ha contribuido poderosamente, sin embargo, a llamar la atención sobre la profundidad del bien humano, mostrando de qué modo se encuentra comprometido en todas nuestras acciones. A Kant le interesa “aislar” la cuestión particular de la moralidad de las acciones de la cuestión más general de cuál sea la vida feliz. Pero precisamente por ello, con una de las formulaciones del imperativo categórico, ha logrado expresar con singular nitidez una dimensión esencial del bien: “trata la humanidad en ti mismo y en los demás siempre como fin y nunca solo como medio”. Dice “solo” porque de hecho la vida social supone entablar relaciones en las que unos somos medios para otros: por ello lo que se excluye es el tratarse solo como medios, algo que se alcanza en tanto nos tratamos con respeto y con justicia.

La ética es una realidad cotidiana porque cotidianamente nos vemos apremiados a actuar, pero la actuación acertada, que respeta los bienes en juego y, sobre todo, la dignidad propia y ajena, no se improvisa. Exige de nosotros reflexión: reflexión sobre nuestro contexto y reflexión sobre la naturaleza de ese bien que, por ser conforme a la razón, conecta de fondo con nuestros deseos más profundos: los deseos de un ser racional, que quiere vivir en la verdad y tratar a sus semejantes con justicia

Ana Marta González
Profesora de Filosofía Moral. Universidad de Navarra

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