La revalorización social de lo público

Los momentos que ahora estamos viviendo pueden acabar incidiendo de forma positiva en un replanteamiento de la socialización; probablemente, esta crisis va a poner en marcha una reorganización social y va a demostrar de forma nítida que las reagrupaciones narcisistas no bastan para formar una sociedad solidaria.

Como sabiamente expresó el admirado Tony Judt, por muy egoístas que seamos, todos necesitamos servicios cuyos costes compartamos con nuestros conciudadanos. Los mercados nunca generan automáticamente confianza, cooperación o acción colectiva para el bien común.

Toda sociedad que destruye el tejido de su Estado (mantenido con los impuestos y los servicios públicos de todos) no tarda en desintegrarse en el polvo y las cenizas de la individualidad. Y todo lo que ahora estamos viviendo nos abrirá los ojos de una nueva pedagogía social: hay que promover el sentido de los valores auténticos, cuando hasta ahora parecía que lo único esencial era el consumo, un consumo febril y emocional afincado sobre los cimientos de un hedonismo individualista.

La responsabilidad y la solidaridad van a ser la piedra angular del porvenir de nuestra sociedad y de nuestra democracia, colectiva e individual.

Y la misión prioritaria e inaplazable de esta época es hacer que el andamiaje institucional en el que se sustenta y apoya lo público aspire a la excelencia o al menos que funcione de forma lo suficientemente eficaz y eficiente como para no poner en peligro el Estado de bienestar. Ante esta tarea las diferencias ideológicas deberían quedar en un segundo plano.

Imagen Glen Carrie, Unsplash

LA PANDEMIA POR EL COVID-19

La situación que vive la sociedad actual, desencadenada por la pandemia producida por el Covid-19 tiene una serie de características que me gustaría comentar:

  1. Imprevista. Prácticamente nadie teníamos en mente la posibilidad de que una enfermedad, en principio leve, pudiera tener a nivel global unas consecuencias tan importantes. Todos podíamos temer una guerra, una enfermedad personal o familiar grave o a la pérdida de los bienes económicos. Sin embargo, no contemplábamos el riesgo de una pandemia global como un riesgo que nos fuera a afectar. Ahora también sabemos que esto puede ocurrir de nuevo en el futuro. Es un ejemplo claro de la “teoría del cisne negro” desarrollada por el filósofo libanés Nassim Taleb, como una metáfora que describe un suceso sorpresivo (para el observador), de gran impacto socioeconómico y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección (haciendo que parezca predecible o explicable, y dando impresión de que se esperaba que ocurriera).
  2. Global. Esta situación afecta prácticamente a todo el mundo de forma simultánea. No hay mejor ejemplo para entender que estamos en un mundo global que observar la transmisión rápida de la enfermedad de unos países a otros a lo largo de todo el planeta. También ha sido capaz de crear una conciencia colectiva de que todos somos importantes en la lucha contra el virus.
  3. Incierta. Estamos ante un virus nuevo del que no conocemos una gran parte de los aspectos epidemiológicos, terapéuticos, profilácticos y ello origina una cierta incertidumbre sobre el riesgo personal de contraer la enfermedad, la gravedad que la enfermedad puede tener o el tiempo que tienen que durar las medidas de confinamiento que se han decretado.
  4. Induce un cierto temor. El miedo es una emoción muy diferente de unas personas a otras. Los que sufren un trastorno de ansiedad (más de un 10% de la población) sufren fobias, miedo en situaciones que no conllevan riesgos. Entiendo que la mayoría no los sentimos desde el punto personal por el riesgo de morir o de ser ingresados en la UVI, pero aunque la probabilidad no es alta, tampoco es despreciable, y el miedo se extiende a que sea uno de los miembros de la familia que pueda sufrir las complicaciones graves de la enfermedad. Es normal que si una familia está compuesta por al menos 20 personas, uno de ellos puede verse afectado, según las estimaciones actuales. Nadie está libre de poder sufrirlo, y la seguridad de poder prevenirlo no existe por ahora. Además los medios de comunicación se encargan de alarmar a la población.
  5. Se han tomado decisiones importantes desde el punto de vista político. El hombre es un ser social y nuestra vida tiene pleno sentido pudiendo tener las relaciones con los demás que nos apetezca. Una gran parte de nuestra libertad reside en poder movernos por donde queramos y estar con nuestros seres queridos. Sin consultarnos, y sin demostrar que es la única alternativa posible, de repente las autoridades toman la decisión de que debemos permanecer confinados en casa y que si no lo cumplimos seremos castigados por ello. De alguna forma esto puede interpretarse como una condena. La forma de imponer el cierre de fronteras y la pérdida de libertad de movimiento no parecen decisiones propias de sociedades democráticas. La población ha cambiado también la visión de la política y de los políticos. Frente a la clasificación de políticos de derechas y de izquierdas, los clasificamos según el grado de competencia y de eficacia. Es deseable que un bien común una distintas tendencias políticas.
  6. Nos empobrecerá y muchas empresas lo sufrirán o desaparecerán. Todos saldremos más pobres. La situación tiene y tendrá unas consecuencias económicas a nivel personal y global con repercusión variable según las profesiones, el estatus social y otros factores. Las empresas han sido sorprendidas de forma repentina por una situación de parón social sin soluciones para resolverlo. Toda la economía dependiente del turismo, por ejemplo, se verá afectada, sin poder prever la duración, y sin capacidad para sobrevivir de muchas empresas.
  7. Inducirá un cambio de valores. El confinamiento significa la pérdida de la libertad de movimiento, y del contacto directo con los demás, a los que dábamos poca importancia. La sociedad aprecia de forma especial las profesiones sanitarias, las de limpieza, las que están en la cadena alimenticia, desde la producción y el transporte, hasta la comercialización. Toleramos el control mediante geolocalizadores, pensando que puede ser beneficioso para toda la población. Posiblemente seamos más solidarios y generosos, al menos hasta que se nos olvide la experiencia en parte. La solidaridad que la población ha mostrado con el personal sanitario es un ejemplo.
  8. Ofrece oportunidades. Este es le momento en el que determinados aspectos de la investigación biomédica puede tener un mayor desarrollo, pero también otros aspectos de la ciencia, o de la tecnología. La inteligencia artificial deberá tener un papel más relevante en el futuro. La telemedicina debería de implantarse como una medida asistencial habitual para descargar una parte importante de la actividad médica presencial.
  9. Incremento de las telecomunicaciones. La comunicación a través de mensajes y video-llamadas ha aumentado muchísimo durante este período de tiempo. Han aparecido un gran número de noticias falsas (“Fake news”) con la conciencia general del daño que puede suponer su difusión. También hemos experimentado las posibilidades de teletrabajo y de reuniones mediante teleconferencias . Esto puede facilitar la conciliación laboral y evitar un gran número de desplazamientos en el futuro.
  10. Disminución de la polución de las ciudades. Podemos tener el aire más limpio en las ciudades y favorecer el clima global estando más tiempo en casa
  11. Múltiples actividades en el hogar. Disponemos en nuestros hogares de grandes posibilidades de ejercicio, entretenimiento, desarrollo personal , etc., que Internet y la TV nos ofrecen y que en parte desconocíamos o no utilizábamos.
  12. Probablemente cambiará el orden político internacional. ¿Seguirá el imperio norteamericano dominando el mundo científico, industrial y económico? ¿Qué ocurrirá con China? ¿Mantendrá Europa el prestigio ideológico que ha tenido? Muchas de estas preguntas son sospechas de que las cosas cambiarán tras esta epidemia.

¿Cómo cambiará nuestra vida después de la pandemia? Siempre vamos cambiando, y las experiencias “intensas” inducen un cambio mayor. El ejemplo más claro de ello es el llamado “síndrome de estrés postraumático”. Recuerdo que tras sufrir un cáncer de pronóstico grave, modifiqué ciertos hábitos (dejar de fumar, dejar de trabajar los fines de semana), traté a los pacientes con mayor empatía, cambiaron algunos de mis valores (la importancia de la familia y los compañeros de trabajo), y el miedo a la recaída fue paulatinamente disminuyendo. Uno no sabe después de muchos años la importancia real del evento estresante en estos cambios que probablemente sufrí. Mi opinión es que inicialmente sufriremos cambios sociales, laborales, de valores y económicos importantes, pero que a medida que pase el tiempo, nuestro cerebro irá olvidando en parte lo ocurrido quedando un remanente que nos habrá transformado para siempre. Yo espero que no sea como la Europa de 1939, que no aprendió de la gran guerra de 1914-1918, y nos vayamos preparando de forma eficaz para una nueva posible pandemia.

¿CAMBIARÁ NUESTRO MODO DE VIDA TRAS EL COVID-19?

Si bien nadie tiene una bola de cristal para leer el futuro, las personas tenemos hábitos de conducta sobreaprendidos que no son fácilmente modificables. Tras el impacto inicial de un período largo de confinamiento y de una adaptación forzosa a unas circunstancias excepcionales, las personas vamos a intentar retomar nuestro estilo de vida habitual anterior a la pandemia en el ocio, las relaciones sociales, el deporte o el trabajo. Estar recluidos en casa durante unos pocos meses no va a cambiar las rutinas adquiridas a lo largo de mucho tiempo. Otra cosa es que la realidad económica y social resultante de esta crisis nos obligue a una readaptación temporal a un escenario socioeconómico diferente.

Las situaciones de excepcionalidad permiten sacar lo mejor y lo peor del ser humano. La solidaridad con los más vulnerables (con quienes sufren un duelo por la pérdida de los seres queridos, se sienten solas o se van a quedar en una situación de precariedad económica) puede entonces redoblarse. El espíritu colectivo se afianza cuando nos percatamos de nuestra fragilidad como seres humanos, más allá de las fronteras convencionales, y de la inevitabilidad de vivir en la incertidumbre. Así, la familia y la comunidad pueden hacerse más sólidas y corregirse las disfunciones detectadas, por ejemplo en el funcionamiento de las residencias de ancianos o de la Unión Europea.

Toda crisis genera oportunidades para cambiar. El desarrollo del teletrabajo y de la telecomunicación se va a ampliar considerablemente. Ello va a facilitar la conciliación familiar, la disminución de la contaminación ambiental y la reducción del estrés laboral, que puede tener consecuencias positivas sobre la salud, así como la evitación de viajes laborales innecesarios. Hay, por tanto, esperanza tras el colapso.

Imagen Puria Berenji, Unsplash

LA AFECTACIÓN DEL SISTEMA NERVIOSO POR EL COVID-19

El nuevo coronavirus SARS-CoV-2 produce una enfermedad que denominamos Covid-19, cuyas características principales son la gran capacidad de contagio que tiene el virus, que la mayoría de pacientes infectados no tienen síntomas aparentes o sólo una enfermedad leve con fiebre, tos, mialgias, afonía, pero que alrededor de un 20% de los diagnosticados (probablemente muchos menos que los que están infectados), tienen una neumonía grave, con un distrés respiratorio del adulto con una mortalidad global de entre 1,2 y 10% dependiendo de las series y de los países. La mortalidad de los enfermos con distrés respiratorio es de un 50%. Hay una serie de factores de riesgo que se conocen que un individuo pueda sufrir una enfermedad grave: la edad, la hipertensión arterial, la diabetes junto con otras comorbilidades como enfermedades cardiovasculares, la enfermedad pulmonar y la insuficiencia renal. Los individuos infectados y asintomáticos representan un grave problema epidemiológico, por su dimensión desconocida y por el riesgo elevado de contagio a otras personas sin que ellos mismos sean conscientes de este riesgo.

La impresión actual es que este virus no tiene un gran neurotropismo (capacidad de afectar el sistema nervioso) a diferencia de virus como el de la rabia o el de la poliomielitis. Sin embargo, sabemos que es capaz de producir síntomas neurológicos agudos en algunos pacientes. El trabajo en Lancet Neurology (Mao y col) de la serie de Wuhan, nos dice que de 214 enfermos estudiados, 41% de ellos con enfermedad grave, 78 (36,4%) tuvieron síntomas neurológicos. Estos síntomas pueden ser de tres tipos: por afectación del sistema nervioso central (SNC) como cefalea, mareo, ictus, epilepsia, trastorno del nivel de conciencia; por afectación del sistema nervioso periférico (hiposmia, ageusia, neuralgia), y afectación de los músculos esqueléticos. Los enfermos graves tuvieron más síntomas como ictus, alteración de conciencia o afectación muscular que los leves. Existe también un caso de encefalitis necrotizante en un paciente infectado. Existe la duda de que parte de la depresión respiratoria que tienen los pacientes con el Covid-19 sea por afectación de los centros respiratorios en el tronco cerebral.

¿Esto significa que el virus tiene un marcado neurotropismo? Mi impresión es que al menos a corto plazo, no. Este virus penetra en las células a través de una proteína que es el receptor del enzima convertidor de la angiotensina tipo 2 (ACE2). El virus tiene en su membrana una espícula con dos subunidades, una de las cuales, la S1, interactúa con el ACE2. Esta proteína tiene una gran representación en los pulmones y por ello la prevalencia alta de neumonía y también la presencia de sintomatología intestinal o renal. Las neuronas y la glía tienen receptores ACE2 por lo que conocemos de otros mamíferos, pero no está claro si los virus llegan a unirse a estos receptores cerebrales.

La diseminación del coronavirus ocurre por su paso a la circulación sistémica, y esto podría inducir afectación de todos los órganos que tienen el receptor ACE2. El cerebro tiene la protección de la barrera hematoencefálica (BBH) pero por los estudios de las autopsias de los pacientes fallecidos (no excesivas hasta el momento) existe afectación del endotelio de la microcirculación cerebral, líquido cefalorraquídeo, glía y tejido neuronal. Otra posibilidad es que el virus que está en la nariz, penetre por la lámina cribiforme del etmoides al bulbo olfatoria y a través de él, alcanzar otras zonas del cerebro. La afectación olfativa de algunos pacientes, reconocida como síntoma, podría sugerir que esta podría ser una vía magna de infección del SNC a través del tracto olfativo desde el epitelio nasofaríngeo donde el virus se reproduce. Estas neuronas olfatorias se regeneran rápidamente y de ahí que la hiposmia no sea una secuela permanente. La alteración del gusto es casi con toda seguridad consecuencia de la afectación del olfato, puesto que la mayoría de la percepción gustativa la realizamos a través de la olfacción retronasal.

El dolor de cabeza es muy frecuente en pacientes con tos y en los que están con concentraciones de carbónico altas en sangre. Sin embargo, algunos pacientes sin trastorno respiratorio refieren una cefalea gravativa con signos de meningismo que podrían sugerir una participación meningoencefalítica que es más evidente en algunos casos.

Por otro lado, los pacientes intubados y sedados con un respirador pueden presentar una complicación neuromuscular, denominada la polineuropatía del enfermo crítico, con destrucción muscular, independientemente de la causa aunque en ese contexto una polineuropatía inflamatoria del tipo Guillain-Barre podría quedar oscurecida por el trastorno del nivel de conciencia, sea por la hipoxia o hipercapnia o por la sedación asociada a la intubación.

Los ictus son una consecuencia de las lesiones vasculares y de los trastornos de coagulación que pueden ocurrir en pacientes que sufren una enfermedad grave.

Todos estos datos muy preliminares y extraídos en un contexto de medicina de guerra, en muchos casos sugieren que la posible afectación del sistema nervioso por este virus no es una cuestión cerrada y que debería ser cuidadosamente monitorizada ya que algunos de estos síntomas pueden quedar oscurecidos en el contexto de un paciente grave e intubado en una UCI. Por otro lado, resulta prudente recordar que tras la pandemia de la gripe de 1918, una significativa porción de pacientes supervivientes sufrieron una grave complicación tardía cuya relación con la infección solo pudo ser sospechada. Se trataba de un cuadro encefalítico tardío conocido como encefalitis letárgica de Von Economo, con su secuela de parkinsonismo post-encefalítico que tan bien describe Oliver Sacks en su novela Despertares. Sería prudente mantener un registro de los casos ingresados y realizarles algún tipo de control pasados unos meses o al menos tener in mente esta posibilidad de una complicación tardía.

Da la impresión de que la gravedad de esta enfermedad viene desencadenada por la cascada inflamatoria que produce en algunos individuos, con una liberación de citoquinas exagerada, similar a lo que ocurre en otras situaciones como en el rechazo de trasplantes. Esta enfermedad con afectación pulmonar y circulatoria grave induce una alteración de la oxigenación del cuerpo entero, incluido el cerebro, alteración de la homeostasis posiblemente responsable de un gran número de síntomas neurológicos, sin descartar que como parte de la reacción inflamatoria general el SNC sea escenario de esta reacción, lo que tiene indudables consecuencias respecto al tratamiento a instaurar que podría incluir algunas medidas contra-intuitivas en el contexto de un proceso infeccioso como sería la inmunodepresión activa.

En general, como conclusión diría que es cierto que los pacientes con Covid-19 tienen una gran cantidad de síntomas neurológicos, como en todos los pacientes que entran en las UCIs por diferentes motivos. Hace años nosotros hicimos un estudio aleatorio en los pacientes ingresados en la UCI de nuestro hospital, y la prevalencia de síntomas y signos neurológicos explorados de forma sistemática fue muy alta (de alrededor de un 40%) con síntomas como temblor, alteración cognitiva sutil o neuromuscular muy frecuente, producidos por cualquier enfermedad grave o por los fármacos que se utilizaron. La hiposmia está relacionada con la alteración del epitelio olfatorio y de las neuronas especiales que allí se encuentran. Se requieren más autopsias completas del cerebro y médula espinal para poder conocer la afectación del sistema nervioso en los pacientes infectados por el virus, pero hasta hoy no hay evidencia de que el virus provoque, excepto casos anecdóticos, lesiones cerebrales permanentes por la alteración directa del sistema nervioso.

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