El marco en que se desarrolla la ciencia

Con esta anotación damos comienzo a una serie en la que trataremos un conjunto de temas que pueden englobarse bajo la denominación genérica de “males de la ciencia”. Entendemos por males de la ciencia todas aquellos rasgos o prácticas de la empresa científica que, de una u otra forma, socavan su integridad, limitan su credibilidad o dificultan un desarrollo adecuado. Pero antes de tratar esos “males” conviene saber de qué hablamos cuando hablamos de ciencia y cuál es el marco en que se desenvuelve.

Una descripción mínima de la ciencia

Quienes nos dedicamos a la investigación científica queremos desentrañar los secretos de la naturaleza, conocerla, entender los mecanismos subyacentes a lo que estudiamos. Observamos los fenómenos que nos interesan, buscamos regularidades en ellos, y si las encontramos tratamos de elaborar modelos que los representen, que nos ayuden a explicar las observaciones y, si es posible, a hacer predicciones. La medida de nuestro éxito viene determinada por nuestra capacidad para alumbrar nociones antes desconocidas, para generar nuevo conocimiento. A los científicos nos mueve la curiosidad, el interés por desvelar misterios, por arrojar luz allí donde antes había oscuridad. Aunque también puede interesarnos resolver algún problema práctico, crear algún producto nuevo, diseñar un nuevo procedimiento; en este segundo supuesto las cosas cambian algo, pero no demasiado. La curiosidad se dirige a resolver un problema concreto y el conocimiento es en este caso un conocimiento práctico.

En el pasado la mayoría de quienes se dedicaban a la ciencia lo hacían en solitario. Establecían normalmente relaciones epistolares con otros científicos o participaban en reuniones o demostraciones públicas en el marco de sociedades o academias. Pero el trabajo, la investigación, la hacían por su cuenta. Así trabajaron Galileo, Newton o Darwin, por ejemplo. Pero esa forma de trabajar prácticamente ha desaparecido. En la actualidad la ciencia es mucho más una tarea colectiva realizada por científicos profesionales trabajando en instituciones (e intensiva en financiación) que una vocación personal realizada de forma aislada por personas cuyo sustento no dependía de su actividad científica. Hoy, por el contrario, está altamente institucionalizada y requiere, además, de fuertes aportaciones económicas. Son esos dos elementos los que abordaremos a continuación.

Las instituciones científicas

Las primeras instituciones específicamente científicas fueron las sociedades científicas y las academias. Las más antiguas son la italiana Academia de los linces (1603), la Leopoldina o Academia alemana de las ciencias naturales (1652), la británica Royal Society (1660) y la Academia de Ciencias de Francia (1666). Originalmente, eran instituciones dedicadas a desarrollar actividades científicas y, sobre todo, a intercambiar y transmitir conocimiento. En la actualidad, las actividades y objetivos dependen de sus estatutos, pero sobre todo se dedican a transmitir conocimiento y a asesorar a gobiernos e instituciones públicas y entidades privadas. Pero no están consideradas agentes activos en investigación científica.

En la actualidad las instituciones científicas por excelencia, además de las universidades, son entidades de carácter público. Normalmente tienen una adscripción disciplinar concreta, o agrupa a varios centros de diversa filiación, y abarcan un amplio espectro de campos de conocimiento, incluidos de ciencia básica y de ciencia aplicada. En esas entidades desempeña su labor personal científico profesional que ha sido contratado con ese propósito. La medida en que desempeñan su tarea viene dada por la calidad y cantidad de los logros científicos alcanzados.

La investigación es una actividad esencial del personal de muchas universidades y, por lo tanto, la investigación científica lo es del profesorado de las disciplinas científicas. Esto no quiere decir que en todas las universidades se haga investigación, pero sí en prácticamente todas las herederas de la tradición alemana (humboldtiana) y también de las que se adscriben al modelo anglosajón de universidades investigadoras (research universities). Se justifica su dedicación a la investigación porque se supone que la práctica investigadora cualifica a su profesorado, lo que redunda en una mejor práctica docente. Y además, son las universidades, al otorgar el título de doctor, las instituciones encargadas de formar al personal investigador que desempeña su actividad en otras instituciones. También en estas instituciones, el nivel de desempeño del profesorado en esta faceta viene dado por la calidad y cantidad de los logros científicos.

Las universidades no son las únicas entidades en las que se realiza investigación a la vez que desempeñan otras actividades, a veces con carácter principal. Si en las universidades se compagina docencia e investigación, en los hospitales, por ejemplo, se compagina la práctica clínica con actividad investigadora en el campo sanitario. Y dependiendo del país de que se trate, pueden darse situaciones equivalentes también en otras instituciones de carácter público. Normalmente se trata de agencias gubernamentales que prestan un servicio de asesoramiento e información de carácter técnico muy especializado y en las que una parte de los recursos se destinan a la investigación.

Muchas empresas son también agentes activos en la creación de conocimiento. Lo pueden ser, además, de dos formas diferentes. Pueden contar con sus propias unidades y personal o, alternativamente, pueden contratar los servicios de otros agentes. El objetivo de la investigación empresarial es el desarrollo de nuevos productos, nuevos procesos o métodos que permitan mejorar la rentabilidad de los productos que lanza al mercado. Es, salvo raras excepciones, lo que se conoce como investigación aplicada. Por eso, el nivel de desempeño se cifra en el grado de adecuación de los resultados a las necesidades u objetivos de la empresa. Esa actividad puede plasmarse en productos que cuenten, posteriormente, con protección comercial, aunque no necesariamente ocurre así.

La financiación de la investigación

El otro elemento clave para el desarrollo de la ciencia es su financiación, puesto que sin recursos que sostengan una actividad de alto coste, como es la investigación científica, esta no es posible, no al menos con las dimensiones y alcance con que cuenta actualmente.

Francis Bacon (1561-1626) acuñó la expresión Knowledge is power, not mere ornament nor argument. Esa idea en apariencia tan simple y obvia, no lo era tanto en la época en que la formuló. De hecho, uno de los rasgos que diferencia la ciencia medieval de la moderna es que en esta última la búsqueda sistemática de conocimiento se ve como una forma de generar riqueza y poder. En la mente de Bacon, el conocimiento debía ser puesto al servicio de la nación. Tenía, pues, importancia política. Y por esa razón entendía que la Corona debía sostener su búsqueda sistemática; también entendía que con ese propósito debían crearse instituciones dedicadas a la búsqueda de conocimiento. Al principio no tuvo demasiado éxito en sus pretensiones, pero la idea de Bacon se ha acabado abriendo paso, y unos gobiernos antes y otros después -la mayor parte de ellos entrados ya en el siglo XX- han hecho suya la noción de que la actividad científica proporciona conocimiento susceptible de generar riqueza y proporcionar poder y, por lo tanto, que merece la pena dedicar recursos a sostener dicha actividad.

El desarrollo de la bomba atómica en EEUU durante la segunda guerra mundial –en el marco del denominado Proyecto Manhattan- se considera el hito que abrió la era de la “ciencia de estado”. Puso de manifiesto que con una financiación importante y contando con la participación de muchos científicos, un proyecto orientado a la consecución de un objetivo prefijado daba frutos muy valiosos. Tras el éxito de este proyecto se reconoce explícitamente (Venavar Bush) el valor de la ciencia para el estado, y se generaliza la financiación de la actividad científica al estilo del proyecto Manhattan, dinero público para proyectos con objetivos bien establecidos y duraciones limitadas.

En la actualidad en la mayor parte de los países avanzados es la administración pública la principal financiadora de la actividad científica y lo hace a través de muy diferentes programas[1]. Por esa razón, son los gobiernos los que toman las principales decisiones relativas a la orientación que ha de dársele. En definitiva, son los poderes públicos los que determinan las áreas en las que se debe investigar y las líneas que deben desarrollarse[2].

Como se ha dicho antes, otra parte de la investigación es la que tiene como objetivo el desarrollar nuevos productos o nuevos servicios, y se hace en o para empresas que, legítimamente, persiguen obtener beneficios económicos de esa forma. Las empresas que financian esa investigación no suelen estar interesadas en que sus resultados se den a conocer. El conocimiento que se genera en ellas es, lógicamente, de su propiedad, porque lo protegen.

La tecnociencia

Javier Echeverría (2019) ha reflexionado acerca del hecho de que precisamente a partir del Proyecto Manhattan antes mencionado la tecnología y, en particular, las tecnologías de la información y la comunicación, se han convertido en una mediación indispensable para el progreso científico. Ha denominado tecnociencia a esa hibridación entre ciencia y tecnología.

Según su visión, la tecnociencia no consiste únicamente en esa hibridación. Los grandes proyectos tecnocientíficos (Proyecto Manhattan, ENIAC, la Conquista del Espacio, los National Institutes of Health, el telescopio Hubble, los superaceleradores de Brookhaven y CERN europeo, el proyecto Genoma Humano, las grandes infraestructuras de investigación y tratamiento en los centros sanitarios, las empresas biofarmacéuticas, etc.) requieren un gran apoyo financiero, político, empresarial y, en algunos casos, también militar. Como conclusión, en lugar de las comunidades científicas, que son las que hacen ciencia, el agente de la tecnociencia es estructuralmente plural e incluye como mínimo a científicos, ingenieros, técnicos, políticos, inversores, empresarios, juristas, publicitarios y, con mucha frecuencia, también instituciones militares que toman a su cargo o participan activamente en determinados proyectos de investigación, así como desarrollando aplicaciones (I+D militar)

Fuente:

Tanto en este como en sucesivas entregas de esta serie, solo se consignarán aquí las fuentes no enlazadas directamente en el texto.

Echeverría, J (2019): Valores y mundos digitales (en prensa).

 

Nota: esta es la primera entrega de la serie Los males de la ciencia.

[1]Normalmente más de la mitad del gasto en I+D se hace con cargo a fondos provenientes de diferentes administraciones; si a esas cantidades se le restase lo que no se gasta en investigación científica propiamente dicha, la contribución relativa de las administraciones sería mayor.

[2]Aunque lógicamente ello no es óbice para que en sus decisiones no tengan una influencia muy importante diferentes grupos de interés.

EL SUICIDIO: UN FENÓMENO ENIGMÁTICO

 

El suicidio es, probablemente, la muerte más desoladora que existe y  deriva de una pérdida radical del sentido de la vida de la persona afectada, así como de un debilitamiento de sus redes afectivas, familiares y sociales. Así, en la toma de decisiones del suicida hay tres componentes fundamentales: a) a nivel emocional, un sufrimiento intenso; b) a nivel conductual, una carencia de recursos psicológicos para hacerle frente; y c) a nivel cognitivo, una desesperanza profunda ante el futuro, acompañada de la percepción de la muerte como única salida. Por ello, el suicidio no es un problema moral. Es decir, los que intentan suicidarse no son cobardes ni valientes; solo son personas que sufren, que están desbordadas por un profundo malestar emocional que se sienten incapaces de afrontar y que han perdido por completo la esperanza. A los suicidas, vencidos por las circunstancias vitales, les pesa la vida hasta un extremo insoportable.

Sin embargo, muchas personas que llevan a cabo una conducta suicida no quieren morir (de hecho, son muchas más las tentativas suicidas que los suicidios consumados); lo único que quieren es dejar de sufrir y, por eso, pueden estar contentos de no haber fallecido una vez que el sufrimiento se ha controlado.

La muerte por suicidio constituye un problema de salud pública y es la primera causa de muerte no natural. Hay más personas que fallecen por iniciativa propia que la suma total de todos los muertos provocados por homicidios y  guerras, lo que no deja de resultar sorprendente. Por lo que a España se refiere, todos los años se producen de 3.500 a 4.000 suicidios consumados (3.679 en 2017) y en torno a 25.000-50.000 intentos de suicidio. La tasa de suicidios consumados en España es diez veces mayor que la de víctimas de asesinatos (292 en 2016)  y dos veces mayor que la de víctimas de accidente en carretera (1.943 en 2017), con la diferencia respecto a estas últimas de que no se percibe una reacción similar (a nivel de medidas preventivas, por ejemplo) por parte de la sociedad.

Más allá de estas cifras oficiales,  el impacto psicológico de la conducta suicida alcanza directa y dramáticamente a los familiares del sujeto afectado.  No se puede dejar de lado a los seres queridos de la persona que ha consumado un suicidio. A los supervivientes, además del dolor de la pérdida, les queda con frecuencia la vergüenza de revelar el motivo real del fallecimiento y el sentimiento de culpa por lo que se pudo haber hecho y no se hizo. Cuando alguien se quita la vida, el silencio lo llena todo.  ¿Qué sabe nadie lo que piensa una persona en el instante supremo en el que decide quitarse la vida? Ante eso solo cabe una actitud de profundo respeto.

Si bien el suicidio se produce fundamentalmente en las edades medias de la vida, hay dos picos crecientes en las cifras de suicidio: la adolescencia/juventud (el 29% del total de suicidios consumados) y la vejez (el 37%). Por lo que a los adolescentes y jóvenes se refiere, el consumo abusivo de alcohol/drogas, la aparición de una depresión o de un brote psicótico, un entorno familiar y social deteriorado, un desengaño amoroso (las tormentas emocionales son más intensas a estas edades), una orientación sexual no asumida, el fracaso escolar reiterado, el ciberacoso, junto con algunas características de personalidad (impulsividad, baja autoestima, inestabilidad emocional, dependencia emocional extrema), pueden generar un vértigo de vivir y convertirse en desencadenantes de la tentativa de suicidio o del suicidio consumado. Si bien este es el perfil de los adolescentes que acaban quitándose la vida, ello no quita para que haya suicidios que resultan imprevisibles. En estos casos el suicidio surge de forma imprevista y opera como un impulso que se convierte bruscamente en acto. Por otra parte, muchos adolescentes se implican en autolesiones o tentativas de suicidio no mortales, como la ingestión de fármacos o los cortes superficiales en antebrazos, que suponen una poderosa llamada de atención del malestar emocional en que se encuentran y que alteran la dinámica familiar/social. Pero esta tentativa se puede convertir más adelante en un suicidio consumado si no se toman las medidas adecuadas.

A su vez, las personas adultas pueden experimentar una sensación de fracaso existencial o un reproche social por sus conductas que les sume en una profunda desesperanza. Si a esta situación se añade la presencia de soledad, de una red pobre de apoyo social, de trastornos mentales (depresión, alcoholismo o esquizofrenia especialmente) o de enfermedades crónicas incapacitantes o con mal pronóstico, estas personas pueden planear el suicidio y recurrir a métodos rápidos y efectivos (precipitación, ahorcamiento, atropello, arma de fuego). Por último, el suicidio es más frecuente en personas ancianas, más si son varones, se sienten solas, están deprimidas (lo que no siempre se diagnostica adecuadamente, al confundirse con el deterioro cognitivo), se muestran incapaces de valerse por sí mismas y sienten que son una carga para los demás. Los ancianos pueden no dar señales previas ni haber cometido tentativas previas de suicidio.

En cuanto al sexo, si bien las tentativas de suicidio son  más frecuentes que en  los hombres, la incidencia del suicidio consumado entre las mujeres es tres o cuatro veces menor que entre los hombres porque su determinación para provocarse la muerte resulta inferior. Entre las posibles razones de este hecho se encuentran la misión de la mujer como protectora de la vida y su mayor rechazo hacia los métodos violentos. Asimismo los hombres son más impulsivos, tienen una menor tolerancia al sufrimiento crónico y están más afectados por trastornos adictivos (alcoholismo, abuso de drogas, ludopatía). Además muchos hombres tienen una forma insana de vivir sus dificultades emocionales: a) soportan peor la soledad o la ruptura de pareja; b) no suelen hablar de sus problemas, por lo que no liberan su carga de sufrimiento; y c) viven en general con mayor estrés su actividad laboral.

No siempre hay un trastorno mental detrás de un suicidio. A veces puede darse el suicidio por balance, cuando una persona, a pesar de sus esfuerzos prolongados durante mucho tiempo, llega a una situación en que para ella la vida carece ya de sentido o en que se encuentra ya sin fuerzas para afrontar más dificultades. Es decir, hay un hastío de la vida y una pérdida del deseo de vivir, sin ninguna proyección de cara al futuro.

Los signos de alarma de riesgo suicida constituyen un motivo de estudio desde la perspectiva de la prevención. En concreto, los intentos previos de suicidio (sobre todo, si se ha recurrido a métodos potencialmente letales), los antecedentes de suicidio en la familia y la expresión verbal, más o menos explícita, de un sufrimiento desbordante y del propósito de poner fin a la vida (en forma de gestos o amenazas suicidas), mucho más aún cuando hay una planificación de la muerte (cambios en el testamento, notas de despedida, etcétera), constituyen signos de alarma. Todo ello se potencia cuando hay un agravamiento de un trastorno psicopatológico, el padecimiento de una enfermedad crónica que cursa con dolor o una sensación intensa de soledad. Por lo que se refiere a las tensiones vitales múltiples (conflictividad familiar, pérdida de empleo y situación económica desfavorable, descubrimiento de un escándalo político o económico, desengaños amorosos, fallecimiento reciente de un familiar cercano, etcétera), estas tienen un valor predictivo en personalidades vulnerables con tendencias impulsivas, con baja autoestima y con pocas respuestas de afrontamiento. Muchas personas que se quitan la vida lo han hablado antes, de una forma más o menos explícita, o avisan de su posible suicidio. Cualquier anuncio de muerte en este contexto debe encender siempre una luz roja de alarma.

A nivel cognitivo, la desesperanza, sobre todo cuando viene acompañada de   pensamientos suicidas reiterados (anticipación imaginaria de la muerte), es probablemente el sentimiento más suicidógeno. De hecho, convendría invertir el dicho popular de “mientras hay vida, hay esperanza”por lo contrario:“mientras hay esperanza, hay vida”. A veces la desesperanza puede venir acompañada de ira, rabia o deseos de venganza. En estos casos hay una expresión de un gran sufrimiento o de angustia emocional.

Por último, el suicidio siempre ha estado rodeado de una aureola de silencio y de miedo al efecto contagio en los medios de comunicación, pero esto puede impedir los esfuerzos de prevención. Así, puede haber un efecto imitativo si la noticia, sobre todo si es de un personaje famoso, aparece en portada, es extensa y con un enfoque sensacionalista, se dan detalles del método de muerte empleado o del lugar, se aborda el suicidio como un acto de valentía o  se dan hipótesis simplistas acerca de las causas de la muerte autoinducida. Sin embargo, el efecto contagio no ocurre cuando la información se enfoca a sensibilizar a la población y prevenir el suicidio (dar la noticia correctamente, divulgar grupos de riesgo, mostrar a dónde acudir en caso de riesgo de suicidio, etcétera).  Es decir, no se trata de ignorar las noticias sobre suicidios, sino de darlas adecuadamente.

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