Crisis y conflictos actuales en sintonía histórica

Justo Lacunza Balda

La historia va desgranando eventos, a veces de forma lineal otras de forma circular, como si germinaran semillas ocultas del pasado. Es el caso del conflicto de Ucrania gestado a lo largo de decadas.

El conflicto de Ucrania se remonta a 1979 y se inicia con tres hechos de gran envergadura política, económica, geoestratégica, cultural y religiosa:

1.- El regreso del Imán Khomeini a Teherán con el que comenzó el reino de los ayatolás, la proclamación de la República Islámica, la introducción de la sharî‘a y la exaltación del Chiismo. En este periodo se dan el conflicto del Yemen y el derrocamiento de Shah de Persia. La visión del Islam del Imán Khomeini era sacarlo de las mezquitas y bajo su mandato, comenzó a tomar una fuerza imparable a nivel mundial.

2.- La llegada al poder de Ṣaddâm Ḥusein considerado como el nuevo Saladino del Islam sunní, adquirió un auge inaudito. Ocurrieron tres hechos con repercusiones mundiales: el atentado contra el Papa Juan Pablo II, el asesinato de Anwar al-Sâdât a manos de los Hermanos Musulmanes, y la masacre de la población curda de Halabja en la Región del Kurdistán iraquí.

Khomeini y Ḥusein, dos irreconciliables enemigos del pasado, iniciarían una guerra entre septiembre de 1980 a abril 1988. Con la muerte del Khomeini el líder de Irak acabó invadiendo Kuwait, poniendo en riesgo los equilibrios fronterizos del Golfo Pérsico.

3.- La invasión soviética de Afganistán (objeto de ambiciones de los imperios alemán y británico) ocurrió con la colaboración del presidente Nûr Muhammad Taraki y permitió a la URRS construir la mayor embajada para sus suministros militares y servicios a la armada. El objetivo era llegar al Océano Índico donde gobernaban dos potentes aliados. En ese complejo contexto nace el movimiento y la guerra de los combatientes muyahidines contra el Imperio Soviético, en el que Sunníes y Chiíes se unen frente al enemigo comunista.

En el mismo periodo, se da la disolución de la URRS y la decisión de M. Gorbachov de retirar las fuerzas armadas rusas de Afganistán. Para entonces Osâma Bin Lâden había fundado al-Qaeda para dirigir la jihâd contra las fuerzas armadas de la URRS en Afganistan. Asimismo, asoma el conflicto de los Balcanes y la desintegración de la ex Yugoslavia en siete estados independientes. Las matanzas de musulmanes bosnios en Srebrenica marcarían para siempre las relaciones con los musulmanes.

El 23 de febrero de 1996 Osâma Bin Lâden desafía a los americanos, los judíos y los cristianos declarándoles la guerra y elevaría las consecuencias del yihadismo a su máximo nivel, con graves acciones de violencia y terror en los cinco continentes.

En ese periodo ocurre la invasión de Afganistán, la de Iraq, la guerra en Argelia, las Primaveras Árabes, el derrocamiento de Muammar alGjedafi y finalmente la proclamación de Abû Bakr al-Baghdadî como Califa  y la guerra con Siria, en la que entra en juego V. Putin que favorece el régimen del presidente Bashar al-Assad.

Todos estos años V. Putin ha estado planificando la invasión de Ucrania, pero esperaba el momento oportuno, que se dió con la derrota y el abandono de las fuerzas americanas en Afganistán, la baja popularidad del presidente Joe R. Biden, la verborrea europea después de la anexión de la Península de Crimea, el acercamiento de Ucrania a la Unión Europea y su deseo de ser parte de la OTAN.

V. Putin consideró un fracaso el derrumbe de la URRS, y ha querido convertirse en el nuevo zar, para dar a la antigua URRS el brillo y el lustre de su pasado, iniciado con la invasión de la península de Crimea. Sin embargo, sus planes no han salido como esperaba ya que creía poder derrocar al Gobierno de V. Zelenski.

 

MUNDOS CERRADOS. FUTUROS ABIERTOS

La irrupción del Covid-19 somete a las “seguras” sociedades desarrolladas a criterios de complejidad, fragilidad y vulnerabilidad. Mi hipótesis es que el Covid-19 no descubre nuevos hechos, sino que radicaliza tendencias y tensiones que ya definían el mundo.

El nuevo tiempo diseña espacios de confrontación y los cambios asumen con radicalidad: i) los sentidos de la historia; ii) la incertidumbre; iii) la complejidad de lo inesperado; iv) las formas de desorganización que suscitan vulnerabilidad y fragilidad; v) el caos y la entropía.

La explicación se aborda desde ideas y dimensiones que captan el mundo desde las miradas que ofrecen la interdependencia, la aceleración y la velocidad bajo el axioma de que el cambio se explica mediante el cambio.

El poder y las disonancias de la 4ª Revolución Industrial, la expansión de lo global, el impacto de Asia, la reubicación de la desigualdad y las mutaciones del mensaje democrático, configuran las características que canalizan el nuevo siglo. Las dos preguntas que se nos plantean son: ¿Qué nos ata y conecta? ¿Cómo y quienes somos?

  1. El Poder de la Tecnología

La 4ª Revolución Industrial se expande desde la seguridad del conocimiento tecnológico. El imperativo tecnológico promueve algunas consecuencias; fragmenta las sociedades, ubica la desigualdad y eso repercute en la seguridad en el empleo y en los sentidos del trabajo. Si las tecnologías digitales transforman este mundo, la tesis es concluyente: las tecnologías avanzan, pero muchas cualificaciones, individuos y organizaciones quedan rezagados. La fabricación avanzada y la Industria 4.0 definen nuevos territorios productivos, se dotan de reglas, crean el discurso de la nueva lógica productiva y su retórica llena los rincones para los que quieren ser y estar en este tipo de sociedad. La competitividad y la productividad son las dos razones significativas y las que tienen más peso en el proceso de digitalización (Brynjolfsson/ MacAfee, 2013; 2014). El conocimiento tecnológico mediante la automatización, la robotización y la digitalización innova las fuentes de la productividad y la competitividad, y transforma el panorama humano de la fábrica (T. Cowen, 2014; R. Baldwin, 2019). Lo que los científicos sociales temen (P.Collier, 2019) es qué puede ocurrir si se reduce la necesidad del trabajo humano a causa de la divergencia entre productividad y empleo. No se sabe bien cómo enfrentarse a las consecuencias.

A. Deaton (2016) celebra la tesis del “gran escape” y explica cómo crear condiciones explícitas que fomenten el desarrollo económico y la movilidad social ascendente. Años más tarde publica, junto a A. Case (2020), “Muertes por Desesperación y el Futuro del Capitalismo” y profundizan en los fracasos del “gran escape”. La revolución digital promueve disonancias y nuevas formas de entender la vida laboral pero no ofrece rutas alternativas cuando los sujetos no disponen de conocimiento técnico y formación tecnológica para penetrar en la autopista laboral.

Dice R. Sennett (2001) en “La Corrosión del Carácter”, refiriéndose al trabajo, que el lema que se maneja más es: “nada a largo plazo”. Allá donde se constituye la sociedad big tech, emergen y promueven territorios plagados de disonancias donde el indicador significativo es la creación de la sociedad auxiliar que acoge empleos necesarios, estratégicos -limpieza, hostelería, logística, cuidados, servicios al cliente- pero menos especializados, temporales, mal pagados y alejados de los usos del talento tecnológico. Las disonancias de la 4ª Revolución Industrial no son consecuencias imprevistas, forman parte de actividades básicas de la sociedad tecnológica.

De hecho, las fuerzas de la cognosfera están relacionadas con la digitalización. En la práctica, internet no depende de los discursos que se hacen sobre las bondades o los abusos sino de la estructura material que la mantiene. No hay nada utópico (N. Fergusson, 2018) en la propiedad de la infraestructura o en los pactos que explican por qué las plataformas web producen tantos beneficios. El análisis de la estructura material (S. Zubhoff, 2020) de la propiedad de Facebook, Google, Microsoft, Apple o Amazon, están a años luz de la ideología democrática o participativa. Se las compara (N. Fergusson, 2018) con el sistema que proporciona herramientas de producción, pero concentra las recompensas en manos de la minoría. En Facebook, por ejemplo, “el usuario es el producto” y la comunidad de ciudadanos que prometen los discursos de la elite experta chocan con las estructuras materiales que gestionan las empresas tecnológicas.

Hay detalles a tener en cuenta; la revolución de las tecnologías de la información es el logro liderado por Estados Unidos, con la contribución de gentes llegadas de todo el mundo a las mecas del saber tecnológico: Silicón Valley, la Ruta 127 (N. Fergussson, 2018, 479). Las empresas tecnológicas dominantes son estadounidenses y poseen una preponderancia extraordinaria, lo que se traduce en enormes sumas de dinero. Frente a la transformación estructural, las sociedades tienen, básicamente, dos opciones: i) capitular, regular o excluir; ii) competir. Los europeos eligen la primera opción, los asiáticos intentan competir, la propuesta asiática planta cara a los usos de la tecnología de origen estadounidense.

  1. Lo Global y la Desigualdad

La globalización abre el mundo y emergen la sucesión de países y fronteras alineadas sobre los cuatro puntos cardinales. R. Kaplan (2019) ordena el mundo y lo describe en “El Retorno del Mundo de Marco Polo”. La tesis (R. Kaplan, 2019, 17) es que “Europa desaparece y Eurasia se cohesiona. El supercontinente se está convirtiendo en una unidad de comercio y conflicto fluida y reconocible al tiempo que el sistema de Estados surgido de la paz de Westfalia se debilita, y que ciertas herencias imperiales más antiguas -la rusa, la china, la iraní, la turca- vuelven a adquirir preeminencia”. Las Nuevas Rutas de la Seda (P. Frankopan, 2019) o El Corazón del Mundo (P. Frankopan, 2015), presentan otras formas de estar interconectadas para regresar a lugares de los que nunca habían salido, lo que pasa es que la geografía global pide protagonismo y espacio público.

Siguiendo los trabajos empíricos de A. Deaton (2015; 2020), B. Milanovic (2017; 2020) y T. Piketty, (2014; 2019), puede decirse que la esperanza de vida pasa de la media de alrededor de 26 años, en 1820; a 72 años en 2020. A comienzos del siglo XIX, la mortalidad infantil golpeaba al 20% de la población de los recién nacidos durante el primer año de vida. La cifra no alcanza el 1% en la actualidad. Si se centran en las personas que sobreviven al primer año de vida, la esperanza pasa de alrededor de 32 años en 1820 a 73 años en 2020. Si se toman estos indicadores a largo plazo, la mejora es indudable. Pueden encontrarse épocas y países en los que la esperanza de vida registra descensos, incluso en tiempos de paz; es el caso de la Unión Soviética durante los años setenta del siglo XX o los EEUU en la década del 2010. Pero, a largo plazo, la mejora es relevante. La humanidad goza de mejor salud de la que nunca antes había tenido, con acceso a la educación y la cultura como en ningún otro momento de la historia. Apenas el 10% de la población mundial mayor de 15 años estaba alfabetizada a comienzos del siglo XIX, frente a más del 85% en la actualidad. La media de la escolarización pasa de menos de un año hace dos siglos a más de ocho en la actualidad y a más de 12 en los países desarrollados.

Se asiste al incremento de las desigualdades en las regiones del mundo desde 1980-1990. Los niveles de renta comprendidos entre los percentiles 60 y 90 de la distribución normal, es decir, los que no están entre los más bajos, ni entre el 10% de los ingresos más elevados, intervalos que corresponden a las clases medias y populares de los países ricos, son las olvidadas del crecimiento mundial durante el periodo 1980-2018. En cambio, el crecimiento beneficia a otros grupos; por una parte, a los hogares pobres o emergentes y, por otra a los hogares ricos de los países ricos del planeta, que han sido los grandes beneficiados; esto es, el 1 por ciento de los hogares con ingresos más elevados del mundo y, especialmente, el 0,1 por ciento y 0,01 por ciento más rico. Si la distribución mundial de la renta estuviese en equilibrio, la curva debiera ser plana. Las desigualdades disminuyen entre la parte baja y media de la distribución, mientras que aumenta en su parte media y alta. B. Milanovic (2017, 33) lo describe de la siguiente manera: “los grandes ganadores han sido las clases pobres y medias de Asia y los grandes perdedores han sido las clases medias bajas del mundo rico”.  Las condiciones objetivas de las rentas son inapelables (B. Milanovic, 2017, 37/60); el 44% de las ganancias absolutas han ido a manos del 5% de la gente más rica del planeta, y casi un quinto del incremento real lo recibió el 1% más rico. Por el contrario, las personas de la clase media emergente, sólo han recibido entre un 2 y el 4% del aumento global, en total alrededor del 12%- 13%.

Las consecuencias, como recoge el sociólogo alemán O. Nachtwey (2017,115), es que la desigualdad genera varias zonas: i) la de la integración, ii) la vulnerabilidad y; iii) la desafiliación o desacoplamiento. En la primera predominan las relaciones laborales normales y las redes sociales están intactas. En la zona de vulnerabilidad, predomina el trabajo inseguro y se erosionan la seguridad subjetiva y las redes sociales. En la zona de la desafiliación están los grupos excluidos de la participación social en casi todos los aspectos, lo que señala que el incremento de la inseguridad produce miedo. Escribe H. Bude (2017) que el miedo constituye la realidad anímica de las capas medias en nuestra sociedad. Padecen miedo los que tienen algo que perder y creen tener la idea hecha de lo que les puede pasar si toman elecciones equivocadas o se sienten inseguros en el puesto que ocupan en la escala social. Las inseguridades se acrecientan si notan que no ascienden, si se estancan, o peor aún, si se les empuja escalera abajo. El motivo de estos hechos se encuentra en la pérdida de referencias porque pese a contar con certificados sólidos, los ciudadanos se sienten desprotegidos y vulnerables como si se hubiera roto la cohesión entre la aspiración a la autonomía y el vínculo comunitario.

  1. Democracia y Desigualdad

Los conflictos del futuro no van a estar tanto relacionados con el establecimiento de nuevas fronteras sino con el control de las conexiones y las cadenas de suministros (P. Khanna, 2017). Las economías se abren y compiten, pero no conforme a reglas conocidas, emergen consensos que respaldan otras fricciones y generan ventajas para el país que acepta los retos de la productividad y la competitividad y preservan las bases de la industria y el empleo, aun cuando no sean capaces de optimizar con todas sus consecuencias la rentabilidad. Algunos datos relevantes que se desprenden de la disposición de la economía son el crecimiento del populismo y el regreso al valor y el sentido que proporcionan las identidades nacionales. Las respuestas trasmiten la impresión de que se vislumbra el punto y final de la política tradicional, las formas de la democracia liberal o del tipo de Estado que hemos conocido en las últimas décadas de modo que permite decir, al modo como se expresara T. Judt, (2010), “algo va mal”.

Fundamenta Y. Mounk (2018, 186) que el mundo de hoy, políticamente inestable, es distinto del mundo estable de antaño. Hubo un tiempo -dice- en que las democracias liberales podían garantizar a los ciudadanos el rápido incremento del nivel de vida. Hoy ya no pueden. Hubo un tiempo en que la elite política controlaba los medios de comunicación más importantes y realmente podía excluir las opiniones radicales del ámbito público. Hoy cualquier voz política marginal puede difundir mentiras a través de las redes sociales. Y hubo un tiempo en que la homogeneidad -o cuando menos, cierta jerarquía racial pronunciada- de la ciudadanía eran el elemento aglutinante esencial de las democracias liberales. Hoy los ciudadanos tienen que aprender a vivir en democracias más iguales y diversas. El vínculo entre la situación económica y la estabilidad política es más complejo de lo que suele pensarse. La ansiedad económica está causada tanto por lo que se espera del futuro como por la situación del presente.

En un libro clarificador, “Buena Economía para Tiempos Difíciles”, los premios nobel de economía, A.V. Banerjee/ E. Duflo, (2020, 13/14) dibujan el cuadro de adversidades y expectativas. El inicio del libro es una ventana al mundo: “Vivimos -dicen- en una época de polarización creciente. De Hungría a India, de Filipinas a Estados Unidos, de Reino Unido a Brasil, de Indonesia a Italia, el debate público entre la izquierda y la derecha se ha vuelto cada vez más un ruidoso intercambio de insultos, en el que las palabras estridentes, usadas de manera gratuita, dejan muy poco espacio a los cambios de opinión. Lo que hace que la situación actual sea particularmente preocupante es que el espacio para ese debate parece estar reduciéndose. Parece que hay una tribalización de las opiniones, no sólo sobre política, sino sobre cuáles son los principales problemas sociales y qué hacer con ellos”.

Las preguntas-preocupación de estos dos premios nobel son claras (2020, 15): “En la crisis actual, las preguntas sobre economía y políticas económicas son centrales ¿Se puede hacer algo para estimular el crecimiento? ¿Debería ser eso siquiera una prioridad en el Occidente rico? ¿Y qué más? ¿Qué pasa con el rápido incremento de la desigualdad en todas partes? El comercio internacional, ¿es el problema o la solución? ¿Cuáles son sus efectos en la desigualdad? ¿Cuál es el futuro del comercio? ¿Pueden los países con costes laborales más baratos llevarse la manufactura global de China? ¿Y qué ocurre con la inmigración? ¿Hay realmente demasiada migración poco cualificada? ¿Y las nuevas tecnologías? Por ejemplo, ¿deberíamos preocuparnos por el auge de la inteligencia artificial (IA) o celebrarla? Y, tal vez lo más urgente, ¿Cómo puede ayudar la sociedad a todas esas personas a las que los mercados han dejado atrás?”.

B. Milanovic (2020) sugiere otros espacios de meditación. El primero es el establecimiento del capitalismo, no sólo como sistema socioeconómico dominante, sino como el único sistema del mundo. El segundo el equilibrio del poder económico entre Europa y Norteamérica, por un lado, y Asia, por otro, debido al auge experimentado por este último continente. Por primera vez desde la 1ª Revolución Industrial, las rentas de los habitantes de estos tres territorios son cada vez más similares. El dominio incontestado del modo de producción capitalista tiene su equivalente en el criterio ideológico igualmente incontestado que considera que el lucro no sólo es respetable sino el objetivo más importante de la vida del individuo, es el incentivo que entienden las personas de todos los rincones del mundo y de todas las clases sociales. El dominio del mundo ejercido por el capitalismo se logra con dos tipos distintos: el capitalismo meritocrático liberal que desarrolla Occidente a lo largo de los últimos doscientos años y el capitalismo político o autoritario dirigido por el Estado ejemplificado en China, aunque existe en otros lugares de Asia (Singapur, Vietnam, Birmania) y en algunos otros de Europa y África (Rusia, Asia Central, Etiopía, Argelia o Ruanda, como ejemplos).

A lo largo de las últimas cuatro décadas, los cinco países más grandes de Asia juntos (excluida China) han tenido tasas de crecimiento per cápita más altas que las economías occidentales, y la tendencia no es fácil que cambie. En 1970, Occidente era responsable del 56% de toda la producción mundial y Asia (incluida Japón) solo del 19%. Hoy la proporción es del 37% y el 43% respectivamente.

  1. La Democracia y sus Dificultades

La obra de Homes, S/ Krastev, I, “La Luz que se Apaga” (2019) es una buena introducción a los “caprichos de la época” y a la explicación de la extrema debilidad que en algunos países arrastra la democracia liberal. Es revelador -tal y como explican los dos autores citados- que el modo en que las democracias se atrofian se transforme en uno de los temas que preocupan a los académicos liberales en la actualidad. El ideal de “sociedad abierta” pierde parte del lustre. Para muchos ciudadanos desilusionados, la apertura del mundo ofrece hoy mayor espacio al desasosiego que a la esperanza. Una parte de la población occidental cree que la vida de sus hijos será menos próspera que la suya, como si la fe en la democracia se hubiese ido a pique y como si los partidos del sistema se desintegrasen o se vieran desplazados por movimientos políticos híbridos o amorfos. Atemorizado por el fantasma de la migración a gran escala, una parte del electorado occidental se deja seducir cada vez más por retóricas xenófobas, líderes autoritarios, la idea de fronteras militarizadas y el regreso al hogar nacional.

Hay que distinguir entre la imitación de los medios y la de los objetivos. La imagen que retrata el modelo de imitación es notable, como dicen Krastev/Holmes: “En el mundo que sigue a la guerra fría, aprender inglés, pasearse con una copia del Federalista vestido de Armani, celebrar elecciones y jugar al golf permite a las elites no occidentales, no solo hacer que sus interlocutores occidentales se sientan cómodos sino, además, afirmar ante ellos sus derechos económicos, políticos y militares”.

La tesis de Holmes y Krastev es que la occidentalización copycat es el camino más rápido hacia la reforma. La imitación se justifica como el retorno a Europa, lo que significa el regreso al auténtico yo de la región. No sólo se imitan los medios sino también los fines; no solo los instrumentos técnicos sino, además, las metas, los objetivos, los propósitos y las formas de vida. Esta es la forma de emulación inherentemente cargada de estrés y controversias que, según las tesis de los dos autores, ayuda a desencadenar la revuelta antiliberal actual. El modelo que imitan es el ofrecido por el vecino occidental. El punto de confrontación se produce por la vergüenza de haber reorientado las preferencias para amoldarlas a la jerarquía de valores foráneos y de hacerlo además en nombre de la libertad, soportando miradas por encima del hombre por la supuesta incompetencia en este intento. Estas son las emociones y experiencias que alimentan la contrarrevolución liberal comenzada en la Europa poscomunista, en concreto en Hungría, y que ahora se propaga como si hiciese metástasis por todo el mundo.

La perspectiva de G. Empoli (2020) expresa la controversia desde el trabajo político de los “ingenieros del caos”. En la situación que describe, el objetivo es identificar los temas que importan para explotarlos a través de campañas de comunicación individualizada. La ciencia de los físicos permite crear campañas contradictorias, coexistir sin conflicto y sin reunirse en ninguna ocasión hasta el momento de la votación. En los nuevos contextos, la política se vuelve centrífuga. No se trata de unir a los votantes en torno al mínimo común denominador, sino de inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible y sumarlas luego, incluso sin el conocimiento de los implicados. Las inevitables contradicciones contenidas en los mensajes dirigidos a unos y otros permanecerán en cualquier caso invisibles a los ojos de los medios de comunicación y el público en general.

La política cuántica que anuncian los “ingenieros del caos”, está repleta de paradojas; los multimillonarios se convierten en abanderados de la indignación de los desposeídos, los responsables de las políticas públicas hacen de la ignorancia virtud, los ministros desafían los datos de su propia administración. El derecho a contradecirse y a marcharse se ha convertido, para los nuevos políticos, en el derecho a contradecirse y permanecer en el cargo, al apoyar una cosa y lo contrario en una sucesión de tuits y de entradas que dicen una cosa y minutos o días después lo contrario, todo queda registrado, pero nunca se registra lo mismo, la coherencia ni está ni se la espera, lo que interesa es conectar, ajustar la opinión cuántica a la masa crítica que le apoya. No es el juego de la verdad, también el de la mentira; éste sin barreras ni fronteras, importa que fluya la información, se mueva, vaya y vuelva, aunque no se deposite en ninguna parte; importa que esté, se oiga y se vea. La coherencia y el sentido de la verdad no están entre los objetivos buscados ni perseguidos.

Las dos tesis citadas miran el presente como si la historia tuviese que pagar peaje por su desarrollo. La democracia liberal encuentra al antagonista en la historia que promueve y en los procesos que la atraviesan, pero la historia que resulta no demuestra ser capaz de digerirla, no se puede hablar de fracaso del proyecto liberal sino de la realización de proyectos históricos que chocan con nuevos icebergs que acuden dispuestos a modificar el recorrido y los objetivos que la historia de la modernidad no había previsto.

  1. El Mundo Abierto del Covid-19

Sobre la realidad sintéticamente descrita emerge un suceso inesperado: el Covid-19. El 14 de marzo del 2020 es una fecha histórica, ese día se decreta el confinamiento de la población para evitar la propagación del coronavirus y el colapso del sistema sanitario, antes de esa fecha el virus no existe en la vida de los ciudadanos, pero en poco más de 24 horas todo cambia. El proceso se caracteriza por los siguientes hechos: i) la vida se interioriza como un experimento; ii) el virus afecta a la vida cotidiana, la pone “patas arriba”; iii) se decreta el cierre del sistema productivo, si se exceptúan los considerados como sectores básicos; iv) es un fenómeno global, prácticamente no hay ningún país en el mundo que quede fuera de la pandemia; v) el impacto demuestra que las sociedades complejas son muy vulnerables; vi) la incertidumbre, la inseguridad y la desconfianza acompañan a la expansión y a la penetración del virus; vii) el miedo y el temor se propagan entre los sectores sociales más vulnerables; viii) se acude y se ofrece reconocimiento al conocimiento científico y a la ciencia; ix) se aporta información cualificada para evitar contagios: higiene de manos, distancia física, uso de mascarillas; movilidad reducida; x) se decretan medidas basadas en diversas formas de prohibición, desde las que impactan en espacios tradicionales de socialidad: bares, restaurantes, txokos, tabernas, conciertos, fútbol, cine, espectáculos; xi) se desaconsejan o prohíben fórmulas básicas de cortesía social basadas en el contacto físico y la cercanía personal y afectiva: saludos efusivos, besos, abrazos, etc.; xii) se cierra una parte sustancial del sistema productivo; xiii) se impide el tránsito por las fronteras; xiv) el confinamiento dentro de la vivienda de cada cual es la norma de vida y; xv) se cierra el mundo global, se paraliza el turismo, se paran aviones y aeropuertos, se cierran las agendas de trabajo y contactos al uso y los hospitales o se colapsan o tienen fuerte carga de trabajo.

La incertidumbre crea el terreno de juego desde donde se representan el miedo y el temor a lo desconocido. Los cambios no están definidos ni provocados de antemano y no tienen nada que ver con los síntomas que se definían con anterioridad desde las teorías al uso del cambio. El concepto de normalidad se cae del listado de las orientaciones sociales y a lo anormal se le dispensa trato de apariencia normal. Los criterios de lo anormal ocupan el territorio de las referencias básicas y la incertidumbre se hace cargo de escribir el guion que orienta la vida. El cuadro de respuestas es frágil, débil y está sometido a escrutinio cotidiano como si el lema que lo rigiese fuese: todo es posible.

Otra característica es la aceleración y la velocidad de la epidemia. Los efectos sociales del virus siguen la ley del cambio; la estabilidad dinámica (H. Rosa, 2019, 518). La sociedad se estabiliza dinámicamente y, por tanto, depende sistemáticamente del crecimiento, la innovación y la aceleración para conservar y reproducir la estructura. Los conceptos de crecimiento, aceleración e innovación de un único proceso de dinamización puede definirse, a su vez, como el instrumento de la cantidad por unidad de tiempo”.

El ritmo, la velocidad, el grado de aceleración o la transmisión siguen la infraestructura construida por los poderes globales, el virus se aprovecha de la arquitectura imperfecta para que la globalización renueve el espíritu de conquista como si los amplios brazos llegasen a todos los rincones del mundo para dictar el poder de pertenencia al club. Estas situaciones demuestran dos cosas; i) lo público es insustituible; ii) el regreso del Estado. Si alguna vez se barajó la tesis de la debilidad o incluso la crisis del Estado-nación, el tratamiento de la pandemia pone de relieve que ésta es débil e insuficiente. La pertenencia, la protección y la seguridad que ofrece se erigen como los baluartes incontestables frente al poder de la incertidumbre que provocan sucesos de esta naturaleza, el miedo y temor que encapsulan la capacidad de reacción de muchos colectivos sociales que levantan la mano para preguntar: ¿Quién se ocupa de mí? La respuesta es, el Estado.

Las transformaciones no se quedan en el redescubrimiento del poder, la necesidad del sistema público o la emergencia del Estado como actores viables del gobierno de cada sociedad, las mutaciones emergen también alrededor del poder de la tecnología. Nada queda fuera de la IA, diría más, el mundo quizá será otro porque permite radicalizar y acelerar lo que de hecho ya está, pero el control de masas y las enfermedades a través de sistemas de control instalados en móviles, el seguimiento personalizado, el conocimiento sobre quién está sano y quién no, la historia de los contactos personales, el reconocimiento de los lugares por donde transita, a dónde vas o de dónde vienes queda en manos del poder tecnológico, todo lo que necesitas es tener instaladas las aplicaciones que existen en el mercado. El control de masas no plantea dificultades técnicas, otra cosa es la vulneración en la protección de datos, el impacto que puede tener en los sistemas de control o la permisividad de la ciudadanía para soportar sistemas tecnológicos instalados que ofrecen las pautas de los sistemas de seguimiento de las actividades cotidianas.

Pero si hay un capítulo pendiente de escribir sobre lo que la “pandemia se llevó” tiene que ver con el momento en el que “nos desnudó”, nos hizo más frágiles y dejó sin respuestas muchas preguntas que creímos que estaban resueltas, pero no nos agarremos a la falta de respuestas o que no se transforme la incertidumbre en el recurso que descubre la pandemia y en el hecho que puede explicarlo casi todo. Recuérdese -tal y como he mantenido- que las dudas y la incertidumbre estaban antes de que llegase marzo del 2020 y con él la Covid-19, ocurre que ahora se puede ver que estamos más en precario de lo que se creyó y culturalmente bastante desnutridos, como si el liberalismo de normas y costumbres no ofreciera el cobijo suficiente porque, de hecho, no estaba pensado para esto.

El individualismo, la socialidad de la que hace gala o la permisividad de la vida pública no se llevan bien con la disciplina sociocultural requerida en estos casos, ni dispone de las virtudes cívicas que requieren para tratar con algunas de las medidas creadas para controlar la expansión de la pandemia. La Covid-19 es un problema médico, sanitario, económico y político pero sus preguntas y sus respuestas están también ligadas al sistema cultural que vincula y define los estilos de vida, adecuarlos a los nuevos escenarios y a las formas de vida propias de estadios de confinamiento son claves para frenar la pandemia. Saber cómo somos, qué hacemos o cómo se resuelven las discrepancias entre el sistema de prohibiciones y las afirmaciones identitarias de los grupos sociales, forma parte de la resolución de los problemas que se interrogan sobre el desarrollo de la pandemia.

  1. Conclusiones

Las ideas expresadas parten del hecho de que la era post pandemia ya está aquí. Se definen por los siguientes hechos: i) la vida se exprime como si fuese un experimento; ii) está diseñada y comprendida desde la complejidad; iii) se visibiliza desde la vulnerabilidad; iv) la fragilidad de instituciones básicas se impone frente a cualesquiera otros referentes sólidos; v) juega un papel significativo el valor de lo inesperado; vi) asume la incertidumbre porque todo lo que emerge deja preguntas sin respuestas; vii) regresa, aunque nunca se hubiese ido, el conocimiento experto. La ciencia y “los que saben” ocupan los espacios sociales y mediáticos, opinan y construyen opinión pública cualificada; viii) asume el poder y las razones de la tecnología, recuerda que en la era tecnológica el poder es del algoritmo, la inteligencia artificial, el transhumanismo o la Singularidad, amén de la digitalización, la robotización y la automatización, que emergen como los soportes del nuevo mundo y los menús que presiden la 4ª Revolución Industrial -o ¿quizá ya se prepara la 5ª?; ix) la velocidad y la aceleración del cambio transforman la adaptación y la flexibilidad como las respuestas a las transformaciones; x) las conexiones, interconexiones e interdependencias son la metodología para entrar y participar de las redes del presente; xi) la globalización, los flujos económicos, las cadenas de suministros y las redes tecnológicas incrementan la desigualdad en unas zonas del mundo -Occidente-, y la reducen en otras -Asia Oriental-; xii) revisan la democracia, dando relevancia a regímenes autocráticos, otros quieren revisar la doctrina liberal para inscribir el iliberalismo en el libro de la interpretación de lo que ocurre en el mundo; xiii) impone formas a la gestión de la política dando poder a internet, al algoritmo y a otras formas de descomponer la sinfonía de la política; xiv) emergen y se promocionan las Rutas de la Seda que conectan Occidente con Oriente y Oriente con Occidente; xv) lo global es la nueva marca del mundo, el nuevo diseño de marketing público que promueve la interdependencia y nuevas formas de estar, ser y conectarse unos con otros; xvi) la sociedad laboral es frágil, fracasa en el intento de ofrecer seguridad y empleo a muchos ciudadanos, no abre nuevas posibilidades para abrir la autopista por donde circula la edad, el género, el trabajo, los nuevos empleos  y los itinerarios vitales de vida; xvii) el empleo emerge como un problema clave, sobre todo para los sectores jóvenes de la población activa y para los que no están dotados con formación socio-técnica cualificada; xviii) las relaciones generacionales se representan desde la desconexión entre generaciones, de hecho, esta ruptura es uno de los problemas con más capacidad de conflictividad futura; xix) emerge la sociedad auxiliar formada por empleos poco cualificados, temporales y mal pagados, frente al poder de la sociedad tecnológica que transforma el talento técnico y tecnológico en la seña de identidad laboral, y emite señales para la significación de la disonancia y la desconexión entre la sociedad oficial y las múltiples periferias sociales, vulnerables, desintegradas, desafiliadas, y marcando distancias con el camino principal que describe la 4ª Revolución Industrial; xx) los futuros no están escritos, por supuesto, pero algunas tendencias indican hacia donde dirigirse y mirar.

En estas condiciones, el valor que cotiza alto es la flexibilidad. Los saberes formalizados no avanzan con la velocidad que impone la necesidad práctica de conocer y responder ante los enigmas del mundo. La pregunta que queda abierta es: ¿Cómo prepararse para vivir las transformaciones e incertidumbres que condicionan el mañana?

 

Bibliografía

– Baldwin, R. (2019). La Convulsión Globótica. Antoni Bosch:  Barcelona

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Imagen: Artislike, Pixabay

La Democratización de Datos como palanca de mejores soluciones basadas en Datos

En las últimas semanas hemos visto en las noticias la creciente relevancia que se concede a los datos y a los algoritmos que se aplican a tales datos. En particular, con la crisis que actualmente absorbe nuestra actualidad, es decir, la pandemia del COVID-19. Asistimos día a día a la monitorización de la evolución de la pandemia a través de modelos cuantitativos para prever la propagación del virus. Tal seguimiento y su análisis permiten que avancemos en diferentes “fases de la desescalada”, que se adopten diferentes medidas, que se permita mayor o menor libertad de movimiento, etc. Sin embargo, observamos que este es un proceso que continuamente se pone en entredicho. Aunque a menudo hay un trasfondo político en las críticas, lo cierto es que el problema en sí mismo radica en la naturaleza de los propios datos y la manera en que las personas los recogemos, amoldamos y procesamos. Han sido varias las circunstancias que han hecho que los datos que hemos recopilado e intentado interpretar para ayudarnos en la toma de decisiones, no han sido “suficientemente buenos”, es decir, de la calidad que hubiéramos deseado. Algunos ejemplos de los problemas asociados a los datos que manejamos son: “no se contabilizan del mismo modo”, el “reporte de datos los fines de semana se demora”, algunas autonomías sólo “cuentan las defunciones en hospitales”, etc.

En conclusión, es evidente que recoger, homogeneizar, modelar, simular o experimentar con los datos es un importante desafío. Eso explica el surgimiento de la disciplina de la Ciencia de los Datos, para hacer referencia a la necesidad de afrontar la complejidad que entraña la recogida, procesado y actuación sobre las conclusiones derivadas de los datos de diferente naturaleza (estructurados provenientes de bases de datos o no estructurados provenientes de redes sociales).

Poner en práctica procesos de análisis de datos para la toma de decisiones implica no sólo capturar y acceder a los datos, sino además conseguir que estos tengan suficiente calidad para ser utilizables. Tal como indica el principio Garbage-In-Garbage-Out[1] la salida de un algoritmo, o cualquier función del procesamiento de información, es solo tan buena como la calidad de la entrada que recibe. Consecuentemente, en el origen de los datos a menudo radica el principal problema. En el caso del estado español, relativo al COVID-19, tales datos vienen de diferentes comunidades autónomas, cada cual con sus procesos de recogida, que han tenido que uniformar siguiendo las directrices de las autoridades sanitarias a nivel estatal. Se puede intentar culpar a muchos: a las comunidades autónomas, al Gobierno central, a los que recogen la información, a los científicos de datos que los procesan y generan las “curvas de la pandemia”. Pero con todo, la propia naturaleza de los datos es la única culpable de no poder interpretar datos más veraces con mayor precisión.

El “poder de los datos” es cada vez más patente. Llevamos desde el principio del siglo hablando de la necesidad de tener datos abiertos, de que las administraciones públicas deben mejorar la transparencia y promover incluso la innovación, abriendo datos sobre los procesos y servicios que gestionan. Muchos indican que el “petróleo del siglo XXI son los datos”, prueba fehaciente de ello es que cinco de las empresas más grandes del planeta deben una gran parte de su negocio al uso que dan a los datos personales de sus usuarios en los diferentes servicios que ofertan. Estamos hablando de empresas como Amazon, Apple, Microsoft, Google o Facebook. Por otro lado, se está incidiendo mucho en la necesidad en Europa de promocionar la “Economía de los Datos” dando valor a los datos que recogen nuestras empresas en sus procesos productivos o los servicios que prestan, pues en muchas ocasiones no se valorizan. Con todo, independientemente de si hablamos de datos públicos, personales o industriales, es primordial que preservemos, controlemos y valoremos los datos. La gobernanza y el control de soberanía de los datos (términos asociados comúnmente a la democracia) son cada vez más relevantes para regular el uso, consumo y explotación de este nuevo “petróleo del siglo XXI”.

Centrándonos en cómo los datos pueden ayudarnos a resolver problemas de gran relevancia social y económica, como es la crisis del COVID-19 actual, veamos cuáles son las barreras que hemos de superar y qué mecanismos han ido emergiendo para abordarlas. La transparencia (apertura) es un atributo estrechamente ligado a la gobernanza (control y explotación) y la democratización (acceso y consumo) de los datos. Como resultado, desde 2016 grupos de expertos internacionales acuñaron el concepto FAIR data (o “datos justos”) a través de un artículo en la prestigiosa revista Nature[2]. Asimismo, instituciones internacionales como la Comisión Europea inciden en la importancia de liberar datos que nos puedan ayudar a catalizar la investigación. Bajo el paraguas FAIR se recogen un conjunto de directrices dirigidas a la gestión y administración de datos científicos. El propósito del concepto “datos justos” es proporcionar un conjunto de principios para mejorar la capacidad de encontrar y facilitar la accesibilidad, la interoperabilidad y la reutilización de los activos digitales. Los principios de FAIR hacen hincapié en la capacidad de actuación de las máquinas (es decir, la capacidad de los sistemas informáticos para encontrar (find), acceder (access), interoperar (interoperate) y reutilizar (reuse) datos sin intervención humana o con una intervención humana mínima), porque los seres humanos dependen cada vez más del apoyo informático para tratar los datos como resultado del aumento del volumen, la complejidad y la velocidad de creación de los datos.

Publicar datos abiertos para facilitar su tratamiento y la investigación a través del concepto FAIR es, en consecuencia, necesario, pero no es condición suficiente para que se puedan aprovechar por la comunidad científica y la sociedad en general. Es, por lo tanto, fundamental centrarnos en la mejora continua de los datos. Tal mejora es tarea no solo de aquellos que aportan datos sino también de aquellos que los consumen. Intervienen en este proceso de mejora algoritmos o procesos informáticos que detectan incoherencias, resuelven errores, y que, a menudo, requieren la intervención de humanos que moderan y validan las correcciones e incoherencias encontradas en los datos. En resumen, no es suficiente que los datos sean abiertos y “justos”, deben ser además de “alta calidad”, para facilitar su procesamiento y dar lugar a visualizaciones e interpretaciones entendibles no sólo por científicos de datos, sino por la ciudadanía en general. Solo así podremos avanzar hacia la “democratización de los datos”.

Por otro lado, también necesitamos reflexionar sobre los algoritmos que aplicamos a tales datos. La iniciativa OPAL – Open Algorithms for better decisions[3] – pretende liberar el potencial de los datos privados para el bienestar público. Tiene como objetivo servir como un facilitador de confianza para liberar el potencial de los datos recolectados por organizaciones privadas, trayendo el código a los datos a través de algoritmos abiertos y sistemas tecnológicos y de gobernanza seguros y justos, para mejorar las decisiones que apoyen los objetivos de desarrollo sostenible en el mundo. El poder desatado por los datos y su tratamiento ha hecho que la manera de aproximarse a datos y algoritmos, con la ayuda de la inteligencia artificial y —más en concreto— del aprendizaje automático (machine learning), haya pasado de una primera intención analítica (usar algoritmos para entender qué dicen los datos) a una intención predictiva (anticipar) y, finalmente, a una acción claramente prescriptiva (orientar la conducta de millones de personas mediante lo que se ha averiguado de ellas y de su contexto, utilizando para ello modelos predictivos y clasificatorios). Esto está causando en ocasiones el abuso de poder y la asimetría de capacidades de captación de datos, de su tratamiento, interpretación y decisión. Un punto común a las diversas variantes de este consenso es la exigencia de transparencia. La transparencia de datos y de algoritmos[4] implica la capacidad de saber qué datos se utilizan, cómo se utilizan, quiénes los utilizan, para qué los utilizan y cómo se llega a partir de los datos a tomar las decisiones que afectan a la esfera vital de quien reclama esta transparencia. En conclusión, datos más democráticos tienen que estar ligados a algoritmos (procesos) de análisis más transparentes, que permitan la explicación de las conclusiones generadas.

Finalmente, quiero cerrar este artículo mencionando otra temática de candente actualidad y que está generando mucha controversia, ya que puede amenazar un “uso democrático de los datos personales”: la introducción de aplicaciones por los gobiernos para rastrear los contactos sociales[5], con el objeto de hacer frente a la pandemia del coronavirus. La idea de estas aplicaciones es recabar y poner a disposición de las autoridades sanitarias en todo el mundo, datos de movilidad y de contactos entre individuos que permitan hacer un mejor seguimiento y predicción de las infecciones de COVID-19. China, Taiwán y Corea del Sur están ya usando este tipo de aplicativos. Sin embargo, estos aplicativos plantean serias dudas acerca de la privacidad de la información de los usuarios, algo que Apple y Google, proveedores conjuntos de una interfaz programática (API) para facilitar el desarrollo de tales aplicaciones móviles en dispositivos iOS o Android, dicen haber sido capaces de mitigar mediante el uso de Bluetooth y el carácter « voluntario » de los programas. Ante esta tesitura, muchos centros de investigación internacionales están reclamando la instauración de soluciones basadas en blockchain (totalmente descentralizadas, sin control central gubernamental) que garanticen la privacidad de los usuarios, les permitan ser conscientes de cuándo han entrado en contacto con infectados y deban por tanto guardar cuarentena, pero al mismo tiempo impidan que se tomen medidas sancionadoras contra ellos. Las soluciones basadas en blockchain pueden resolver los acuciantes problemas relativos a la soberanía y gobernanza de nuestros propios datos personales.

Como vemos la “democratización de los datos” puede ser observada desde diferentes prismas y es indudablemente multiespectral. No obstante, es innegable su relevancia e importancia en nuestra cotidianeidad, para poder ayudar a través de soluciones digitales a resolver los desafíos a los que nos enfrentamos día a día.

 

[1] https://www.semantics3.com/blog/thoughts-on-the-gigo-principle-in-machine-learning-4fbd3af43dc4/

[2] https://www.nature.com/articles/sdata201618

[3] https://www.opalproject.org/

[4] http://bid.ub.edu/es/41/sanguesa.htm

[5] https://www.20minutos.es/noticia/4246904/0/apple-y-google-revelan-como-seran-las-aplicaciones-para-rastrear-en-el-movil-contactos-con-covid-19/

Imagen: Jan Alexander, Pixabay

Las mujeres en carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics)

El viernes 11 de enero fui invitada a dar una conferencia en Jakin Mina a un público compuesto de estudiantes de 4º de la ESO. Decidí hablar de la situación de las mujeres en las carreras STEM, ya que, como subdirectora de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales y de Telecomunicación y como profesora de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) en los grados de Ingeniería en Tecnologías de Telecomunicación e Ingeniería Informática, soy testigo del bajón de mujeres en estas disciplinas.

La conferencia giró en torno a las causas de esta reducción en el número de estudiantes en carreras STEM, la situación en la UE, en España y en la Universidad Pública de Navarra, en particular.

En la UPNA y en el sistema universitario español prácticamente el 50% de los estudiantes son mujeres. Sin embargo, las estudiantes de las dos Escuelas de Ingeniería de la UPNA (ETSIIT y ETSIA) ronda de media en los últimos años el 23%. Los grados de Ingeniería Mecánica e Ingeniería Eléctrica y Electrónica presentan los porcentajes de mujeres más bajos, por debajo del 12%.

Las causas de esta situación son muy diversas. Por un lado, la educación y la opinión pública siempre han considerado estas carreras como masculinas y desprovistas de efectos sociales. Sin embargo, las carreras STEM sí pueden proporcionar ese elemento social que valoran las mujeres. Además, la sociedad necesita y va a necesitar para el año 2020 profesionales STEM y éstos deberían ser mujeres al menos en un 50%. También está la falta de referentes femeninos para explicar la falta de interés de las chicas por las carreras técnicas. En ingeniería en la Universidad las mujeres están en clara minoría dentro de las plantillas de personal docente e investigador y si no hay maestras, no hay alumnas. De pequeños, la mayoría de las niñas aventajan a los niños en todas las materias, incluyendo las matemáticas. La diferencia en sus comportamientos tiene que ver con la forma de enfrentarse a los retos. Mientras que los chicos piensan que no solucionan un problema porque es difícil, las chicas piensan que es porque no pueden hacerlo. Por otra parte, existe un problema de comunicación. Mucha gente no sabe a qué nos dedicamos exactamente los ingenieros… Tenemos que transmitirles en qué hacemos mejor la vida de todos gracias a la ingeniería, y cómo lo hacemos.

Tenemos que hacer algo para visibilizar a las mujeres que trabajamos en STEM. En este sentido hablé de las acciones de fomento de las ciencias llevadas a cabo por la Real Academia de Ingeniería (RAE), como una campaña de actividades para potenciar la inclusión y la vocación de niñas y jóvenes en este ámbito para desterrar la concepción de que las mujeres que tienen vocación por esas áreas son “bichos raros” o “intrusas”. También comenté las acciones llevadas a cabo por parte de la UPNA, como las charlas de divulgación científica, en las que el profesorado acude a los centros escolares, las Semanas de la Ciencia que se realizan en noviembre y en las que se organizan actividades para diferentes públicos. Además, también está la obra de teatro “Yo quiero ser científica” en la que 9 profesoras de la UPNA damos vida a 9 mujeres científicas del pasado procedentes de carreras STEM, con el fin de visibilizar a estas mujeres que padecieron muchas penurias para poder desarrollarse como científicas. También hablamos de nuestra carrera investigadora actual para poder visibilizar el papel de la mujer actual en la ciencia.

Además, mostré ejemplos de mujeres emprendedoras tecnólogas muy importantes a nivel internacional y también mujeres procedentes de la UPNA que han desarrollado su carrera de Ingeniería de Telecomunicación y han podido llevar a cabo acciones de emprendimiento, creando algunas de ellas empresas o grupos de investigación de gran prestigio internacional.

Para concluir, reflexioné sobre qué acciones pueden fomentar el incremento de mujeres en carreras STEM, haciendo hincapié en que es una labor que involucra a toda la sociedad en general.

Gracias a Jakiunde por permitirme participar en esta experiencia, y haber tenido la oportunidad de enviar este mensaje a una audiencia mayoritariamente femenina muy receptiva y participativa, dispuesta a formularme preguntas y a crear un diálogo.

 

Pie de foto:

Las profesoras autoras e intérprete de la obra “Yo quiero ser científica”. De izq. a dcha.: Gurutze Pérez Artieda (Maria Sibylla Merian), Aránzazu Jurío Munárriz (Klara Von Neumann), Idoia San Martín Biurrun (Edith Clarke), Silvia Díaz Lucas (Hedy Lamarr), Leyre Catalán Ros (Hipatia de Alejandría), Patricia Aranguren Garacochea (Marie Sklodowska-Curie), Marisol Gómez Fernández (Emmy Noëther), Alicia Martínez Ramírez (Sofia Kovalévskaya) y Edurne Barrenechea Tartas (Ada Lovelace), antes de una de sus actuaciones en el Planetario de Pamplona.

¿CSI o Criminología? Los criminólogos del siglo XXI

Alimentada particularmente por determinadas series televisivas como el “CSI:”, se identifica hoy la profesión criminológica con los especialistas en el análisis de la escena del crimen: profesionales que se enfrentan a un caso concreto con objeto de esclarecer lo sucedido mediante el examen de restos e indicios, y aplicando técnicas sofisticadas, hasta muy avanzadas y espectaculares en el plano experimental.

Ciertamente, la labor de las ciencias forenses, de la criminalística o de la policía científica resulta fundamental para la Administración de justicia: sin ellas difícilmente se puede llevar a juicio a los autores de los delitos más graves y hacer justicia. Sin embargo como insistiera Antonio Beristain, fundador del Instituto Vasco de Criminología (que celebra este Curso su 40 aniversario), el cometido de la Criminología va mucho más allá: se trata de dar respuesta a las demandas sociales sobre la criminalidad y sus efectos.

En nuestras sociedades complejas, la ciudadanía quiere, naturalmente, que los delitos se persigan y se juzguen. Pero, la exigencia ciudadana a los poderes públicos respecto de la criminalidad no se conforma con lo anterior: percibida como un factor generador de alta inseguridad, se reclama también, y no pocas veces en primer lugar, una prevención eficaz. Ahora bien, para intervenir adecuadamente sobre cualquier realidad compleja como es esta, primero hay que conocerla lo mejor posible. Partiendo del análisis de los hechos concretos y de las personas intervinientes (y de los entornos sociales en los que se inscriben), la Criminología busca conocer esa realidad criminal que se resiste a ser estudiada: no sólo debido a la importancia de la cifra negra (volumen de criminalidad que permanece oculto, hasta para la policía), sino hasta por la insuficiente información institucional disponible. Y, como ciencia empírica, aporta las herramientas necesarias para prevenir y tratar la criminalidad en los distintos planos en que esta se presenta.

  • Así, el análisis de los hechos o delitos concretos, cometidos por ciertos individuos en lugares definidos (un barrio, junto a una estación de metro, de tren…) permite construir estrategias de prevención situacional.
  • Por su parte, el estudio de la relación de la delincuencia con determinados contextos o problemas sociales lleva a promover otro tipo de actuaciones preventivas de carácter más general, aunque igualmente necesarias.
  • Además, muchos fenómenos criminales requieren un análisis y tratamiento específico y separado; por poner dos ejemplos, desgraciadamente, de la mayor actualidad: no son lo mismo, ni requieren idéntico abordaje, la violencia de género, la corrupción…
  • Con similar propósito preventivo y de defensa de la sociedad, se preocupa la Criminología de la apropiada intervención (en lo posible, resocializadora) sobre el delincuente.
  • Por último, y no precisamente en importancia, la Criminología no olvida a las víctimas de los hechos criminales, tan necesitadas de asistencia y reparación…

El campo de intervención criminológica abarca, pues, desde la prevención del delito y la criminalidad hasta el tratamiento del delincuente y la asistencia y reparación de las víctimas (y de la sociedad), e incluye también la evaluación de los costes y efectos de las estrategias y programas de intervención, de las penas aplicadas y, en general, de los procesos de criminalización y de victimización. En este amplio marco, la Criminología se presenta como un conocimiento socialmente valioso, al desarrollar el arsenal teórico, metodológico y práctico imprescindible para medir y abordar de manera inteligente, efectiva y justa la realidad criminológica, formulando, junto a hipótesis explicativas de la misma, propuestas preventivas, restaurativas, terapéuticas… Este es el cometido de la tarea profesional y de la investigación criminológica que, por su propia naturaleza, presuponen un intenso trabajo colaborativo, en equipo, para entender e integrar las aportaciones procedentes de otras perspectivas (sociológicas, jurídicas, psicológicas, médicas,…) que se interesan por aspectos particulares de la criminalidad. Sólo así es posible contar con la información imprescindible para que las decisionesconcernientes a la prevención del delito, el tratamiento del delincuente y la restauración de las víctimas tanto las políticas, legislativas, gubernamentales o municipales, como las referidas a un caso individualno se adopten ciegamente o de modo apriorístico, en razón de opciones ideológicas, impresiones o prejuicios, sino seria y racionalmente: esto es, a partir del conocimiento disponible sobre datos procedentes de la realidad.

El cambio de siglo ha traído una transformación radical del profesional criminólogo. Tradicionalmente predominó el “criminólogo funcionario”, dependiente del Ministerio de Interior, de Justicia, de la Administración penitenciaria. Hoy los “nuevos criminólogos” despliegan también su actividad mediante el ejercicio libre de la profesión a través de la consultoría privada o prestando servicios especializados en instancias múltiples. Y es que, al lado de los tradicionales informes criminológicos en asuntos relacionados con la seguridad pública y la administración de justicia o penitenciaria, son tantas las necesidades de conocimiento criminológico…; pensemos en la prevención local y comunitaria de la delincuencia, en el “nuevo” espacio victimológico; o en la ejecución de las nuevas sanciones penales (como el trabajo en beneficio de la comunidad) que no pocas veces demandan el diseño e implementación de programas a proponer a las correspondientes instituciones; y en las empresas y entidades, que pueden quedar exentas de responsabilidad criminal si cuentan con programas de cumplimiento, elaborados sobre auditorías criminológicas… Se subraya asimismo, y cada vez más, el papel del profesional criminólogo en el mundo de la comunicación, que tanto influye en nuestra percepción de la (in)seguridad, así como en la educación, por la positiva contribución que los programas criminológicos preventivos y restaurativos aportan en el aprendizaje de la prevención de conductas violentas (y, en general, de los conflictos) entre menores y jóvenes.

Como sucede con las profesiones “nuevas”, otros profesionales asumen todavía unas intervenciones que competen propiamente a los formados en Criminología. Ahora bien, la competencia y buen hacer de los nuevos criminólogos, pondrá pronto de relieve lo indispensable de los estudios en Criminología para la adquisición de los conocimientos y aptitudes requeridos para estas tareas profesionales, tan relevantes y específicas. Se hará entonces realidad el sueño premonitorio de Sherman (1998), para quien, en este siglo XXI, la penetración de la Criminología en la vida cotidiana llevará a la colaboración de los criminólogos con las más variadas instancias y agentes, institucionales, sociales, económicos…

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