Cambios de conducta en enfermedades neurológicas

The distinction between diseases of ‘brain’ and ‘mind’, between

‘neurological’ problems and ‘psychological’ or ‘psychiatric’ ones, is an

unfortunate cultural inheritance that permeates society and

medicine. It reflects a basic ignorance of the relation between brain

and mind. Diseases of the brain are seen as tragedies visited on

people who cannot be blamed for their condition, while diseases of

the mind, especially those that affect conduct and emotion, are seen

as social inconveniences for which sufferers have much to answer.

Individuals are to be blamed for their character flaws, defective

emotional modulation, and so on; lack of willpower is supposed to be

the primary problem.

 

(La distinción entre enfermedades de «cerebro» y «mente», entre los problemas «neurológicos» y «psicológicos» o «psiquiátricos» son una herencia cultural desafortunada que impregna la sociedad y la medicina. Refleja una ignorancia básica de la relación entre el cerebro y la mente. Las enfermedades del cerebro se ven como tragedias que ocurren en personas que no pueden ser culpadas por su condición, mientras que las enfermedades de la mente, especialmente aquellos que afectan a la conducta y a la emoción, se perciben como inconvenientes sociales de los cuales los enfermos son responsables. Se culpa a los individuos por sus defectos de carácter, por su modulación emocional alterada, y así sucesivamente; se supone que la falta de fuerza de voluntad es el problema principal).

 António R. Damásio, El error de Descartes.

 

La clase tiene como finalidad principal comprender la complejidad de la conducta humana, resultado de la actividad cerebral y como puede verse alterada de formas muy diferentes debido a lesiones que alteran los circuitos que regulan la conducta.

La conducta humana puede definirse como el conjunto de actos exhibidos por el ser humano. Lo podemos considerar sinónimo de comportamiento y es la manera de proceder que tienen las personas en relación con su entorno o mundo de estímulos. La psicología se ocupa de su estudio. La conducta se aprende en gran parte por imitación y está influida por normas sociales, aspectos genéticos y culturales. Puede ser consciente o inconsciente, voluntaria o involuntaria según las circunstancias que la afecten. La conducta está relacionada con la estructura de la personalidad y condicionada por aspectos racionales y emocionales. La conciencia ejerce un control escaso en nuestra conducta y en diferentes momentos podemos mostrar conductas diferentes, como consecuencia de la edad, pero también por los condicionantes sociales del momento.

La neurología es la ciencia que se ocupa de las enfermedades del sistema nervioso y muscular. Las enfermedades psiquiátricas también son enfermedades del sistema nervioso, y en concreto del cerebro, generalmente manifestadas por cambios conductuales, del ánimo o de la ideación, en ausencia de una neuropatología manifiesta. La división de las enfermedades neurológicas y psiquiátricas no es siempre neta y precisa, y muchas veces la separación es por hábitos y tradición. La conducta alterada se debe a cambios cerebrales y fundamentalmente de la corteza frontal.

El síndrome de Gilles de la Tourette es una condición en gran parte hereditaria, que ocurre preferentemente en varones (las mujeres de las familias afectadas suelen tener frecuentemente trastorno obsesivo compulsivo). Este sindrome se caracteriza por tics múltiples que aparecen en la infancia, son oscilantes y persisten el resto de la vida. Pueden asociarse otros síntomas como coprolalia (emisión de palabras obscenas), copropraxia (gestos obscenos) o una variedad de conductas impulsivas.

Existen personas con mayor impulsividad en la toma de decisiones. La impulsividad anormal es un trastorno observado en muchas enfermedades que afectan al lóbulo frontal y en especial a la corteza orbito-frontal. Es también la característica principal del Trastorno de control de Impulsos (TCI). Los TCI se definen en el “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorder” edición V (DSM-V) como la dificultad para resistir un impulso, una motivación o una tentación de llevar a cabo de manera compulsiva un acto perjudicial para la propia persona o para los demás. Se trata de trastornos complejos de la conducta caracterizados por un incremento de la impulsividad, con respuestas rápidas, repetitivas y poco planificadas ante estímulos internos y externos, desinhibidas y con escasa valoración de las consecuencias negativas tanto para el propio sujeto como para los demás.

Bajo la categoría diagnóstica de TCI en la enfermedad de Parkinson, se engloban el juego patológico, la compra compulsiva, la ingesta compulsiva y la hipersexualidad patológica. Otras conductas impulsivo-compulsivas (CIC) relacionadas incluyen el punding, definido como una intensa fascinación por actividades o movimientos sin finalidad; el hobbyismo, cuando la acción es por una actividad concreta (pintar, tocar un instrumento musical etc.); el walkabout, vagabundeo excesivo y sin rumbo; y el hoarding o trastorno por acumulación o disposofobia, que conlleva el acopio de gran número de elementos de poco o ningún valor objetivo. El Síndrome de Disregulación Dopaminérgica (SDD) se caracteriza por un uso compulsivo de la medicación dopaminérgica (mayoritariamente de tratamientos de elevada potencia y rápido efecto, como la levodopa o la apomorfina subcutánea) asemejándose a la adicción a las drogas recreativas y el TCI se sustenta en una alteración de la regulación de las vías de recompensa en la red mesocorticolímbica.

Aproximadamente el 20% de los pacientes con enfermedad de Parkinson que toman agonistas dopaminérgicos, sufren un TCI, preferentemente en varones, jóvenes y si están previamente deprimidos.

Los cambios de conducta se observan frecuentemente en pacientes que han sufrido un traumatismo craneoencefálico, o que sufren un tumor o tienen un ictus. Estos cambios son variables dependiendo del tamaño, localización y naturaleza de las lesiones, pero también del sexo, del nivel educativo y socioeconómico, así como de la personalidad previa.

Son las enfermedades neurodegenerativas, especialmente las demencias frontotemporales (DFT) y la enfermedad de Alzheimer (EA), las que ocasionan problemas conductuales más importantes.

Las DFT son un conjunto de enfermedades neurodegenerativas que afectan preferentemente la parte anterior del cerebro (lóbulos frontales y temporales). Se manifiestan o bien por cambios de conducta (la variante conductual) o por trastornos de lenguaje (afasias progresivas y demencia semántica). El espectro de las diferentes alteraciones de conducta que pueden observarse desde el inicio del cuadro clínico en la variante conductual es muy amplio, pero pueden resumirse en desinhibición, apatía, perdida de la empatía, conductas ritualistas estereotipadas, hiperoralidad con cambios de conducta alimentaria, y alteraciones de la función ejecutiva. Varios casos clínicos ilustrarán estos diferentes síntomas. Un aspecto interesante de las alteraciones conductuales por lesiones frontales es el trastorno del juicio y de la conducta moral. El caso clásico de Phineas Gage ilustra este problema.

En la EA las alteraciones de conducta son muy frecuentes y alteran la convivencia. Aunque muy variados, observamos que los pacientes se alteran, preocupan y enojan fácilmente, pierden el interés por las cosas, esconden cosas o creen que otras personas les esconden las cosas, imaginan cosas que no están ahí, tienden a deambular y salir de su hogar, caminan incesantemente de un lado a otro, muestran un comportamiento sexual inusual, menos frecuentemente golpean a otras personas y malinterpretan lo que ven o escuchan.

LOS RETOS CIENTÍFICO-TECNOLÓGICOS DE LA ESTRATEGIA DE DESARROLLO NAVARRA S3 – NAFARROA S3 GARAPEN ESTRATEGIAREN ERRONKA ZIENTIFIKO-TEKNOLOGIKOAK.

El pasado 26 de noviembre se celebró en Iruña-Pamplona una jornada dedicada a LOS RETOS CIENTÍFICO-TECNOLÓGICOS DE LA ESTRATEGIA DE DESARROLLO NAVARRA S3 – NAFARROA S3 GARAPEN ESTRATEGIAREN ERRONKA ZIENTIFIKO-TEKNOLOGIKOAK.

La jornada estuvo organizada por JAKIUNDE en colaboración con la Universidad de Navarra, la Universidad Pública de Navarra y SODENA. Se inscribieron más de 200 personas.

La inauguración de la jornada corrió a cargo de la Presidenta del Gobierno, Dña. María Chivite y participaron también de forma activa D. Manu Ayerdi, Consejero de Desarrollo Económico y empresarial y D. Juan Cruz Cigudosa, Consejero de Universidad, Innovación y Transformación Digital.

Participaron 27 ponentes pertenecientes a diversas instituciones navarras, tanto empresas, como centros tecnológicos y universidades. Entre todos se dio una visión sobre el desarrollo de la estrategia S3 en la Comunidad Foral, se comentaron las fortalezas del sistema de I+D+i, y los retos que se deben afrontar en los próximos años en los diferentes sectores de la S3.

Como resultado de la Jornada, D. Esteban Morrás, Académico de Jakiunde, leyó un Manifiesto que os mostramos en este blog.

Esteban Morrás, leyendo el Manifiesto.

 

MANIFIESTO

Navarra, a pesar de ser una comunidad pequeña, ha sido en los últimos veinticinco años una de las regiones del mundo que más ha aportado a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por Naciones Unidas. Desde esta tierra se ha contribuido a definir el modelo ambiental, social, regulatorio, industrial y financiero con el que las energías renovables ya han superado al Petróleo en ritmo de inversión anual. También han nacido aquí relevantes iniciativas innovadoras en los sectores de Alimentación, Salud, Automoción, así como recientes emprendimientos prometedores en Industrias Creativas y Digitales, o en Turismo Integral.

Esta realidad ha sido posible gracias a contar con dos magníficas Universidades de prestigio Internacional, que han proporcionado a los navarros la oportunidad de acceder al conocimiento con independencia de la disponibilidad económica de nuestras familias de procedencia.

Asimismo, ha contribuido a ello la estrategia firme y continuada de los poderes públicos desde 1982, apoyando a la industria, la inversión y el empleo, utilizando inteligentemente nuestra autonomía. En los últimos años, esta estrategia ha concentrado los recursos en torno a los sectores con futuro, atrayendo al inversor y creando un entorno laboral socialmente atractivo. Es la “Estrategia de Especialización Inteligente S3” elaborada en línea con los principios formulados por la Comisión Europea.

Hoy disfrutamos de una Navarra con un alto nivel de renta, sin grandes desequilibrios sociales, con un desempleo bajo para España, aunque alto para Europa, una tasa de igualdad de género mejor que la media europea, que respeta a los inmigrantes extranjeros, que da empleo a muchos de sus discapacitados, generosa con sus donaciones de órganos y sangre y, en general, con muchos factores que nos hacen sentirnos orgullosos.

Este éxito no debe llevarnos a la complacencia. Estamos asistiendo a una profunda transformación social y económica provocada por innovaciones tecnológicas radicales como la digitalización, la datificación -caracterizada por la generación de una colosal masa de datos provenientes de miles de millones de personas y dispositivos permanentemente interconectados-, y la Inteligencia Artificial, como sistema capaz de reproducir procesos mentales cada vez más complejos. Esta transformación nos sitúa en una de las épocas de progreso más poderosas de la humanidad y afectará de manera imparable a nuestros sistemas científicos, productivos, de movilidad y a nuestra esperanza de vida. Como toda herramienta en manos del ser humano, junto a sus ventajas acarrea el riesgo del abuso y el desequilibrio en sus primeros pasos.

Ante esta revolución, Europa no puede quedarse atrás, ni en el aspecto técnico y empresarial ni en el equilibrio entre el beneficio económico y tecnológico y la protección del ciudadano. Se trata no solo de lo que la tecnología puede hacer, sino de lo que debe hacer: la Inteligencia Artificial ha de convertirse en un instrumento decisivo para la consecución de los objetivos de Desarrollo Sostenible contribuyendo a erradicar la pobreza extrema, reducir las desigualdades y frenar el cambio climático. La liberación del ser humano de las tareas automatizables nos enfrenta al reto apasionante de crear las profesiones del futuro y de buscar nuevas fórmulas para el reparto del trabajo y de la riqueza, para que la oportunidad de mejora llegue a todos.

Estos retos requieren “talento”, es decir, personas innovadoras con una sólida formación académica y humana, comprometidas con su entorno social, que conviertan Navarra en un polo de atracción y no en una región que sufra la descapitalización humana. La sociedad navarra no debe ser simple espectadora sino agente activo de esta transformación, ayudando a configurarla conforme a nuestros intereses y convicciones, en torno a los siguientes conceptos:

El liderazgo, ejercido por nuestros representantes políticos, así como por agentes intelectuales, sociales y empresariales.

La colaboración, creando alianzas entre empresas, startups, agentes del conocimiento (Universidades, Centros de Investigación y Centros Tecnológicos) y las Administraciones Públicas. Navarra debe dinamizar sus políticas de compra pública innovadora y así ayudar a orientar la actividad emprendedora e investigadora hacia los resultados.

La Regulación, necesaria para crear nuevas técnicas normativas que sitúen a Navarra entre las regiones líderes de Europa en calidad de iniciativas regulatorias tecnológicas y en apertura a la transformación, con el objeto de crear nuevos productos y soluciones digitales.

La educación y la formación, pilares básicos en los que se debe incluir la permanente adaptación de nuestros planes de estudios, tanto en formación profesional como en grado universitario; la actualización constante en habilidades digitales para nuestros trabajadores y la promoción de iniciativas para despertar vocaciones técnicas entre nuestros jóvenes.

5G. La revolución digital puede y debe combatir el despoblamiento y la macrocefalia de las grandes ciudades, y para cumplir esos objetivos el despliegue de la banda ancha y de las redes 5G son esenciales.

Y finalmente, la atracción y el retorno del talento, ofreciendo un marco abierto, estable y atractivo para su desarrollo, utilizando nuestra autonomía legislativa y fiscal con un óptimo retorno.

Como conclusión, Navarra debe aprovechar todos sus recursos y capacidades, para hacer de esta tierra un actor relevante en la transformación social que vivimos, contribuyendo al progreso y al bienestar global.

Pamplona-Iruñea, 26 de noviembre de 2019

Académicos de JAKIUNDE presentes en la jornada: Humberto Bustince, Iñaki Pinillos, Iciar Astiasarán, Jesus Ugalde, presidente, Justo Lacunza y Esteban Morrás.

Kalamuaren alde ilunak

Gaur egun, Kannabisa mundu osoan gehien kontsumitzen den droga ilegala da. Ildo honetan, azken urteotan bere erabilera asko hedatu da gure gizartean. Estatistiken arabera, Euskal Autonomi Elkargoaren biztanleak 18 eta 19 urte bitartean hasten dira kannabisa kontsumitzen, batez beste (alkohola eta tabakoa kontsumitzen hasi eta geroxeago, hortaz). Hala ere, hamabost urterekin edo gutxiagorekin kannabisa hartzen hasi diren kontsumitzaileen ehunekoa %4ra hurbil daiteke.

Nolanahi ere, kannabisaren kontsumoa normalizatu egin da gure gizartean eta kasu askotan kontsumo ludikoari eta terapeutikoari buruzko informazioa nahasten da. Testuinguru honetan, substantzia honen arriskuaren pertzepzioa asko murriztu da biztanleen artean. Dena den, guztiok dakigunez, drogen kontsumoak arazo larriak eragin ditzake gure organismoan, eta arazo hauek larriagoak izan daitezke oraindik garatzen ari den nerabe baten gorputzean. Honela, aldi horretan edozein droga hartzeak garunaren heltze-prozesu normala eralda eta oztopa dezake, eta horrek etorkizunerako ondorio sakonak eta iraunkorrak izan ditzake. Adibidez, hainbat ikerketak frogatu dutenaren arabera, kannabisaren kontsumoa nerabezaroan hasteak eskizofrenia pairatzeko arriskua areagotzen du. Gainera, pertsona bakoitzaren arabera, kannabisak arretan, oroimenean eta ikaskuntzan eragindako ondorio negatiboek egunak edo hilabeteak iraun ditzakete. Honela, kannabisa hartzen duten ikasleek nota txarragoak ateratzen dituzte eta arazo gehiago dituzte hezkuntza-mailak gainditzeko. Honetaz gain, kannabisaren kontsumoak eragin fisiko zuzenak ditu ere gure gorputzean. Hala nola, begien gorritasuna, ikusmen lausoa, ahoaren lehortasuna, bihotzaren dardarak eta giharren ahultasuna eragin ditzake. Beste aldetik ere, askotan kannabisa tabakoarekin nahastuta kontsumitzen da. Horretan, kannabisaren berezko arriskuei tabakoaren erretzean sortzen diren substantzia toxiko eta kartzinogeniko ugariek sortutako arazoak gehitu behar zaizkie.

Egoera horren aurrean, gazteei kannabisaren neurri gabeko kontsumoak dituen ondorio kaltegarriei buruzko informazioa helaraztea ezinbestekoa da. Baina informazio horrek, zientifikoa, objektiboa eta ebidentzian oinarritutakoa izan behar du, nerabeek beren kabuz jabetzeko gehiegizko kontsumoaren arriskuez.

Los males de la ciencia tienen remedio

En las anotaciones precedentes nos hemos dedicado a repasar los que a nuestro juicio son los males de la ciencia actual. La serie empezó por una presentación de la empresa científica, el marco institucional y económico en el que se desarrolla, y el entramado de las publicaciones científicas como producto principal. Seguimos analizando los valores de la ciencia tal y como los formuló Merton a mediados del siglo pasado. Y a continuación abordamos el repaso de una serie de males que pueden considerarse propios, específicos de la empresa científica. Las últimas anotaciones han tratado de las resbaladizas relaciones entre investigación científica y ética en diferentes planos.

La relación de “males” o “patologías” no ha pretendido ser exhaustiva. Algunas de las malas prácticas presentadas aquí lo son porque vulneran las normas de Robert K Merton, incumplen el ethos de la ciencia en los términos en que él lo definió y que, implícitamente, asumimos gran parte de los científicos. Otras tienen más que ver con aspectos nucleares de la práctica científica o con el sistema de publicaciones o de financiación de la investigación. Son, por lo tanto, diferentes y seguramente los remedios que requieran también lo sean. Pero sospechamos que una gran parte de los problemas se atenuaría si universidades y centros de investigación modificasen el sistema de incentivos que utilizan para reconocer y premiar el trabajo de su personal científico. La cantidad debería perder importancia como criterio, para ir valorando cada vez más la calidad del trabajo y la trascendencia o relevancia de las investigaciones. No se trata de acudir a indicadores de las publicaciones tal y como se utilizan hoy o, al menos, no sólo a esos indicadores (basados en métricas de impacto y similares), sino de recurrir a la valoración experta del nivel y alcance del trabajo realizado.

Tenemos por último, todos esos ámbitos en los que el desarrollo de la ciencia se enfrenta a dilemas de naturaleza ética. No se trata de dilemas específicos de la ciencia, o dilemas cuya resolución deba recaer exclusivamente sobre el mundo científico. Son, en su gran mayoría, dilemas sociales. La ciencia es, si acaso, el instrumento, pero es en el ámbito social y político donde se han de resolver. Si se han de exprimir al máximo las posibilidades que nos brinda la biotecnología, o si debemos permanecer pasivos ante la previsible robotización de la sociedad, son cuestiones que no corresponde dirimir a los científicos. Quienes hacen la investigación científica deberán aportar su criterio experto, y tanto la sociedad como los responsables deberían tomar buena nota y tener en cuenta el dictamen experto, pero en última instancia, las decisiones son de carácter social y político. Nos interesa remarcar esta diferencia, porque los males que hemos considerado intrínsecos a la ciencia lo son porque de no neutralizarlos, está en juego el propio funcionamiento del sistema científico, y en ese terreno, los miembros de ese sistema tenemos mucho que decir y que hacer. Precisamente por esa razón, no nos parece saludable que los científicos se desentiendan de las implicaciones sociales de su trabajo. Creemos que tenemos una especial responsabilidad al respecto, precisamente porque somos quienes mejor podemos calibrar el alcance de nuestro trabajo más allá de cómo quede recogido en las publicaciones científicas.

La ciencia sufre de esos y de otros males; son males serios y de graves consecuencias. Las que afectan, con carácter general, al desarrollo del conocimiento son evidentes. Pero esas no son las únicas. También hay consecuencias prácticas de gran trascendencia. En los Estados Unidos se estima que la investigación preclínica no reproducible tiene un coste anual de 28 mil millones de dólares y, por supuesto, retrasa el desarrollo de tratamientos que salvan vidas humanas y mejoran la calidad de vida. Es de suponer que en el resto de potencias científicas las cosas estarán, en su correspondiente proporción, más o menos igual.

Hay investigadores que son reticentes a abordar de forma abierta estas cuestiones, porque temen que pueden conducir a un debilitamiento de la empresa científica porque la sociedad deje de confiar en los científicos. Creo que se trata precisamente de lo contrario. La opacidad sería contraproducente. Una herida que se cierra sin haberla limpiado debidamente, se cierra en falso porque cultiva la infección en su interior y antes o después, aflorará. La vía más eficaz para sanar los males pasa por conocerlos y buscar las medidas para combatirlos. No hay que ser tan ingenuo como para pensar que muchos de los problemas aquí expuestos tienen una solución definitiva. Ningún problema complejo suele tener soluciones definitivas y, desde luego, nunca son soluciones simples. De lo que se trata es de conseguir un funcionamiento de la empresa científica razonablemente mejor que el actual, más sano, con mejores resultados, más eficiente, y que se base más en la realización de interesantes trabajos que en la producción de ingentes cantidades de artículos.

Pero a la vez que han de preocuparnos los males, también debemos congratularnos de que sea la misma comunidad científica la que está tratando de aportar soluciones. Porque han sido científicos profesionales quienes han investigado y dado a conocer las patologías que aquejan a la práctica científica. Han sido científicos profesionales y organizaciones científicas las que han propuesto medidas para afrontar los problemas y resolverlos. Y algunas revistas científicas están adoptando medidas para incentivar la transparencia y la reproducibilidad de los resultados. Esas son las buenas noticias.

Fuentes

Agin, D (2007): Ciencia basura. Starbooks, Barcelona.

Briggle, A (2012): Scientific Responsability and Misconduct, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 41-48, 2nd edition, Academic Press, London

Ferris, Timothy (2010): The Science of Liberty, Harper Collins, Nueva York

Fischer, B A, Zigmond, M J (2012): Scientific Publishing, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 32-40, 2nd edition, Academic Press, London

Häyry, M (2012): Genetic Engineering of Human Beings, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol II, pp.: 437-444, 2nd edition, Academic Press, London

Holm, S, Stokes E (2012): Precautionary Principle, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol III, pp.: 569-575, 2nd edition, Academic Press, London

Johnson, J (2012): Ethical Experiments, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 2, pp.: 149-156, 2nd edition, Academic Press, London

Johnson, S (2012): Nanotechnology, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol III, pp.: 183-185, 2nd edition, Academic Press, London

López Nicolás, J M (2016): Vamos a contar mentiras. Cálamo, Madrid.

Menéndez Viso, A (2005): Las ciencias y el origen de los valores. Siglo XXI.

Merton, R K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal and Political Sociology 1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]

Neri, D (2012): Eugenics, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 1, pp.: 189-199, 2nd edition, Academic Press, London

Oreskes, N y Conway, E N (2018): Mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos oscurecieron la verdad sobre cuestiones que van desde el humo del tabaco al calentamiento global. Capitán Swing, Madrid.​

Resnik, D B (2012): Developing World Bioethics, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 1, pp.: 771-778, 2nd edition, Academic Press, London

Solbakk J H, Vidal, S M (2012): Research Ethics, Clinical, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 3, pp.: 775-785, 2nd edition, Academic Press, London

Spier, R E (2012): Science and Engineering Ethics, Overview, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 14-31, 2nd edition, Academic Press, London

Di Trocchio, F (1993): “Las mentiras de la ciencia” Alianza Editorial.

Ziman, J (2000): Real Science: What It Is and What It Means. Cambridge University Press.

Zuk, M (2013): Paleofantasy: What Evolution Really Tells Us about Sex, Diet, and How We Live. Norton & Co, New York.

 

Nota:

Esta es la vigésima y última entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”, “Conflictos de intereses en la ciencia”, “Mala ciencia de consecuencias catastróficas”, “La ciencia al servicio de la guerra”, “No todo vale al servicio de la ciencia”, “Dilemas éticos en la frontera de la ciencia” y “Normas de prudencia en el quehacer científico”.

 

 

Normas de prudencia en el quehacer científico

Dados los dilemas vistos en la anotación anterior y otros que no se han recogido aquí, no dejan de hacerse llamadas de atención, tanto desde la propia comunidad científica, como desde fuera de ella, advirtiendo de la necesidad de actuar con prudencia y en algún caso, de establecer moratorias al uso de ciertas tecnologías hasta no tener maás garantías acerca de su inocuidad.

Con carácter general, y en el marco de su tesis doctoral sobre el entramado de ciencia y valores, Menéndez Viso (2005) propone recuperar la noción aristotélica de prudencia (phronesis) para relacionar lo que sabemos y lo que debe hacerse. Propone que la prudencia inspire las decisiones que toman los científicos y quienes hayan de aplicar los productos de la ciencia.

En este terreno, ya desde los años setenta del siglo pasado se ha propuesto la aplicación del llamado Principio de Precaución (PP) a la hora de tomar decisiones relativas a la aplicación de las técnicas objeto de controversia.

El Principio de Precaución empezó a tener reconocimiento jurídico de orden internacional cuando la Asamblea General de Naciones Unidas adoptó la Carta Mundial de la Naturaleza. El Protocolo de Montreal lo incorporó en su formulación en 1987. Y a partir de ese momento tuvo acogida en diferentes tratados internacionales (Declaración de Río y Protocolo de Kioto). También se ha ido incorporando a diferentes legislaciones nacionales.

El Principio de Precaución se sustenta en dos ideas principales:

  1. La necesidad de que quien toma las decisiones anticipen el daño que puede causar una actuación antes de que ocurra. Esta idea lleva implícito el cambio de la carga de la prueba, porque es quien propone la actuación quien ha de demostrar que no causará daño o que es muy improbable que lo cause.
  2. La proporcionalidad entre el riesgo y los costes y viabilidad de la acción propuesta

El problema de este principio es que hay numerosas y muy diversas formulaciones del mismo, lo que es indicativo de la dificultad real para objetivar y acordar una definición. A pesar de ello, ha tenido reflejo en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea y en la legislación de algunos de sus estados. El Consejo de Europa lo define así:

Cuando una evaluación pluridisciplinaria, contradictoria, independiente y transparente, realizada sobre la base de datos disponibles, no permite concluir con certeza sobre un cierto nivel de riesgo, entonces las medidas de gestión del riesgo deben ser tomadas sobre la base de una apreciación política que determine el nivel de protección buscado.

El problema es que es una definición ambigua. La expresión “cierto nivel de riesgo” -que puede tener consecuencias de muy largo alcance- no puede ser más indefinida. Dado que también señala que las medidas han de tomarse “sobre la base de una apreciación política”, en última instancia han de ser criterios de carácter político los que se utilicen a la hora de tomar las decisiones que corresponda.

Y de acuerdo con la fórmula recogida en la web del Parlamento Europeo, este principio habilita a quienes han de tomar decisiones para adoptar medidas de precaución tempranas cuando las pruebas científicas acerca de un peligro para el ambiente o para la salud humana son inciertas y el riesgo es alto.

Holm y Stokes (2012) reconocen la existencia de ese déficit de definición, lo que genera un amplio margen para su aplicación. En sus formulaciones más exigentes el PP es incoherente con la ciencia de la evaluación de riesgos, socava el valor del conocimiento experto y establece objetivos de riesgo 0 nada realistas. También se ha argumentado que es irracional, puesto que su aplicación llega a impedir que se realicen las investigaciones necesarias para establecer los riesgos de forma científica. Otros hemos criticado sus formulaciones más exigentes por la inversión de la carga de la prueba que conlleva, recuperando a estos efectos la filosofía de la llamada prueba diabólica.

Para quienes se oponen al PP, la ambigüedad en su formulación abre un boquete para la toma arbitraria de decisiones. Sus defensores, sin embargo, sostienen que esa ambigüedad es positiva, porque promueve la flexibilidad y la responsabilidad.

Una de las críticas más sólidas que se ha hecho al Principio de Precaución es que su aplicación puede generar costes de oportunidad que acaben causando un daño muy superior al que se pretendía evitar. De hecho, y dado que exige que la carga de la prueba recaiga sobre quien se propone desarrollar o implantar algo nuevo, y no sobre quien trata de impedirlo, sesga la toma de decisiones contra la implantación de nuevas tecnologías. Invenciones y desarrollos tecnológicos como los automóviles, por ejemplo, no habrían quizás superado la prueba de acuerdo con la definición del Consejo de Europa.

Algunos creen que, teniendo en cuenta la magnitud de los beneficios que han reportado las invenciones, la ciencia, la tecnología, en suma, la cultura, a la humanidad, la cautela también podría aplicarse en un sentido diferente. Sostienen que quizás no debería ir dirigida a limitar de forma severa el desarrollo de lo nuevo, sino que debería utilizarse de forma mucho más equilibrada. Al fin y al cabo, la posibilidad de resolver los problemas que la humanidad deba afrontar sólo dependerá de saber cómo hacerlo. Nuestras principales limitaciones son las que se derivan de la ignorancia. Por eso, creen que limitar las posibilidades de irle ganando terreno a la ignorancia puede tener efectos muy negativos.

No son dilemas fáciles. Basta recordar la tragedia de la talidomida, o los efectos del amianto, graves problemas de salud que podían haberse evitado si se hubiese sido más cauteloso en determinadas ocasiones. Pero ello no obsta para tener presente que la cautela debe tener también doble filo: además de para limitar o prohibir, también podría aplicarse para desarrollar y permitir. La evaluación de las novedades debe, por ello, ser lo más equilibrada posible, contemplando riesgos y beneficios, y tratando de evitar que la carga de la prueba recaiga siempre en quien propone alguna innovación.

Hay quien ha formalizado estas cuestiones y les ha dado un tratamiento teórico. De ahí ha surgido lo que denominan el principio de proacción. Esta idea, propuesta por el transhumanista Max More, consiste en una especie de reverso del principio de precaución y consiste en “asumir los riesgos de acuerdo con la ciencia disponible y no la percepción popular” y tener en cuenta no solo los impactos de una tecnología sino los beneficios que se pierden en el caso de no ponerla en marcha.

Para concluir, nos ha parecido de interés traer aquí la idea formulada de manera reciente por la matemática Hannah Fry, quien propone que quienes trabajan en matemáticas, ingeniería informática, ciencia y tecnología deberían hacer una especie de juramento hipocrático, en virtud del cual se comprometerían a pensar de forma rigurosa acerca de las posibles aplicaciones de su trabajo, y obligarse a sí mismos a desarrollar aquellas acerca de las cuales tengan suficientes garantías de que no serán perjudiciales para la sociedad. No es la primera iniciativa en ese sentido (aquí y aquí otras), pero es reciente y está formulada de acuerdo con un procedimiento ya utilizado en el campo de la medicina.

Nada de esto es fácil.

 

Fuentes:

Holm, S, Stokes E (2012): Precautionary Principle, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol III, pp.: 569-575, 2nd edition, Academic Press, London

Menéndez Viso, A (2005): Las ciencias y el origen de los valores. Siglo XXI.

Nota:

Esta es la décimo novena entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”, “Conflictos de intereses en la ciencia”, “Mala ciencia de consecuencias catastróficas”, “La ciencia al servicio de la guerra”, “No todo vale al servicio de la ciencia”, y “Dilemas éticos en la frontera de la ciencia

Dilemas éticos en la frontera de la ciencia

Los avances científicos y tecnológicos suscitan a menudo la duda de si, además de los beneficios que se puedan derivar de ellos, pueden también dar lugar a perjuicios o, incluso, causar daños que puedan eventualmente llegar a tener efectos catastróficos. El desarrollo científico actual no se ve libre de esos dilemas, que afectan a campos y líneas de investigación en las que se han creado tecnologías con un potencial impresionante. Para ilustrar estos dilemas hemos optado por presentar brevemente aquí tres de esas áreas en las que los avances en la frontera del conocimiento generan debate, inquietud o, incluso, provocan directamente ya la oposición de ciertos sectores sociales. Nos referiremos a la ingeniería genética, la selección de embriones con características prefijadas, y la nanociencia y nanotecnología.

En materia de ingeniería genética, hay asuntos que son objeto de controversia, algunos de los cuales se exponen brevemente a continuación (Spier, 2012).

La posibilidad de secuenciar de forma barata y rápida el genoma de numerosos individuos abre la puerta a que se pida a la gente, implícita o explícitamente, que proporcione su información genética a empleadores o aseguradoras, por ejemplo. Los gobiernos, a través de los sistemas públicos de salud también tendrían acceso a esa información. La intimidad de las personas afectadas se vería en todos esos casos y otros no contemplados aquí claramente vulnerada.

La sustitución o modificación de genes que puedan condicionar la predisposición a ciertas enfermedades, la propensión a determinados rasgos de carácter, el envejecimiento, las habilidades cognitivas, los rasgos físicos, el estado de ánimo, el vigor sexual u otras características también es motivo de preocupación. ¿Dónde se establecerían los límites? ¿Quién los establecería? ¿No supondría la aplicación de estas técnicas una forma de eugenesia “positiva”? En muchos casos se trata de posibilidades todavía lejanas, por las limitaciones técnicas, pero en el supuesto de que bastantes de esas limitaciones se superasen, subsistiría el dilema de si es lícito realizar dichas prácticas o, hasta dónde llegar con ellas (Neri, 2012).

Ya se producen de forma rutinaria animales de laboratorio con características especiales. También organismos a los que se les han inactivado ciertos genes (los ratones knockout son un excelente ejemplo). La biotecnología ha abierto también la puerta a la creación de quimeras o de nuevos organismos con características predeterminadas.

De un orden completamente diferente, pues no conciernen a la naturaleza humana, son las controversias relativas a la producción de organismos transgénicos con propósitos comerciales. Nos referimos, principalmente, a la producción de semillas transgénicas o de animales de esa misma condición, como salmones de crecimiento rápido, por ejemplo. Aunque la mayoría de la comunidad científica coincide en que no se han encontrado pruebas de la peligrosidad de estos organismos, a ellos se oponen sectores sociales y políticos con gran presencia mediática. Esgrimen argumentos de carácter ecológico y razones de salud, pues sostienen que pueden causar un daño grave e irreversible a ecosistemas y seres humanos.

La edición genómica con similares propósitos haciendo uso de las técnicas CRISPR suscita la misma oposición. Es más, el pasado año el Tribunal de Justicia de la Unión Europea sentenció que los organismos que se obtengan mediante la modificación del genoma haciendo uso de esas técnicas han de ser considerados legalmente organismos transgénicos, por lo que les será de aplicación la directiva 2001/18EC. La citada resolución da la razón a varias organizaciones de empresarios agrícolas y grupos ecologistas franceses. La resolución del Tribunal es de gran trascendencia. Dadas las dificultades que han de superarse en la UE para que sea autorizado el cultivo de un transgénico, los obstáculos que deberán salvar los organismos creados mediante edición genética serán similares.

La sentencia no debería extrañar si miramos la forma en que está redactada la normativa europea en materia de organismos modificados genéticamente (OMG). Sin embargo, la decisión no se sostiene desde el punto de vista científico, tal y como explica el genetista y especialista en el uso de estas técnicas Lluís Montoliu.

Volviendo a los seres humanos, con las técnicas hoy disponibles y las que puedan desarrollarse en el futuro inmediato se han abierto posibilidades antes nunca vistas. Para empezar, se pueden hacer diagnósticos genéticos previos a la implantación de embriones, lo que abre la puerta, de entrada, a una eugenesia positiva comentada antes. En noviembre pasado, el científico chino He Jiankui anunció haber creado bebes cuyo genoma había sido editado para hacerlos resistentes al VIH y otros patógenos. El problema, como muchos científicos se encargaron de alertar, es que no es en absoluto descartable que se produzcan errores, que pueden ser fatales o causar daños inasumibles. La clonación plantea problemas similares. Además, hay una gran incertidumbre con los resultados de los tests genéticos, y ser difícilmente interpretables por los interesados (Häyry, 2012).

Por otro lado, las técnicas de reproducción asistida generan también importantes dilemas como el estatus y derechos de un embrión humano viable congelado en caso de muerte de sus progenitores, el recurso a mujeres a quienes se paga para llevar a término un embarazo, la edad de una madre en el momento de la implantación de un embrión, o el desarrollo de clones humanos, entre otros. (Spier, 2012)

De una naturaleza completamente diferente son los dilemas que plantea la nanociencia y nanotecnología por los posibles riesgos que su uso pudiera provocar. Según Maynard et al (2006) y Johnson (2012), es posible que el temor a los posibles peligros de algunas nontecnologías sea exagerado, pero no carece necesariamente de fundamento. Investigaciones que han analizado la toxicidad de nanomateriales en cultivos celulares y animales han mostrado que el tamaño, el área superficial, la química de la superficie, la solubilidad y quizás la forma influyen en cierta medida en el daño que puede producir los materiales de dimensiones nanométricas. Y por otro lado, hay quien duda de que la ciencia disponga de la tecnología adecuada para evaluar esos posibles daños.

Entiéndase que los tres casos expuestos lo son a modo de ejemplo de muchos otros posibles (inteligencia artificial, “big data”, uso de robots, etc.)

 

Fuentes: Además de las enlazadas en el texto, las fuentes utilizadas han sido los artículos de la Encyclopedia of Applied Ethics referenciados a continuación:

Häyry, M (2012): Genetic Engineering of Human Beings, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol II, pp.: 437-444, 2nd edition, Academic Press, London

Johnson, S (2012): Nanotechnology, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol III, pp.: 183-185, 2nd edition, Academic Press, London

Neri, D (2012): Eugenics, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 1, pp.: 189-199, 2nd edition, Academic Press, London

Spier, R E (2012): Science and Engineering Ethics, Overview, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 14-31, 2nd edition, Academic Press, London

Notas:

  1. Esta es la décimo octava entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”, “Conflictos de intereses en la ciencia”, “Mala ciencia de consecuencias catastróficas” y “La ciencia al servicio de la guerra” y “Métodos perversos al servicio de la ciencia”.
  2. La figura presenta un esquema del procedimiento de edición genómica (Wikipedia)

 

 

No todo vale al servicio de la ciencia

Experimentación con seres humanos

El primer ejemplo conocido de experimentación con seres humanos fue el de Edward Jenner, cuando inoculó a una niña de ocho años de edad el pus tomado de viruela de ganado. El experimento de Jenner resultó un éxito y abrió la era de las vacunas pero, curiosamente, hoy resultaría inaceptable. Y antes de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, no era infrecuente que los médicos comprasen esclavos negros para experimentar con ellos, realizando dolorosísimas y peligrosas intervenciones.

Fue en pleno siglo XX y en el contexto de la II Guerra Mundial, cuando se llegó a experimentar a gran escala con seres humanos. Como es de sobra conocido, médicos nazis realizaron experimentos atroces con prisioneros de campos de concentración (efecto de la hipoxia, efectos del gas nervioso, congelaciones, efectos de las altas presiones e ingestión de agua de mar). En Nürenberg 23 médicos fueron llevados a juicio por esas atrocidades.

Menos conocidos que los experimentos en los campos de concentración alemanes son los que realizaron los investigadores de la Unidad 731 del ejército japonés durante su ocupación de China y Manchuria durante los años 30 y 40. La Unidad 731 era de guerra química y biológica, y los experimentos, que incluían vivisecciones y provocaron la muerte de miles de prisioneros de diferentes nacionalidades, tenían como objetivo desarrollar técnicas para expandir y prevenir los efectos de agentes químicos y biológicos propios de esa modalidad bélica. En ellos colaboraron médicos y científicos, y al contrario de lo que ocurrió con los alemanes que fueron juzgados en Nürenberg, se les ofreció inmunidad a cambio de la información que poseían, información en la que estaban muy interesados científicos norteamericanos.

Entre 1963 y 1966 investigadores de la Willowbrook School de Nueva York hicieron ingerir a niños con retraso mental virus de la hepatitis vivos para estudiar la etiología de la enfermedad y la posibilidad de elaborar una vacuna.

En 1963, médicos del Hospital Judío de Enfermedades Crónicas de Brooklyn inyectaron células cancerosas vivas a pacientes ancianos sin informarles al respecto, para estudiar las respuestas inmunitarias del organismo.

En 1972 se dio a conocer que el Servicio de Salud Pública de los EEUU había desarrollado el “experimento de la sífilis de Tuskegee”, una investigación de larga duración. En ese estudio hombres afroamericanos en estadios avanzados de sífilis habían sido sometidos a experimentación sin haber garantizado que se había obtenido su consentimiento informado.

Lo que expondremos a continuación no tiene la gravedad de las actuaciones reseñadas en los párrafos anteriores, pero se trata de una práctica que se encuentra en el límite de lo admisible. Por otro lado, quizás no es del todo apropiado considerarlas como actividades al servicio de la ciencia, pero entendemos que debe figurar aquí porque, al fin y al cabo, en ella se hallan implicados médicos y científicos. Nos referimos a lo que podría denominarse, eufemísticamente, “deslocalización” de ensayos clínicos.

A lo largo de lo que llevamos de siglo, una parte importante de la investigación clínica se ha trasladado a países pobres. Ello puede haber sido debido a regulaciones cada vez más estrictas en los países desarrollados en lo relativo a la protección de las personas sujeto de los experimentos. También puede deberse a que los procedimientos se han hecho más costosos y burocratizados. Por otro lado, en los países más pobres pueden aplicarse variantes más flexibles de los protocolos de investigación. Los comités éticos son más permisivos. Los riesgos jurídicos, con las consiguientes indemnizaciones son menores de manera que los costes de los seguros también lo son. Es también más fácil contar con voluntarios para participar en ensayos clínicos. Todo ello ha conducido a que se usen estándares éticos diferentes en los países pobres y en los desarrollados.

15 ensayos clínicos en varios países africanos y República Dominicana han sido acusados de no respetar los estándares éticos exigibles. Se refiere a estudios que demostraron que suministrando AZT a mujeres embarazadas VIH-positivas y a los bebés durante 6 semanas tras el nacimiento, reducía la transmisión perinatal de VIH de un 25% a un 8%. La acusación se basó en haber mantenido un grupo control (placebo). La diferencia entre haberlo hecho con o sin placebo radicaba en la magnitud, coste y duración de los ensayos, mucho más largos y caros de no haber utilizado un grupo de placebo.

En general son muy problemáticos los ensayos hechos en países pobres: se utiliza a personas que no reciben una parte de los beneficios que proporcionan los ensayos.

Experimentación con animales

La experimentación con animales es una cuestión controvertida. Hay personas que se oponen radicalmente al uso de animales en investigación invocando argumentos de carácter ético. Sin embargo, los defensores de este tipo de investigaciones invocan la primacía del bienestar y dignidad humanas como razón para justificar su práctica, sobre todo en áreas en que se persiguen mejoras significativas en la salud humana.

La experimentación con animales tiene una larga historia que se remonta, al menos, hasta el Renacimiento. William Harvey, el descubridor de la circulación general, fue uno de los primeros, y lo justificó aduciendo que estudiando diferentes animales se podía aprender cómo funcionaba el ser humano. Y ya en el siglo XIX, son conocidísimos los experimentos con animales de Claude Bernard, experimentos que él justificaba abiertamente. En la actualidad los experimentos con animales persiguen diferentes propósitos; buscan conocer la propia biología de los animales, pero también se utilizan porque no se pueden usar seres humanos en cuestiones que nos afectan o interesan; en cierto modo son nuestros sustitutos. Los utilizamos como modelo en ensayos de fármacos y, en general, de tratamientos médicos.

La mayor parte de los laboratorios en que se trabaja con animales se encuentran en países en los que rigen normas y códigos de conducta que determinan qué prácticas son aceptables y cuáles no. Tales regulaciones persiguen disminuir el número de animales utilizados -en mayor medida cuanto más próximos se encuentren a los seres humanos- y también reducir el dolor y sufrimiento hasta los mínimos estrictamente necesarios.

En España, además de las normas legales que todos los laboratorios están obligados a cumplir, las sociedades científicas (COSCE) han impulsado un Acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica. El acuerdo consiste en un documento que busca “establecer vías de comunicación entre la comunidad científica y la sociedad sobre cuándo, cómo y por qué se usan animales en investigación y los beneficios que se derivan de esta práctica”. Más de 80 instituciones (entre las que se encuentran organismos públicos de investigación como el CSIC; varias universidades; centros de investigación como CNIO y CNIC, sociedades científicas como SEBBM, SENC, empresas y hospitales) han suscrito el acuerdo, en virtud del cual se comprometen a “compartir información de forma transparente, y fomentar la comunicación acerca de la investigación con animales para hacer llegar al público toda la información sobre las razones, los métodos y el avance en el conocimiento que la misma genera y que justifica el uso de animales en investigación científica.”

 

Fuentes: Además de las enlazadas en el texto, las fuentes utilizadas han sido los artículos de la Encyclopedia of Applied Ethics referenciados a continuación:

Briggle, A (2012): Scientific Responsability and Misconduct, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 41-48, 2nd edition, Academic Press, London

Johnson, S (2012): Nanotechnology, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol III, pp.: 183-185, 2nd edition, Academic Press, London

Resnik, D B (2012): Developing World Bioethics, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 1, pp.: 771-778, 2nd edition, Academic Press, London

Solbakk J H, Vidal, S M (2012): Research Ethics, Clinical, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 3, pp.: 775-785, 2nd edition, Academic Press, London

Spier, R E (2012): Science and Engineering Ethics, Overview, in Encyclopedia of Applied Ethics, Vol 4, pp.: 14-31, 2nd edition, Academic Press, London

 

Notas:

  1. Esta es la décimo séptima entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”, “Conflictos de intereses en la ciencia”, “Mala ciencia de consecuencias catastróficas” y “La ciencia al servicio de la guerra”.
  2. La imagen presenta a un médico extrayendo sangre en el contexto del experimento de Tuskegee (Fuente: Wikipedia)

La ciencia al servicio de la guerra

En las guerras siempre se ha utilizado el conocimiento del que se disponía en la época. Por tanto, la ciencia y la tecnología, en tanto que formas de conocimiento, no han sido ajenas a los conflictos bélicos. Más bien habría que decir que las guerras han incentivado la generación de conocimiento científico y tecnológico, y lo siguen haciendo en la actualidad.

A Arquímedes (s III aec) se le atribuye haber inventado un dispositivo basado en espejos ustorios para concentrar rayos de luz solar y producir suficiente calor como para dar fuego a las naves que transportaban las tropas romanas que pretendían ocupar la ciudad de Siracusa. Aunque en realidad, no sabemos si esa atribución es correcta.

Si nos limitamos al siglo XX y lo que llevamos del XXI, está claro que laboratorios y despachos de científicos han tenido un protagonismo determinante en los conflictos bélicos.

Fritz Haber fue galardonado con el premio Nobel por su descubrimiento del proceso llamado de Haber-Bosch, para la síntesis catalítica de amoniaco a partir de hidrógeno y nitrógeno atmosférico bajo condiciones de alta presión y temperatura. Ese proceso abrió la era de la producción industrial de fertilizantes y, en general, de la industria química. Pues bien, él fue el químico al frente del programa de producción de gases letales que utilizó Alemania en la I Guerra Mundial. F Haber puso sus conocimientos al servicio del esfuerzo bélico alemán por su forma de entender el patriotismo; llegó a decir que «en tiempo de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempo de guerra pertenece a su país».

No solo él, James Franck, Gustav Hertz y Otto Hahn, futuros premios Nobel, también formaron parte de la unidad de Haber. Y en el bando galo, otro galardonado con el Nobel, Victor Grignard, participó en el esfuerzo francés para producir gases venenosos.

El radar, invención basada en la patente obtenida por Robert Watson-Watt (descendiente de James Watt), fue seguramente determinante del curso que siguió la II Guerra mundial. El invento, de 1935, de Watson-Watt se basaba en el uso de ondas de radio para detectar y alertar de movimientos de objetos invisibles con la vista. En este caso se trató de una invención de carácter defensivo (sirvió, entre otras cosas, para poder anticipar los bombardeos alemanes sobre la población civil británica), pero en lo relativo a su influencia sobre el curso de la guerra, a largo plazo no es posible diferenciar la función defensiva de la ofensiva.

El ejemplo más evidente de contribución científica a la guerra es el proyecto Manhattan, nombre clave con el que se conocía el proyecto que desarrolló Estados Unidos para fabricar la bomba atómica durante la II Guerra Mundial. El objetivo del proyecto era producir la bomba antes de que los nazis lo consiguieran. Lo lograron, como es bien sabido. Y como consecuencia de ello, lanzaron sendas bombas sobre las ciudades japonesas de Hirosima y Nagasaki, provocando de esa forma la rendición del Japón. El proyecto, en su parte científica, fue dirigido por el físico Julius Robert Oppenheimer y de una u otra forma, participaren numerosos científicos e ingenieros. También estos científicos tomaron parte en el proyecto por una causa. Todos ellos quisieron colaborar en la derrota de las potencias del Eje.

En las guerras del siglo XXI los científicos e ingenieros siguen teniendo una función determinante en el perfeccionamiento del armamento clásico y en las innovaciones. Drones, robots, inteligencia artificial, sistemas de telecomunicaciones, invisibilidad a los sistemas de detección son áreas en las que los ejércitos más poderosos del mundo invierten enormes cantidades de recursos. Muchos científicos e ingenieros participan en el desarrollo de nuevas ideas con fines militares.

Tanto Haber como Oppenheimer ejemplifican bien el tipo de dilemas éticos al que se han de enfrentar los científicos que toman parte activa en el desarrollo de armas de gran potencial para segar vidas humanas. Ambos actuaron motivados por su compromiso con el destino de los conflictos bélicos en que se vieron involucrados. Haber por patriotismo y Oppenheimer para frenar el avance del fascismo. Sus casos son especiales porque el resultado de su trabajo científico tuvo como consecuencia la pérdida de miles de vidas humanas, pero en rigor, nada los diferencia de la actuación de otros científicos que han desarrollado y desarrollan su actividad al servicio del ejército de sus países.

Notas:

  1. Esta es la décimo sexta entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”, “Conflictos de intereses en la ciencia” y “Mala ciencia de consecuencias catastróficas”.
  2. La imagen que ilustra esta anotación muestra a Fritz Haber.

 

Mala ciencia con consecuencias catastróficas

En algunas ocasiones nociones erróneas, por carecer de suficiente respaldo científico o por ser claramente anticientíficas, han conducido a la adopción de medidas que han causado gran sufrimiento humano. Lo más sangrante, además, es que quienes las han aplicado lo han hecho con el objeto de promover un nuevo (y supuestamente mejor) orden social y convencidos de que contaban con suficiente sustento científico a su favor. Nos ocuparemos aquí de dos de esos casos, el de la eugenesia y el del lysenkoismo.

Francis Galton fue un polímata británico (primo de Charles Darwin) que, abogó en 1883 por apoyar a las personas más favorecidas para que tuvieran más hijos, en detrimento de las menos favorecidas. A este proceder lo denominó eugenesia, y se basaba en una interpretación errónea de la teoría de la evolución por selección natural. La eugenesia que proponía Galton era una eugenesia positiva, pues no pretendía actuar de forma directa para evitar que los menos favorecidos tuvieran descendencia (eugenesia negativa). Pero mucho de lo que vino después no lo era.

Las propuestas eugenésicas llegaron a ser aceptadas en varios países y se llegó incluso a practicar mediante esterilizaciones masivas de personas que, supuestamente, tenían rasgos genéticos considerados indeseables. En el conjunto de estados que aprobaron leyes eugenésicas en los Estados Unidos llegaron a esterilizarse a más de sesenta mil personas a lo largo de varias décadas en pleno siglo XX. Todavía en la década de 1960, el endocrinólogo D. J. Ingle, miembro de la Academia de Ciencias, director del Departamento de Fisiología de la Universidad de Chicago y fundador de la revista Perspectives in Biology and Medicine, reivindicó la esterilización masiva de la población afroamericana para “evitar el debilitamiento de la cepa caucásica”.

En Alemania, el gobierno del III Reich, a imitación del modelo estadounidense y al servicio de las doctrinas raciales nacionalsocialistas, llegaron a esterilizar a más de 400.000 personas. En el programa, iniciado a partir del ascenso de Hitler al poder, era conocido y apoyado por buena parte de los médicos y científicos que permanecieron en Alemania. Tres de los científicos que más responsabilidad tuvieron en las esterilizaciones fueron Ernst Rüdin, director del Instituto de Psiquiatría, y Ernst Fischer y Otmar von Verschuer, directores del Instituto de Antropología. Los tres asesoraron a las autoridades alemanas. Rüdin en concreto fue uno de los autores de las leyes de pureza racial y presidió el comité para “la higiene y la política raciales” que fijó los criterios para la castración de criminales y la esterilización forzosa de mujeres consideradas inferiores.

Además de los Estados Unidos y Alemania, Canadá llevó a cabo miles de esterilizaciones forzosas hasta la década de los años setenta y otros países como Australia, Reino Unido, Noruega, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza también desarrollaron programas de esterilización de personas que habían sido declaradas deficientes mentales.

Durante los mismos años en que se practicaban esterilizaciones forzosas masivas en Norteamérica y Europa Occidental, en la Unión Soviética se inició un proceso de eliminación de la ciencia de la genética por razones puramente ideológicas. Al frente del proceso se encontraba Trofim Denisovich Lysenko, un ingeniero agrónomo ucraniano cuyo objetivo era obtener variedades de plantas que ofreciesen un mayor rendimiento. Lysenko rechazaba los principios de la genética basada en los descubrimientos de Mendel porque pensaba que eran una construcción burguesa. Defendía, además, la visión lamarckiana de la transmisión a la descendencia de caracteres que, supuestamente, se adquieren como mecanismo de adaptación a las condiciones ambientales. Esa adaptación era según Jean-Baptiste Lamarck, padre de esa teoría, el origen de las diferencias que presentan diferentes individuos de una misma especie y que, eventualmente, pueden conducir a la aparición de especies diferentes.

Lysenko adoptó las ideas de Lamarck, que resultaron ser del agrado de las autoridades comunistas. Postuló que las condiciones ambientales podían alterar la constitución genética del trigo y llego a proponer que el trigo, cultivado en un entorno especial, podía convertirse de esa forma en centeno. El gobierno lo respaldó y le permitió dirigir los destinos de la agricultura soviética durante décadas, a pesar de los sonoros fracasos que cosechó. En 1945 llegó a presidir el Instituto de genética de la Academia Soviética de Ciencias, puesto en el que se mantuvo hasta 1965. Muchos de quienes se opusieron a su doctrina fueron eliminados o deportados a Siberia.

Los dos casos analizados tienen algo en común: al objeto de defender o promover unas ideas, o construir un nuevo orden social, hay científicos que, consciente o inconscientemente, vulneran los principios básicos del funcionamiento de la ciencia. En muchos casos ni siquiera es necesario “actuar” conscientemente de forma incorrecta. Basta con dejar actuar a algunos de los sesgos que se han visto en una anotación anterior sin tomar las medidas necesarias para impedirlo. Cuando de esa forma de proceder se derivan actuaciones que afectan a numerosas personas, las consecuencias pueden llegar a ser catastróficas.

Fuente:

Agin, D (2007): Ciencia basura. Starbooks, Barcelona.

Notas:

  1. Esta es la décimo quinta entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante” y “Conflictos de intereses en la ciencia”.
  2. La imagen que ilustra esta anotación muestra a Trofim Lysenko.

 

 

Conflictos de intereses en la ciencia

Como cualquier otra actividad humana, la práctica científica no está exenta de dilemas éticos. Los intereses, normalmente económicos, constituyen un incentivo muy poderoso para actuar de forma incorrecta. Por esa razón no es difícil incurrir en conflictos de intereses, que son los que enfrentan la búsqueda libre de la verdad con el deseo de satisfacer los deseos o intereses del agente que financia la investigación. En esos casos, no obstante, se pueden producir situaciones de diferente gravedad desde el punto de vista ético. La situación más justificable es la que se produce cuando de manera inconsciente de toman decisiones erróneas que favorecen el resultado supuestamente deseado por quien patrocina la investigación. Las malas decisiones pueden ser metodológicas, principalmente de índole estadística (aunque raramente si son inconscientes) o pueden obedecer a sesgos cognitivos como razonamiento motivado u otros. En teoría, si el investigador declara la posible existencia de un conflicto de intereses, su responsabilidad quedaría a salvo o, al menos, eso es lo que aceptamos socialmente.

Estas situaciones se pueden producir, por ejemplo, en el sector farmacéutico, ámbito en el que confluyen la actividad científica y los intereses de un sector empresarial poderoso. Ya en el año 2000 la industria farmacéutica destinaba del orden de mil quinientos millones de dólares a la financiación de programas universitarios. Esos fondos sirvieron para impulsar importantes proyectos de investigación, pero la posibilidad de que se lleguen a hacer públicos resultados negativos acerca de la efectividad de algún tratamiento disminuye si quien los ha obtenido depende económicamente de la empresa que financia el estudio o, incluso, gran parte de la investigación que desarrolla (Agin, 2007). En tales casos, ni siquiera viene a cuento plantear la cuestión de los conflictos de interés porque, aunque obviamente existen, no han de declararse dado que no se llegan a publicar los resultados.

Por otra parte, no está en absoluto garantizada la efectividad de buen número de los medicamentos que se aprueban y se lanzan al mercado. A modo de ejemplo, un estudio publicado en octubre de 2017 en el British Medical Journal puso de manifiesto que 33 de 68 nuevos fármacos anticancerosos aprobados por la Agencia Europea del Medicamento entre 2009 y 2013 no habían demostrado mejorar la calidad de vida o extender la supervivencia de los pacientes. Ni siquiera está claro si sus bases farmacológicas son fiables. Y por si lo anterior era poco, los que sí arrojaban resultados mejores que tratamientos ya existentes o que el placebo, a menudo tenían un efecto solo marginal.

Lo cierto es que los ensayos clínicos se pueden prestar a serias interferencias, con potenciales consecuencias graves. Esa es la razón por la que los investigadores están obligados a declarar los conflictos de interés que pudieran darse en el contexto de la investigación que da lugar a los resultados que se publican. Por eso, es muy grave que un investigador omita esa declaración, máxime cuando la materia acerca de la cual se investiga y se publica puede conducir a la aprobación o comercialización de un medicamento. Hace unos meses se dio a conocer el caso del oncólogo Josep Baselga, director médico del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, que no dio a conocer en sus artículos publicados en revistas tan importantes como The New England Journal of Medicine o The Lancet, el haber recibido importantes cantidades de dinero procedentes de empresas farmacéuticas.

La revista Prescrire , publicada por una asociación independiente de profesionales sanitarios, informa con regularidad de los problemas relacionados con fármacos aprobados por las autoridades. Cada año actualiza la lista de los que producen más daño que beneficio. Y en general hace un examen crítico de la información disponible acerca de los medicamentos e informa de su efectividad, y posibles problemas. El simple hecho de su existencia y su amplia difusión en el mundo sanitario de diferentes países[1] son muestra de los problemas de los que adolece el sistema farmacéutico.

Hay casos en los que a la existencia de conflictos de intereses que pueden verse alimentados por motivaciones más o menos inconscientes, se suma un deseo de obtener beneficios económicos a cambio del aval “científico” a productos que, o bien carecen de los efectos que se predican o pueden, incluso, ser perjudiciales para la salud.

En el primer caso se encuentra la actitud de científicos que avalan productos comerciales cuyos supuestos efectos beneficiosos no han sido demostrados y que, de hecho, no cuentan con la aprobación de la EFSA, la Agencia Europea de Salud Alimentaria. El bioquímico José M López Nicolás (2016) ha ilustrado esta forma de proceder por parte de científicos del CSIC que han avalado un producto comercial (revidox), por sus supuestos efectos antienvejecimiento, aunque no haya pruebas de que tal producto ejerza los efectos que se le atribuyen.

De mayor gravedad es el aval científico al consumo de alcohol (aunque sea a dosis bajas) por sus supuestos efectos beneficiosos para la recuperación física tras la práctica de alguna actividad deportiva. Cada vez hay más pruebas de que el consumo de alcohol es potencialmente dañino para la salud a cualquier dosis. Sin ir más lejos, el último gran estudio, cuyos resultados fueron publicados en The Lancet, ha llegado a esa conclusión, aunque desde hace unos años ya se dispone de datos que indican que desde dosis realmente bajas, el consumo de alcohol está asociado con la posibilidad de desarrollar varios tipos de cáncer. También sabemos ahora que el consumo incluso de bajas dosis de alcohol durante el embarazo, puede tener efectos negativos duraderos sobre el feto. Y son de sobra conocidos los efectos muy dañinos que provoca la adicción al alcohol, tanto de salud, como de convivencia y de seguridad. Por todo ello, resulta difícilmente comprensible que científicos se presten a avalar los beneficios del consumo de cerveza, por ejemplo.

Por último, cabe atribuir la máxima gravedad a la actitud de científicos que han realizado informes fraudulentos y ocultado de forma voluntaria información relevante en asuntos con graves implicaciones de salud. Nos referimos, en concreto, a los efectos del consumo de tabaco sobre la salud de fumadores (activos y pasivos).

Durante la segunda mitad del siglo pasado se fueron acumulando pruebas de la peligrosidad del tabaco. Tanto por el potente efecto adictivo de la nicotina como por la toxicidad de las numerosas sustancias que contiene, el tabaco causa un daño grave a los fumadores. Sin embargo, las compañías tabacaleras desarrollaron numerosas tácticas para contrarrestar el impacto negativo de los científicos y médicos que alertaban acerca de los males que causa el tabaco (Agin, 2007). Y entre esas tácticas, una de ellas fue la de contratar prestigiosos científicos cuyo papel fue el de obtener datos que sirviesen para sembrar dudas acerca de la vinculación entre el tabaco y el cáncer.

Las compañías de tabaco realizaron también estudios demoscópicos para conocer la opinón de la ciudadanía y poder diseñar mejores campañas de desinformación. Editaron folletos e informes para los médicos, medios de comunicación y, en general, los responsables de tomar medidas políticas y público en general; el mensaje era que no había ningún motivo de alarma. La industria sostenía que no había «ninguna prueba» de que el tabaco fuese malo y en ese quehacer contaron con el apoyo de científicos de alto nivel. Su papel en todo este asunto es hoy bien conocido y ha sido expuesto por Oreskes y Conway (2018).

Fuentes:

Agin, D (2007): Ciencia basura. Starbooks, Barcelona.

López Nicolás, J M (2016): Vamos a contar mentiras. Cálamo, Madrid.

Oreskes, N y Conway, E N (2018): Mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos oscurecieron la verdad sobre cuestiones que van desde el humo del tabaco al calentamiento global. Capitán Swing, Madrid.​

Notas:

  1. Esta es la décimo cuarta entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis de reproducibilidad en ciencia” y “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante”.
  2. La imagen muestra la estructura química del resveratrol, principio activo del revidox y otros complementos a los que se atribuyen efectos beneficiosos para la salud, aunque tales efectos no han sido acreditados.

 

[1] Aunque Prescrire es un medio francés, cuenta también con una edición internacional en inglés.

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