El ethos de la ciencia

Dado que lo que aquí nos interesa es la cuestión de los males que afligen a la empresa científica, nos parece conveniente partir de una exposición de los valores de la ciencia, puesto que, en general, los males son rasgos que se oponen a aquellos. Empezaremos por los valores o normas enunciadas por el sociólogo Robert K. Merton en la primera mitad del siglo pasado, para pasar, en la anotación siguiente, a otras visiones de esta misma cuestión.

Las consideraciones éticas no son ajenas al desempeño científico. La investigación se rige por un código de comportamiento que asumimos como propio quienes nos dedicamos a esa actividad. En 1942, el sociólogo Robert K. Merton postuló la existencia de un “ethoscientífico”, un conjunto de valores que deben impregnar o inspirar la actividad científica. Sin ellos la ciencia, como empresa colectiva, perdería su misma esencia. Según él, la palabra «ciencia» hace referencia a diferentes cosas, aunque relacionadas entre sí. Normalmente se utiliza para denotar: (1) un conjunto de métodos característicos mediante los cuales se certifica eI conocimiento; (2) un acervo de conocimiento acumulado que surge de la aplicación de estos métodos; (3) un conjunto de valores y normas culturales que gobiernan las actividades científicas; (4) cualquier combinación de los elementos anteriores.

En expresión de Merton (1942), “el ethos de la ciencia es ese complejo, con resonancias afectivas, de valores y normas que se consideran obligatorios para el hombre de ciencia. Las normas se expresan en forma de prescripciones, proscripciones, preferencias y permisos. Se las legitima sobre la base de valores institucionales. Estos imperativos, trasmitidos por el precepto y el ejemplo, y reforzados por sanciones, son internalizados en grados diversos por el científico, moldeando su conciencia científica. Aunque el ethos de la ciencia no ha sido codificado, se lo puede inferir del consenso moral de los científicos tal como se expresa en el uso y la costumbre, en innumerables escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral dirigida contra las violaciones del ethos”.

Para Merton (1942), el fin institucional de la ciencia es el crecimiento del conocimiento certificado. Y los métodos empleados para alcanzar ese fin proporcionan la definición de conocimiento apropiada: enunciados de regularidades empíricamente confirmados y lógicamente coherentes (que son, en efecto, predicciones). Los imperativos institucionales (normas) derivan del objetivo y los métodos. Toda la estructura de normas técnicas y morales conducen al objetivo final. La norma técnica de la prueba empírica adecuada y confiable es un requisito para la constante predicción verdadera; la norma técnica de la coherencia lógica es un requisito para la predicción sistemática y válida. Las normas de la ciencia poseen una justificación metodológica, pero son obligatorias, no sólo porque constituyen un procedimiento eficiente, sino también porque se las cree correctas y buenas. Son prescripciones morales tanto como técnicas.

Merton (1942) propuso cuatro conjuntos de imperativos institucionales: el universalismo, el comunalismo, el desinterésy el escepticismo organizado, como componentes del ethos de la ciencia moderna.

Si la comunidad científica comparte un proyecto común –la construcción de un cuerpo de conocimiento certificado o fiable acerca del mundo y de cómo funciona-, las normas que Merton (1942) identificó son algo parecido a los valores compartidos por esa comunidad, valores que son considerados esenciales. Una interpretación actualizada de las normas mertonianas, es la que propone el físico John Ziman (2000), y que se presenta a continuación.

  • Lo importante en la ciencia no es quién la practica, sino su contenido, los conocimientos que adquirimos acerca del mundo y de los fenómenos que ocurren en él.Todos pueden contribuir a la ciencia con independencia de su raza, nacionalidad, cultura o sexo.
  • El conocimiento científico debería ser compartido por el conjunto de la comunidad científica, con independencia de qué parte de los descubrimientos han sido hechos por unos u otros científicos. Así pues, todos deberían tener el mismo acceso a los bienes científicos y debería haber un sentido de propiedad común al objeto de promover la colaboración. El secretismo es lo opuesto a esta norma, puesto que el conocimiento que se oculta, que no se hace público no es de ninguna ayuda en el cumplimiento del objetivo de la comunidad, que el conocimiento certificado crezca.
  • Desinterés. Se supone que los científicos actúan en beneficio de una empresa común, más que por interés personal. No obstante, no debe confundirse este “desinterés” con altruismo. De lo que se trata es de que el beneficio que pueda reportar los descubrimientos científicos, sin dejar de resultar beneficiosos para quien los realice, no entorpezca o dificulte la consecución del objetivo institucional de la ciencia: la extensión del conocimiento certificado.
  • Escepticismo organizadoEl escepticismo quiere decir que las declaraciones o pretensiones científicas deben ser expuestas al escrutinio crítico antes de ser aceptadas. Este es el valor que compensa el universalismo. Todos los miembros de la comunidad científica pueden formular hipótesis o teorías científicas, pero cada una de ellas debe ser evaluada, sometida al filtro de la prueba o la refutación para comprobar si se sostiene. Las propuestas que superan esa prueba con éxito pasan a formar parte del bagaje universal de conocimiento científico. El escepticismo es el valor que permite que funcione el del desinterés, porque sin escepticismo es más fácil caer en la tentación de anteponer el interés personal al del conjunto de la comunidad científica.

A los científicos no se nos da un manual con esas normas. Se supone que las adquirimos prestando atención a lo que hacen otros científicos en nuestra comunidad, los comportamientos que se castigan y los que se premian. En otras palabras, no es necesariamente lo que los científicos hacemos habitualmente; porque a veces lo que hacemos no satisface lo que pensamos que deberíamos hacer.

Hace unos años MacFarland & Cheng (2008)han analizado en qué medida los miembros de la academia hacen suyas en la actualidad las normas mertonianas y han comprobado que la norma que menos apoyo recibe es el desinterés. Interpretan ese menor apoyo como una consecuencia de la tendencia creciente a alinear los intereses de investigación con las oportunidades de financiación. Y cabe plantearse si el menor apoyo al ideal del desinterés constituye una disfunción del sistema científico o, por el contrario, es simplemente muestra de una concepción de la empresa científica diferente de la que en su día concibió Robert Merton.

No obstante, creo que el conjunto de valores aquí expuesto sería suscrito como deseable por la mayoría de científicos, por lo que me parece  un buen punto de partida para evaluar la medida en que esos valores impregnan la práctica de la investigación científica que realmente se hace. Por esa razón, me ha parecido adecuado denominar “males de la ciencia” a aquellos comportamientos que no se ajustan a esos principios o aquellas formas de funcionar del sistema científico que impiden o dificultan su cumplimiento.

Fuentes:

Merton, R K (1942): “Science and Technology in a Democratic Order” Journal of Legal and Political Sociology1: 115-126. [Traducción al español como “La estructura normativa de la ciencia” en el volumen II de “La Sociología de la Ciencia” Alianza Editorial 1977, traducción de The Sociology of Science – Theoretical and Empirical Investigations, 1973]

Ziman, J (2000): Real Science: What It Is and What It Means. Cambridge University Press.

Las publicaciones científicas

Un componente clave de la empresa científica es el sistema de publicaciones, pues sin él no sería posible exponer al escrutinio crítico las conclusiones del trabajo de cada uno.

Ya desde los albores de la ciencia moderna las cosas funcionaban de ese modo. Copérnico, Kepler y Galileo, cada uno a su manera, publicaron los resultados de sus observaciones o experimentos (en el caso de Galileo experimentos mentales, algunos de ellos). Lo propio hizo Harvey, por ejemplo, y otros reconocidos pioneros de la ciencia tal y como la conocemos hoy. Además, algunos también operaron de una forma algo diferente. Algunos miembros de la Royal Society acostumbraban, en sus primeros años, a realizar experimentos y demostraciones ante sus compañeros. El contraste era directo; al hacerlos testigos de la forma en que se había obtenido algún resultado de interés, la validación o refutación del resultado era inmediata. Pero ya la misma Royal Society, en 1665 (cinco años después de su creación) comenzó a publicar la Philosophical Transactions of the Royal Society. Ese mismo año, algo antes, se había empezado a publicar en París Le Journal des Scavans, considerada la primera revista científica de la historia.Andando el tiempo las ciencias de la naturaleza han alcanzado unas dimensiones tales que ya no sería posible recurrir a las demostraciones directas para dar fe de la validez de los resultados obtenidos. Por eso, el aumento de la actividad científica ha venido acompañado por un crecimiento paralelo del sistema de publicaciones científicas.

Los primeros artículos científicos tenían un estilo narrativo más literario y con un hilo argumental biográfico, el autor contaba cómo había ido haciendo el descubrimiento. Posteriormente (se suele citar a Pasteur como el principal impulsor de la idea) el hilo narrativo se centra en la reproducibilidad del descubrimiento, independientemente de la historia que llevo a hacerlo. Hoy día esa estructura (resumen, introducción, materiales y métodos, resultados, discusión, conclusiones y referencias) se ha hecho universal. En el lado positivo, esta estructura permite una alta densidad de información, a cambio los trabajos son difíciles de leer y más aún de escribir.

En principio, las revistas científicas se publican para dar a conocer los resultados de las investigaciones. De otra forma no sería posible poner al alcance de todos los resultados obtenidos ni, por lo tanto, podrían someterse a crítica general. Y por otro lado, la publicación de los resultados supone también un bien en sí mismo, dado que en la medida a que obliga a los investigadores a sistematizar y ordenar los resultados, y a elaborar un argumento que les dé coherencia y los enmarque en el curso general del desarrollo científico, también sirve de ayuda para mejorar los conocimientos y sentar las bases de su progreso. Hay, de hecho, quien argumenta que las publicaciones científicas constituyen el conocimiento científico propiamente dicho, dado que son el archivo de todo lo investigado y conocido.

Pero las publicaciones científicas, además de las señaladas, han pasado a cumplir otras funciones que tienen poco que ver con ellas. Se han convertido en uno de los medios más utilizados para evaluar la productividad y la calidad de investigadores e instituciones científicas y académicas. Por ello, han pasado a formar parte de las herramientas métricas básicas que se utilizan para, en función de las evaluaciones, decidir el acceso a puestos de trabajo de personal investigador, su posterior promoción profesional y, en general, asignar los recursos públicos en el marco de la política científica de gobiernos y universidades.

Por todo ello, desde el punto de vista de los intereses de investigadores e instituciones, las publicaciones científicas no se consideran solo como un elemento de prestigio, el distintivo que señala al buen investigador o la institución de alto nivel. Han pasado a ser una herramienta de promoción profesional e institucional e, incluso, de mera supervivencia en el sistema científico. Ello genera una presión muy grande sobre científicos y centros.

El método que siguen las editoriales para seleccionar los artículos merecedores de ser publicados es someterlos a la consideración de especialistas de reconocido nivel. Es lo que se denomina revisión por pares. El término par, como sinónimo de igual, hace referencia al hecho de que los revisores son investigadores como los autores de los trabajos. Así pues, los evaluadores son colegas de los autores y, en principio, se encuentran al mismo nivel que aquellos. Se supone que este procedimiento garantiza que los trabajos que se publican cumplen los requisitos exigibles para aceptar que un trabajo sea dado a conocer. Normalmente cuanto mayor es el nivel de las revistas y más son los investigadores que les remiten sus trabajos para publicación, y de esa forma se genera un circuito de retroalimentación positiva que funciona de acuerdo con la siguiente secuencia: cuantos más son los trabajos remitidos a una revista, más son los rechazados, por lo que como solo se seleccionan los muy buenos, la calidad de los que se publican es cada vez mayor; ello actúa como incentivo para publicar en esa revista, con lo que la remisión de trabajos aumentará, y así sucesivamente. Esa es la teoría.

 

Nota: Esta es la segunda entrega de la serie “Los males de la ciencia”.

El marco en que se desarrolla la ciencia

Con esta anotación damos comienzo a una serie en la que trataremos un conjunto de temas que pueden englobarse bajo la denominación genérica de “males de la ciencia”. Entendemos por males de la ciencia todas aquellos rasgos o prácticas de la empresa científica que, de una u otra forma, socavan su integridad, limitan su credibilidad o dificultan un desarrollo adecuado. Pero antes de tratar esos “males” conviene saber de qué hablamos cuando hablamos de ciencia y cuál es el marco en que se desenvuelve.

Una descripción mínima de la ciencia

Quienes nos dedicamos a la investigación científica queremos desentrañar los secretos de la naturaleza, conocerla, entender los mecanismos subyacentes a lo que estudiamos. Observamos los fenómenos que nos interesan, buscamos regularidades en ellos, y si las encontramos tratamos de elaborar modelos que los representen, que nos ayuden a explicar las observaciones y, si es posible, a hacer predicciones. La medida de nuestro éxito viene determinada por nuestra capacidad para alumbrar nociones antes desconocidas, para generar nuevo conocimiento. A los científicos nos mueve la curiosidad, el interés por desvelar misterios, por arrojar luz allí donde antes había oscuridad. Aunque también puede interesarnos resolver algún problema práctico, crear algún producto nuevo, diseñar un nuevo procedimiento; en este segundo supuesto las cosas cambian algo, pero no demasiado. La curiosidad se dirige a resolver un problema concreto y el conocimiento es en este caso un conocimiento práctico.

En el pasado la mayoría de quienes se dedicaban a la ciencia lo hacían en solitario. Establecían normalmente relaciones epistolares con otros científicos o participaban en reuniones o demostraciones públicas en el marco de sociedades o academias. Pero el trabajo, la investigación, la hacían por su cuenta. Así trabajaron Galileo, Newton o Darwin, por ejemplo. Pero esa forma de trabajar prácticamente ha desaparecido. En la actualidad la ciencia es mucho más una tarea colectiva realizada por científicos profesionales trabajando en instituciones (e intensiva en financiación) que una vocación personal realizada de forma aislada por personas cuyo sustento no dependía de su actividad científica. Hoy, por el contrario, está altamente institucionalizada y requiere, además, de fuertes aportaciones económicas. Son esos dos elementos los que abordaremos a continuación.

Las instituciones científicas

Las primeras instituciones específicamente científicas fueron las sociedades científicas y las academias. Las más antiguas son la italiana Academia de los linces (1603), la Leopoldina o Academia alemana de las ciencias naturales (1652), la británica Royal Society (1660) y la Academia de Ciencias de Francia (1666). Originalmente, eran instituciones dedicadas a desarrollar actividades científicas y, sobre todo, a intercambiar y transmitir conocimiento. En la actualidad, las actividades y objetivos dependen de sus estatutos, pero sobre todo se dedican a transmitir conocimiento y a asesorar a gobiernos e instituciones públicas y entidades privadas. Pero no están consideradas agentes activos en investigación científica.

En la actualidad las instituciones científicas por excelencia, además de las universidades, son entidades de carácter público. Normalmente tienen una adscripción disciplinar concreta, o agrupa a varios centros de diversa filiación, y abarcan un amplio espectro de campos de conocimiento, incluidos de ciencia básica y de ciencia aplicada. En esas entidades desempeña su labor personal científico profesional que ha sido contratado con ese propósito. La medida en que desempeñan su tarea viene dada por la calidad y cantidad de los logros científicos alcanzados.

La investigación es una actividad esencial del personal de muchas universidades y, por lo tanto, la investigación científica lo es del profesorado de las disciplinas científicas. Esto no quiere decir que en todas las universidades se haga investigación, pero sí en prácticamente todas las herederas de la tradición alemana (humboldtiana) y también de las que se adscriben al modelo anglosajón de universidades investigadoras (research universities). Se justifica su dedicación a la investigación porque se supone que la práctica investigadora cualifica a su profesorado, lo que redunda en una mejor práctica docente. Y además, son las universidades, al otorgar el título de doctor, las instituciones encargadas de formar al personal investigador que desempeña su actividad en otras instituciones. También en estas instituciones, el nivel de desempeño del profesorado en esta faceta viene dado por la calidad y cantidad de los logros científicos.

Las universidades no son las únicas entidades en las que se realiza investigación a la vez que desempeñan otras actividades, a veces con carácter principal. Si en las universidades se compagina docencia e investigación, en los hospitales, por ejemplo, se compagina la práctica clínica con actividad investigadora en el campo sanitario. Y dependiendo del país de que se trate, pueden darse situaciones equivalentes también en otras instituciones de carácter público. Normalmente se trata de agencias gubernamentales que prestan un servicio de asesoramiento e información de carácter técnico muy especializado y en las que una parte de los recursos se destinan a la investigación.

Muchas empresas son también agentes activos en la creación de conocimiento. Lo pueden ser, además, de dos formas diferentes. Pueden contar con sus propias unidades y personal o, alternativamente, pueden contratar los servicios de otros agentes. El objetivo de la investigación empresarial es el desarrollo de nuevos productos, nuevos procesos o métodos que permitan mejorar la rentabilidad de los productos que lanza al mercado. Es, salvo raras excepciones, lo que se conoce como investigación aplicada. Por eso, el nivel de desempeño se cifra en el grado de adecuación de los resultados a las necesidades u objetivos de la empresa. Esa actividad puede plasmarse en productos que cuenten, posteriormente, con protección comercial, aunque no necesariamente ocurre así.

La financiación de la investigación

El otro elemento clave para el desarrollo de la ciencia es su financiación, puesto que sin recursos que sostengan una actividad de alto coste, como es la investigación científica, esta no es posible, no al menos con las dimensiones y alcance con que cuenta actualmente.

Francis Bacon (1561-1626) acuñó la expresión Knowledge is power, not mere ornament nor argument. Esa idea en apariencia tan simple y obvia, no lo era tanto en la época en que la formuló. De hecho, uno de los rasgos que diferencia la ciencia medieval de la moderna es que en esta última la búsqueda sistemática de conocimiento se ve como una forma de generar riqueza y poder. En la mente de Bacon, el conocimiento debía ser puesto al servicio de la nación. Tenía, pues, importancia política. Y por esa razón entendía que la Corona debía sostener su búsqueda sistemática; también entendía que con ese propósito debían crearse instituciones dedicadas a la búsqueda de conocimiento. Al principio no tuvo demasiado éxito en sus pretensiones, pero la idea de Bacon se ha acabado abriendo paso, y unos gobiernos antes y otros después -la mayor parte de ellos entrados ya en el siglo XX- han hecho suya la noción de que la actividad científica proporciona conocimiento susceptible de generar riqueza y proporcionar poder y, por lo tanto, que merece la pena dedicar recursos a sostener dicha actividad.

El desarrollo de la bomba atómica en EEUU durante la segunda guerra mundial –en el marco del denominado Proyecto Manhattan- se considera el hito que abrió la era de la “ciencia de estado”. Puso de manifiesto que con una financiación importante y contando con la participación de muchos científicos, un proyecto orientado a la consecución de un objetivo prefijado daba frutos muy valiosos. Tras el éxito de este proyecto se reconoce explícitamente (Venavar Bush) el valor de la ciencia para el estado, y se generaliza la financiación de la actividad científica al estilo del proyecto Manhattan, dinero público para proyectos con objetivos bien establecidos y duraciones limitadas.

En la actualidad en la mayor parte de los países avanzados es la administración pública la principal financiadora de la actividad científica y lo hace a través de muy diferentes programas[1]. Por esa razón, son los gobiernos los que toman las principales decisiones relativas a la orientación que ha de dársele. En definitiva, son los poderes públicos los que determinan las áreas en las que se debe investigar y las líneas que deben desarrollarse[2].

Como se ha dicho antes, otra parte de la investigación es la que tiene como objetivo el desarrollar nuevos productos o nuevos servicios, y se hace en o para empresas que, legítimamente, persiguen obtener beneficios económicos de esa forma. Las empresas que financian esa investigación no suelen estar interesadas en que sus resultados se den a conocer. El conocimiento que se genera en ellas es, lógicamente, de su propiedad, porque lo protegen.

La tecnociencia

Javier Echeverría (2019) ha reflexionado acerca del hecho de que precisamente a partir del Proyecto Manhattan antes mencionado la tecnología y, en particular, las tecnologías de la información y la comunicación, se han convertido en una mediación indispensable para el progreso científico. Ha denominado tecnociencia a esa hibridación entre ciencia y tecnología.

Según su visión, la tecnociencia no consiste únicamente en esa hibridación. Los grandes proyectos tecnocientíficos (Proyecto Manhattan, ENIAC, la Conquista del Espacio, los National Institutes of Health, el telescopio Hubble, los superaceleradores de Brookhaven y CERN europeo, el proyecto Genoma Humano, las grandes infraestructuras de investigación y tratamiento en los centros sanitarios, las empresas biofarmacéuticas, etc.) requieren un gran apoyo financiero, político, empresarial y, en algunos casos, también militar. Como conclusión, en lugar de las comunidades científicas, que son las que hacen ciencia, el agente de la tecnociencia es estructuralmente plural e incluye como mínimo a científicos, ingenieros, técnicos, políticos, inversores, empresarios, juristas, publicitarios y, con mucha frecuencia, también instituciones militares que toman a su cargo o participan activamente en determinados proyectos de investigación, así como desarrollando aplicaciones (I+D militar)

Fuente:

Tanto en este como en sucesivas entregas de esta serie, solo se consignarán aquí las fuentes no enlazadas directamente en el texto.

Echeverría, J (2019): Valores y mundos digitales (en prensa).

 

Nota: esta es la primera entrega de la serie Los males de la ciencia.

[1]Normalmente más de la mitad del gasto en I+D se hace con cargo a fondos provenientes de diferentes administraciones; si a esas cantidades se le restase lo que no se gasta en investigación científica propiamente dicha, la contribución relativa de las administraciones sería mayor.

[2]Aunque lógicamente ello no es óbice para que en sus decisiones no tengan una influencia muy importante diferentes grupos de interés.

EL SUICIDIO: UN FENÓMENO ENIGMÁTICO

 

El suicidio es, probablemente, la muerte más desoladora que existe y  deriva de una pérdida radical del sentido de la vida de la persona afectada, así como de un debilitamiento de sus redes afectivas, familiares y sociales. Así, en la toma de decisiones del suicida hay tres componentes fundamentales: a) a nivel emocional, un sufrimiento intenso; b) a nivel conductual, una carencia de recursos psicológicos para hacerle frente; y c) a nivel cognitivo, una desesperanza profunda ante el futuro, acompañada de la percepción de la muerte como única salida. Por ello, el suicidio no es un problema moral. Es decir, los que intentan suicidarse no son cobardes ni valientes; solo son personas que sufren, que están desbordadas por un profundo malestar emocional que se sienten incapaces de afrontar y que han perdido por completo la esperanza. A los suicidas, vencidos por las circunstancias vitales, les pesa la vida hasta un extremo insoportable.

Sin embargo, muchas personas que llevan a cabo una conducta suicida no quieren morir (de hecho, son muchas más las tentativas suicidas que los suicidios consumados); lo único que quieren es dejar de sufrir y, por eso, pueden estar contentos de no haber fallecido una vez que el sufrimiento se ha controlado.

La muerte por suicidio constituye un problema de salud pública y es la primera causa de muerte no natural. Hay más personas que fallecen por iniciativa propia que la suma total de todos los muertos provocados por homicidios y  guerras, lo que no deja de resultar sorprendente. Por lo que a España se refiere, todos los años se producen de 3.500 a 4.000 suicidios consumados (3.679 en 2017) y en torno a 25.000-50.000 intentos de suicidio. La tasa de suicidios consumados en España es diez veces mayor que la de víctimas de asesinatos (292 en 2016)  y dos veces mayor que la de víctimas de accidente en carretera (1.943 en 2017), con la diferencia respecto a estas últimas de que no se percibe una reacción similar (a nivel de medidas preventivas, por ejemplo) por parte de la sociedad.

Más allá de estas cifras oficiales,  el impacto psicológico de la conducta suicida alcanza directa y dramáticamente a los familiares del sujeto afectado.  No se puede dejar de lado a los seres queridos de la persona que ha consumado un suicidio. A los supervivientes, además del dolor de la pérdida, les queda con frecuencia la vergüenza de revelar el motivo real del fallecimiento y el sentimiento de culpa por lo que se pudo haber hecho y no se hizo. Cuando alguien se quita la vida, el silencio lo llena todo.  ¿Qué sabe nadie lo que piensa una persona en el instante supremo en el que decide quitarse la vida? Ante eso solo cabe una actitud de profundo respeto.

Si bien el suicidio se produce fundamentalmente en las edades medias de la vida, hay dos picos crecientes en las cifras de suicidio: la adolescencia/juventud (el 29% del total de suicidios consumados) y la vejez (el 37%). Por lo que a los adolescentes y jóvenes se refiere, el consumo abusivo de alcohol/drogas, la aparición de una depresión o de un brote psicótico, un entorno familiar y social deteriorado, un desengaño amoroso (las tormentas emocionales son más intensas a estas edades), una orientación sexual no asumida, el fracaso escolar reiterado, el ciberacoso, junto con algunas características de personalidad (impulsividad, baja autoestima, inestabilidad emocional, dependencia emocional extrema), pueden generar un vértigo de vivir y convertirse en desencadenantes de la tentativa de suicidio o del suicidio consumado. Si bien este es el perfil de los adolescentes que acaban quitándose la vida, ello no quita para que haya suicidios que resultan imprevisibles. En estos casos el suicidio surge de forma imprevista y opera como un impulso que se convierte bruscamente en acto. Por otra parte, muchos adolescentes se implican en autolesiones o tentativas de suicidio no mortales, como la ingestión de fármacos o los cortes superficiales en antebrazos, que suponen una poderosa llamada de atención del malestar emocional en que se encuentran y que alteran la dinámica familiar/social. Pero esta tentativa se puede convertir más adelante en un suicidio consumado si no se toman las medidas adecuadas.

A su vez, las personas adultas pueden experimentar una sensación de fracaso existencial o un reproche social por sus conductas que les sume en una profunda desesperanza. Si a esta situación se añade la presencia de soledad, de una red pobre de apoyo social, de trastornos mentales (depresión, alcoholismo o esquizofrenia especialmente) o de enfermedades crónicas incapacitantes o con mal pronóstico, estas personas pueden planear el suicidio y recurrir a métodos rápidos y efectivos (precipitación, ahorcamiento, atropello, arma de fuego). Por último, el suicidio es más frecuente en personas ancianas, más si son varones, se sienten solas, están deprimidas (lo que no siempre se diagnostica adecuadamente, al confundirse con el deterioro cognitivo), se muestran incapaces de valerse por sí mismas y sienten que son una carga para los demás. Los ancianos pueden no dar señales previas ni haber cometido tentativas previas de suicidio.

En cuanto al sexo, si bien las tentativas de suicidio son  más frecuentes que en  los hombres, la incidencia del suicidio consumado entre las mujeres es tres o cuatro veces menor que entre los hombres porque su determinación para provocarse la muerte resulta inferior. Entre las posibles razones de este hecho se encuentran la misión de la mujer como protectora de la vida y su mayor rechazo hacia los métodos violentos. Asimismo los hombres son más impulsivos, tienen una menor tolerancia al sufrimiento crónico y están más afectados por trastornos adictivos (alcoholismo, abuso de drogas, ludopatía). Además muchos hombres tienen una forma insana de vivir sus dificultades emocionales: a) soportan peor la soledad o la ruptura de pareja; b) no suelen hablar de sus problemas, por lo que no liberan su carga de sufrimiento; y c) viven en general con mayor estrés su actividad laboral.

No siempre hay un trastorno mental detrás de un suicidio. A veces puede darse el suicidio por balance, cuando una persona, a pesar de sus esfuerzos prolongados durante mucho tiempo, llega a una situación en que para ella la vida carece ya de sentido o en que se encuentra ya sin fuerzas para afrontar más dificultades. Es decir, hay un hastío de la vida y una pérdida del deseo de vivir, sin ninguna proyección de cara al futuro.

Los signos de alarma de riesgo suicida constituyen un motivo de estudio desde la perspectiva de la prevención. En concreto, los intentos previos de suicidio (sobre todo, si se ha recurrido a métodos potencialmente letales), los antecedentes de suicidio en la familia y la expresión verbal, más o menos explícita, de un sufrimiento desbordante y del propósito de poner fin a la vida (en forma de gestos o amenazas suicidas), mucho más aún cuando hay una planificación de la muerte (cambios en el testamento, notas de despedida, etcétera), constituyen signos de alarma. Todo ello se potencia cuando hay un agravamiento de un trastorno psicopatológico, el padecimiento de una enfermedad crónica que cursa con dolor o una sensación intensa de soledad. Por lo que se refiere a las tensiones vitales múltiples (conflictividad familiar, pérdida de empleo y situación económica desfavorable, descubrimiento de un escándalo político o económico, desengaños amorosos, fallecimiento reciente de un familiar cercano, etcétera), estas tienen un valor predictivo en personalidades vulnerables con tendencias impulsivas, con baja autoestima y con pocas respuestas de afrontamiento. Muchas personas que se quitan la vida lo han hablado antes, de una forma más o menos explícita, o avisan de su posible suicidio. Cualquier anuncio de muerte en este contexto debe encender siempre una luz roja de alarma.

A nivel cognitivo, la desesperanza, sobre todo cuando viene acompañada de   pensamientos suicidas reiterados (anticipación imaginaria de la muerte), es probablemente el sentimiento más suicidógeno. De hecho, convendría invertir el dicho popular de “mientras hay vida, hay esperanza”por lo contrario:“mientras hay esperanza, hay vida”. A veces la desesperanza puede venir acompañada de ira, rabia o deseos de venganza. En estos casos hay una expresión de un gran sufrimiento o de angustia emocional.

Por último, el suicidio siempre ha estado rodeado de una aureola de silencio y de miedo al efecto contagio en los medios de comunicación, pero esto puede impedir los esfuerzos de prevención. Así, puede haber un efecto imitativo si la noticia, sobre todo si es de un personaje famoso, aparece en portada, es extensa y con un enfoque sensacionalista, se dan detalles del método de muerte empleado o del lugar, se aborda el suicidio como un acto de valentía o  se dan hipótesis simplistas acerca de las causas de la muerte autoinducida. Sin embargo, el efecto contagio no ocurre cuando la información se enfoca a sensibilizar a la población y prevenir el suicidio (dar la noticia correctamente, divulgar grupos de riesgo, mostrar a dónde acudir en caso de riesgo de suicidio, etcétera).  Es decir, no se trata de ignorar las noticias sobre suicidios, sino de darlas adecuadamente.

Eguraldia, gu harritzeko prest!

Pasa den urtarrilaren 18an Gasteizen, DBH4ko ikasleei eguraldiaren inguruan hitzaldi bat egitera gonbidatu ninduten JAKIN-MINA 2018-2019 deialdiaren barnean. Jakiunde, Zientzia, Arte eta Letren akademia izaki, Eguraldia, gu harritzeko prest! hitzaldia ahalik eta ikuspegi zabalenetik lantzea pentsatu nuen.

Eguraldiaren iragarpena egiterakoan aipatzen diren meteoro ezberdinei buruzko aurkezpen xume bat egin nuen argazkien bidez. Aurkezpena Internetetik jaitsitako argazki librez bete nuen: hodei mota ezberdinak, Meteosat irudiak, euria, kazkabarra, elurra, radar irudiak, haizeak orraztutako paisaiak, olatuak, izotza, tximistak, kazkabarra, tornadoa eta abar. Meteoro guztiak Euskal Herrian inoiz gertatu direnak eta, ondorioz, berriro ere gerta daitezkeenak.

Nire helburua ikasleen artean galderak sortzea izan zen, galderak erantzutea baino, eta mota askotako galderak, hain zuzen. Batzuk meteoroen zergatia jakin nahiko zuten, beste batzuk meteoro horien ondorioekin geratuko ziren txundituta, edo irudiekin. Batzuk horien oinarri zientifikoak aztertzera bultzatuko ditu, agian, eta beste zenbaitentzat meteoroa bera izango da inspirazio edo irudimen iturri, musika, poesia, margolanak eta abar sortzeko. Eta zentzu horretan, hitzaldian edozein meteoro izan daitekeela interesgarria azpimarratu nahi izan nuen, edozein meteorok harritu gaitzake, bai bere edertasunagatik, bai sinpletasunagatik eta baita sor ditzakeen kalte ikaragarriengatik ere.

Lehenengo pausoa kokatzea izan zen, hau da, fenomeno meteorologikoak non gertatzen diren ikusi genuen, troposferan. Eta ondoren, eguraldiaren iragarpena egiterakoan jarraitu ohi dugun ordena jarraituz: zeruaren egoera, hodeien konposizioa, hodeien sailkapena, prezipitazioa, haizea, tenperatura eta trumoi-ekaitzak aztertu genituen.

Adibidez, hodei mota ezberdinak identifikatzen laguntzeko argazkiak ikusi genituen, hodei-oinaren altueraren eta formaren araberako oinarrizko sailkapenetik abiatuta.

Meteoro ikusgarrien inguruan ere aritu ginen.

Horrelako irudiak ikuspuntu ezberdinetatik azter ditzakegula azaldu nien: zientifikotik, artistikotik, sentipenetatik. Ikuspuntu zientifikotik trumoi-ekaitzak nola sortzen diren aztertu dezakegu, tximista zer den, trumoiaren jatorria eta abar. Artistikotik, irudia bera edo irudiaren musika azter ditzakegu: trumoia, euri-zaparradaren zarata edo musika, onomatopeiak. Edo horrelako egoera baten aurrean sor daitezkeen sentipenak: beldurra, harridura, miresmena, jakin-mina.

Eta elurtutako paisaia baten irudiaren aurrean:

Nola sortzen dira elur-malutak? Zuri guztiak berdinak al dira? Ba al zenekiten elurra egin berritan isolatzaile akustiko oso ona dela? Zer sentitzen da horrelako paisaia baten aurrean?

Laburbilduz, urteetan, mendeetan atzera egiten badugu, argi ikusten da izakiok betidanik izan dugula elkarrekintza eguraldiarekin eta beti sortu izan digula jakin-mina, azken finean eguraldiak betidanik baldintzatu izan gaituelako. Izakia ehiztaria eta fruitu biltzailea zenean, gizakia nekazari eta abeltzain bihurtu zenean, eta iraultza industriala gertatu ondoren ere bai. Gaur egun ere, nahiz eta eguraldiari aurre egiteko baliabide gehiago eta hobeak izan, beti baldintzatzen gaitu, bai ikuspegi praktikotik bai ikuspegi emozionaletik ere. Hitzaldian horixe azpimarratu nahi izan nuen.

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La vocación literaria (ese jardín)

 

En primer lugar, trataré de definir qué es la vocación literaria, el impulso misterioso, y originado por distintos factores, y en distintos contextos, que nos empuja a escribir. Utilizaremos como ejemplos de obstinadas vocaciones literarias los casos de Antón Chéjov y Alice Munro, así como alusiones a Mario Vargas Llosa y Margaret Atwood.

Vincularé el surgimiento de esa vocación con un elogio del aburrimiento, un estado, sin duda, creativo, del que actualmente se procura huir. Sin embargo, un “apagón” del ocio tutelado, sin estimulación lúdica o intelectual accesoria, ayudará a que realicemos una prospección sobre lo que realmente nos gustaría hacer en un futuro cercano, y lejano. Aburrirse es importante, es necesario y es recomendable. El aburrimiento busca el entretenimiento, la fantasía, la ficción, y, al menos, cuando yo descubrí mi vocación, la literatura era la vía, junto al cine, para descubrir y explorar la ficción; y en aquella época, además, la literatura gozaba de un prestigio que hoy ha perdido en gran medida porque ahora podemos acceder a la ficción, al entretenimiento, a través de otros lenguajes como el de los videojuegos o el de la narrativa de video digital. Ahora bien, ¿es la literatura entretenimiento? ¿Es solo entretenimiento?Si nos gusta escribir, podremos inclinarnos por la ficción comercial, que busca entretener al lector, o bien por la literatura, que trate de cambiar o ampliar la mirada del lector sobre el mundo o que lo invite a pensar en cuestiones en las que antes no había pensado.

A continuación trataré de dar respuesta a dos cuestiones: ¿la vocación literaria guarda relación con el talento? ¿Se puede vivir de la vocación literaria?Si nace en nosotros una vocación, habrá, en mi opinión, que perseguirla de una forma tan realista como contumaz; es decir, sin abandonarla nunca, tendremos que procurarnos un medio de vida alternativo; la vocación no debe convertirse en nuestra ruina porque para escribir conviene tener las necesidades mínimas cubiertas. A efectos prácticos, es aconsejable combinar el ejercicio de una profesión con el de la escritura. El realismo al que aludía anteriormente también se refiere a la necesidad de preparase de forma concienzuda, leer y escribir mucho, y aprender cuanto antes que la inspiración tiene bastante de quimérico. La literatura no es magia, es un oficio y hay que prepararse como para cualquier otro.

Explicaré de forma sucinta cómo funciona el “negocio” de la literaturapara ilustrar por qué es tan difícil vivir de la literatura; sin embargo, intentaré explicar por qué, a pesar de todo, merece la pena escribir, si es que escribir nos gusta.

Por último, y por si hubiera algún asistente que albergue esa vocación, la literaria, compartiré unos consejos y una serie de reflexiones sobre la escritura.

Las mujeres en carreras STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics)

El viernes 11 de enero fui invitada a dar una conferencia en Jakin Mina a un público compuesto de estudiantes de 4º de la ESO. Decidí hablar de la situación de las mujeres en las carreras STEM, ya que, como subdirectora de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales y de Telecomunicación y como profesora de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) en los grados de Ingeniería en Tecnologías de Telecomunicación e Ingeniería Informática, soy testigo del bajón de mujeres en estas disciplinas.

La conferencia giró en torno a las causas de esta reducción en el número de estudiantes en carreras STEM, la situación en la UE, en España y en la Universidad Pública de Navarra, en particular.

En la UPNA y en el sistema universitario español prácticamente el 50% de los estudiantes son mujeres. Sin embargo, las estudiantes de las dos Escuelas de Ingeniería de la UPNA (ETSIIT y ETSIA) ronda de media en los últimos años el 23%. Los grados de Ingeniería Mecánica e Ingeniería Eléctrica y Electrónica presentan los porcentajes de mujeres más bajos, por debajo del 12%.

Las causas de esta situación son muy diversas. Por un lado, la educación y la opinión pública siempre han considerado estas carreras como masculinas y desprovistas de efectos sociales. Sin embargo, las carreras STEM sí pueden proporcionar ese elemento social que valoran las mujeres. Además, la sociedad necesita y va a necesitar para el año 2020 profesionales STEM y éstos deberían ser mujeres al menos en un 50%. También está la falta de referentes femeninos para explicar la falta de interés de las chicas por las carreras técnicas. En ingeniería en la Universidad las mujeres están en clara minoría dentro de las plantillas de personal docente e investigador y si no hay maestras, no hay alumnas. De pequeños, la mayoría de las niñas aventajan a los niños en todas las materias, incluyendo las matemáticas. La diferencia en sus comportamientos tiene que ver con la forma de enfrentarse a los retos. Mientras que los chicos piensan que no solucionan un problema porque es difícil, las chicas piensan que es porque no pueden hacerlo. Por otra parte, existe un problema de comunicación. Mucha gente no sabe a qué nos dedicamos exactamente los ingenieros… Tenemos que transmitirles en qué hacemos mejor la vida de todos gracias a la ingeniería, y cómo lo hacemos.

Tenemos que hacer algo para visibilizar a las mujeres que trabajamos en STEM. En este sentido hablé de las acciones de fomento de las ciencias llevadas a cabo por la Real Academia de Ingeniería (RAE), como una campaña de actividades para potenciar la inclusión y la vocación de niñas y jóvenes en este ámbito para desterrar la concepción de que las mujeres que tienen vocación por esas áreas son “bichos raros” o “intrusas”. También comenté las acciones llevadas a cabo por parte de la UPNA, como las charlas de divulgación científica, en las que el profesorado acude a los centros escolares, las Semanas de la Ciencia que se realizan en noviembre y en las que se organizan actividades para diferentes públicos. Además, también está la obra de teatro “Yo quiero ser científica” en la que 9 profesoras de la UPNA damos vida a 9 mujeres científicas del pasado procedentes de carreras STEM, con el fin de visibilizar a estas mujeres que padecieron muchas penurias para poder desarrollarse como científicas. También hablamos de nuestra carrera investigadora actual para poder visibilizar el papel de la mujer actual en la ciencia.

Además, mostré ejemplos de mujeres emprendedoras tecnólogas muy importantes a nivel internacional y también mujeres procedentes de la UPNA que han desarrollado su carrera de Ingeniería de Telecomunicación y han podido llevar a cabo acciones de emprendimiento, creando algunas de ellas empresas o grupos de investigación de gran prestigio internacional.

Para concluir, reflexioné sobre qué acciones pueden fomentar el incremento de mujeres en carreras STEM, haciendo hincapié en que es una labor que involucra a toda la sociedad en general.

Gracias a Jakiunde por permitirme participar en esta experiencia, y haber tenido la oportunidad de enviar este mensaje a una audiencia mayoritariamente femenina muy receptiva y participativa, dispuesta a formularme preguntas y a crear un diálogo.

 

Pie de foto:

Las profesoras autoras e intérprete de la obra “Yo quiero ser científica”. De izq. a dcha.: Gurutze Pérez Artieda (Maria Sibylla Merian), Aránzazu Jurío Munárriz (Klara Von Neumann), Idoia San Martín Biurrun (Edith Clarke), Silvia Díaz Lucas (Hedy Lamarr), Leyre Catalán Ros (Hipatia de Alejandría), Patricia Aranguren Garacochea (Marie Sklodowska-Curie), Marisol Gómez Fernández (Emmy Noëther), Alicia Martínez Ramírez (Sofia Kovalévskaya) y Edurne Barrenechea Tartas (Ada Lovelace), antes de una de sus actuaciones en el Planetario de Pamplona.

La dimensión sociocultural de los alimentos

 “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación…” (Declaración Universal de los Derechos Humano 1948)

La alimentación es uno de los factores que más condicionan el bienestar físico, la salud y la calidad de vida de las poblaciones,ya que tiene una acción decisiva sobre la reproducción, el crecimiento y desarrollo, la morbilidad y mortalidad, así como sobre el rendimiento físico e intelectual de las personas.Los alimentos han ejercido una influencia decisiva en la Historia evolutiva humana y la dieta de nuestros antepasados tuvo un importante papel en la expansión de la corteza cerebral de nuestra especie (Homo sapiens). El uso del fuego fue fundamental en nuestra alimentación durante el período Paleolítico, produciéndose durante el Neolítico un importante cambio en la producción y consumo de alimentos debido a la aparición de la agricultura y de la ganadería (domesticación de plantas y animales). Los estudios antropológicos realizados en las actuales sociedades tradicionales (cazadores- recolectores- horticultores) demuestran que los humanos creamos fórmulas cooperativas a partir de los alimentos (intercambio, altruismo, donación), y probablemente la “cocina” (el hecho de preparar los alimentos) fue un proceso fundamental en nuestra evolución como especie.

Aunque la alimentación está estrechamente ligada a la nutrición (proceso biológico de asimilación de los alimentos para su uso en el crecimiento, el metabolismo y la reparación celular de los organismos), no se trata de un hecho puramente fisiológico. Lo que comemos depende de factores tanto individuales (sexo, edad, genotipo, etc.), como, sobre todo, de factores culturales, sociales, religiosos, económicos y políticos, y, aún en muchas sociedades, del medio físico, geografía y clima. Es, precisamente, en las sociedades más ligadas a su ecosistema donde las hambrunas siguen estando presentes (mayor efecto del cambio climático, escasez de alimentos, mala calidad del agua, etc.), propiciadas por decisiones políticas, financieras y de mercado, que afectan a la calidad del transporte e infraestructuras y a la seguridad alimentaria. El hambre, que conduce a la enfermedad, infelicidad, soledad y pobreza, así como a la ignorancia y explotación, sigue presente en el siglo XXI a pesar de las constantes iniciativas de los organismos mundiales. Paradójicamente, nuestro diseño genético se enfrenta actualmente con una abundancia de productos alimentarios y unas formas de vida muy distintas a las que habíamos mantenido durante miles de años, lo que está produciendo graves problemas de salud en los países desarrollados y cada vez más en aquellos en procesos de transición alimentaria (obesidad y enfermedades relacionadas como las metabólicas, las cardiovasculares y diversos tipos de cáncer).

Contreras y Gracia (2005) han señalado que enla alimentación los comportamientos socioculturales son muy fuertes y complejos: las categorizaciones de los distintos alimentos, las prescripciones y las prohibiciones tradicionales y/o religiosas (tabúes), los ritos en la mesa y de la cocina, etc., todo ello forma parte de la “construcción social” de nuestra dieta.Cada grupo humano tiene formas particulares de preparar los alimentos (un mismo alimento puede comerse crudo, cocido, asado, frito, hervido…), y unos principios de condimentación tradicional de los mismos. Desdela antigüedad las especias y condimentos fueron bienes muy preciados debido a sus propiedades conservantes, aromatizantes y terapéuticas y se usaron como moneda de pago; hoy día forman parte de los ingredientes esenciales de nuestra alimentación y de sus particularidades. Hay sociedades que solicitan productos que otras rechazan y aunque hay muchos recursos alimenticios y muchas variedades comestibles – aunque cada vez menos debido a las presiones de la industria alimentaria-, existe una gran variabilidad a la hora de considerar a ciertos alimentos como comestibles o no: insectos, perros, caballos, conejos, caracoles o ranas son consumidos o rechazados en distintos países por motivos muy diversos(Contreras y Gracia, 2005). Sin duda, los alimentos pueden contemplarse como un marcador étnicoya que producen sentimientos de identidad mediante la constatación de la diferencia: “ellos no comen como nosotros”.

Hasta hace unas décadas vivíamos cerca de donde procedían los alimentos. Pero hoy día, el complejo fenómeno de la globalización se ha extendido a la alimentación de forma que tenemos una (supuesta) gran variedad de alimentos en los centros de alimentación, no sólo por la gran cantidad de marcas, envases, tamaños, formas, sino en lo que se refiere a su procedencia. El consumidor encuentra con bastante facilidad productos procedentes de otros países (frutas exóticas, salsas, especias, etc.), y un conjunto de “nuevos alimentos” cada vez más ultra procesados y a veces irreconocibles para el consumidor medio. De ahí la aparición hace unas décadas del término OCNI (Objeto Comestible No Identificado; Fischer, 1995), que se ha popularizado. Resulta cada vez más difícil encontrar alimentos de procedencia cercana y, si se encuentran, el precio a pagar es muy elevado. Existen fuertes presiones económicas y políticas para que los comportamientos alimentarios converjan, pero como demuestra el principio de “acción-reacción”, han surgido movimientos que intentan mantener y restituir las cocinas “propias” (Langreo, 2005). Al mismo tiempo estamos contemplando un fenómeno progresivo de mestizaje y fusión de alimentos y de formas de preparación de los mismos que constituye una de las expresiones quizá más afortunadas de la globalización de la alimentación, como mecanismo integrador de las especialidades locales. Compartir los alimentos, los productos, sus formas de elaboración es transmitir el conocimiento y la cultura de los pueblos. Es una manera de construir nuevas estructuras y nuevos caminos hacia el diálogo entre culturas y una forma de enriquecer el sistema alimentario de un país con el intercambio de productos, ritos y gestos…en realidad, es lo que se ha venido haciendo desde que somos humanos.

Referencias principales en las que se ha basado el texto

Contreras J., Gracia M. 2005. Alimentación y cultura. Perspectivas antropológicas. Barcelona: Ariel, 505 p.

Fischler C. 1995. Gasto-nomía y gastro-anomía: sabiduría del cuerpo y crisis biocultural de la alimentación contemporánea. En: Alimentación y cultura: necesidades, gusto y costumbres. Contreras, J. (comp.), pp. 357-380.

Langreo A. 2005. Inmigración y glocalización. Distribución y Consumo, Marzo-Abril, pp. 42-45.

El Camino de Santiago: el peregrinaje y la formación de Europa en la Edad Media

El Camino de Santiago es por antonomasia la ruta cultural y de peregrinación más conocida y significativa del occidente europeo medieval. El objetivo de los caminantes y romeros que cruzaron a lo largo de los siglos XI-XV el continente, y a continuación el norte de la Península Ibérica, no fue otro que el llegar a la tumba del apóstol Santiago el Mayor en el “finis terrae”, sobre el extremo más occidental del mundo conocido.

Esta peregrinación a Santiago de Compostela estuvo en estrecha relación, por tanto, con la historia del Occidente cristiano. Los viajes religiosos, que se intensificaron en el marco de la actual Europa Occidental a partir del siglo XI son una de las facetas que mejor identifican las coordenadas espacio-temporales de esta etapa histórica. Las Cruzadas y las peregrinaciones a Roma, al igual que los itinerarios jacobeos, son sinónimos de la evolución y desarrollo de un continente que se afianzó políticamente y perfiló sus características sociales, económicas y culturales tras la hecatombe asociada al fin del Imperio romano de Occidente en el siglo V.

El estudio y rescate de esta parte de la historia medieval, que sigue siendo hoy especialmente atractiva para turistas, estudiantes y el público en general no sólo europeo, implica dirigir nuestra mirada a este fenómeno religioso, pero también conocer esa compleja y amplia realidad legendaria y material que motivó, tejió y acompañó a ese mundo tan particular del camino romero a la tumba del apóstol.

Con la sesión en Tudela sobre “El Camino de Santiago: el peregrinaje y la formación de Europa en la Edad Media”, dentro del ciclo de Jakin Mina, se pretendió reflexionar sobre tres asuntos con el ánimo de ahondar en primer término sobre la figura e imagen religiosa y política de Santiago como símbolo de la espiritualidad europeas, pero teniendo en cuenta su carga e instrumentalización política más allá de lo cultual. En segundo lugar, se habló sobre el significado del viaje y la peregrinación medievales para pasar en última instancia a valorar las aportaciones socioeconómicas y culturales que trajeron consigo este fenómeno, a partir de ejemplos de nuestro paisaje y herencia culturales actuales.

Bizirik edota naturalki?

Bizitzaren iraupena asko aldatu da gizakion historian. Duela 30000 urte bizi ziren Neardentalen bizi-itxaropena, adibidez, 30 urtekoa zen; eta egungo gizakiona , berriz, 71,5 urtekoa. Halere, 30etik 71,5era doan igoera ez da izan lineala: hots, 1950eko bataz besteko balioa 48 zen. Beraz, azken 70 urtetako igoera (23,5 urte) aurreko 30000 urtetakoa (18 urte) baino handiagoa izan da. Gainera, alde nabariak daude lurralde batetik bestera. Munduan dauden 183 lurraldeak kontuan hartuta, Japonen dago bizi-itxaropenaren balio altuena (85,6 urte), eta Espainia doa bigarrena (83,3 urte). Bestalde, euskal andrazkoak dira munduan gehien bizi diren bigarrenak (86,7 urte), lehenak Japonekoak direlarik (87,1).

Azken urteetan gertatu den bizi-itxaropenaren luzapena ulertzeko hainbat aldagai daude, baina guztiak daude harremanean aurrerakuntza zientifikoekin. Zer esanik ere ez, nahiz eta aurrerakuntzak nabariak izan, gaixotasunak ez dira erabat desagertu, eta gaixotzeko arriskurik eza ezin da bermatu. Gizakiok ez gara hilezkorrak, guztiak hilko gara, eta horretan ez dago salbuespenik.

Egungo gaixotasun hilkor nabariena minbizia da, eta batzuk uste dute hori sortzen dela jaten, edaten eta arnasten ditugun produktuak ez direlako naturalak, antzina ziren legez. Izan ere, batzuek uste dute gaixotasun guztiak desagertuko litzatekeela, dena naturala izango balitz. Aurreko datuak kontuan hartuta, baina, kontraesan hutsa da hori; alegia, dena naturala zenean, bizi-itxaropena oso laburra zen. Antzina, ur eta janarien kalitatea txarra zen, eta gaixotasun infekzioso ugari zetorren tratatu gabeko ura edateagatik eta elikagaiak jateagatik. Gainera, beste gaixotasun askori aurre egiteko ez zegoen tratamendurik, eta jendea hil egin zen elgorri, pneumonia, edo zauri infektatu sinple baten ondorioz. Erdi Aroko izurri-epidemien ondorioz, esaterako, milioika lagun hil ziren Europan.Beraz, produktu naturalen mitifikazioa erabat arriskutsua da.

Gizakion bizitzaren kalitatea izugarri hobetu da Zientziari esker. Izan ere, aurrerakuntza zientifikoei esker, medikamentu eta txerto eraginkorrak dauzkagu, gure etxebizitzak erosoak dira, eta gainera bero eta lehor daude. Are gehiago, aurrerakuntza zientifikoei esker, ingurumenean eragindako kaltea zuzentzen ari gara, energia-iturri jasangarriak garatuko ditugularik. Halere, “natural” kontzeptuari atxiki zaio izaera positiboa azken bolada honetan; eta, konparazioz, naturala ez denari, izaera negatiboa. Beraz, artifiziala=txarra berdintza sortu da horren ondorioz.

Natura mitifikatu nahian, Kimikaren aurka zentratu da diskurtso hori, Kimika=txarra berdintza sortu dutelarik. Kimikak materiaren aldaketak aztertzen ditu, eta horrek esan nahi du unibertsoan dagoen materia guztia aztertzen duela, biziduna eta ez-biziduna. Gainera, Kimikak aztertzen ditu berez gertatzen diren aldaketak (naturalak) eta baita gizakiok eragindakoak ere (artifizialak). Beraz, Kimika ez dago gauza naturalen mundutik at, eta horrela desegiten da Kimika=txarra berdintza zitala. Halere, horixe ere argudio sinpleegia da, benetan desegin beharrekoak naturala=ona eta artifiziala=txarra berdintzak baitira.

Aipatu bezala, naturala ez da beti ona. Ordea, naturala txarra izan daiteke gure osasunerako, eta kasu horietan dauka zentzua “bizirik edota naturalki” hautaketa.

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