La segunda conferencia del ciclo Erlijioen hotsak - Las Religiones Suenan tuvo como conferenciante a Antonio Ezquerro, musicólogo, investigador del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) en el Departamento de Ciencias Históricas - Musicología de la Institución Milà i Fontanals de Barcelona. Es además presidente de RISM-España (Répertoire International des Sources Musicales) y cuenta en su haber con el Premio de investigación Euskal Herriko Unibertsitatea-Orfeón Donostiarra (2013).
Antonio Ezquerro impartió la conferencia «Prima le parole e poi la musica» El acompañamiento sonoro como solemnización de la liturgia cristiana el martes 6 de octubre a las 18:30h en Musikene, colaboradora del ciclo organizado por Jakiunde y patrocinado por Laboral Kutxa.
El académico de Jakiunde José Félix Martí Massó presentó la charla abierta a todos los públicos, en la que Antonio Ezquerro hizo un breve resumen de la larga evolución del uso músical en Europa, ligado en sus comienzos a la religión.
Desde la aparición del cristianismo hace ya más de dos mil años, muchos han sido los cambios que ha sufrido el acompañamiento musical que se ha ido aplicando a un rito, estable por un lado, pero, a la vez, cambiante ―por cuanto sujeto a una lenta evolución― a través de los siglos. Desde el arrianismo que eclosionó en la península ibérica a la caída del Imperio romano, al posterior auge del protestantismo una vez ya finalizado el período medieval y ya en pleno re-nacimiento en buena parte de Europa, y junto a su inmediata respuesta contrarreformista a partir de Trento, muchos han sido los cambios experimentados por la música en los templos cristianos. Desde los monasterios a las catedrales, y de ahí, a las múltiples ramificaciones devocionales que proliferaron en el espacio (ermitas, santuarios, oratorios…), hasta alcanzar la actualidad. Y desde el canto llano y las antiguas liturgias “nacionales” (canto ambrosiano, galicano, beneventano, visigótico o mozárabe, rito sarum, copto, etc.), hasta el nacimiento y desarrollo de la polifonía hacia el siglo IX, como elemento distintivo europeo y generador luego de un modelo “alla Palestrina” que campearía prácticamente hasta el Concilio Vaticano II. Pero, no menos importante, la aclimatación de la música a los cambios contextuales de una única creencia, aunque provista de múltiples lecturas, se produjo en todo momento, de nuevo, hasta alcanzar la actualidad: monoteísta frente a politeísta en la Antigüedad (judíos y primeros cristianos frente a gentiles ―¿una única esencia frente a diversas naturalezas?―; más tarde, de las religiones “del Libro” ―incluidos ya los musulmanes― frente a paganos; y aún más adelante, a partir del Quinientos, entre los propios cristianos: católico-romanos, ortodoxos, luteranos, calvinistas, puritanos, hugonotes, anglicanos, evangélicos…).
Así, se evolucionó desde un canto monódico, desnudo, a la complejidad y entramado contrapuntístico del artificio polifónico, pasando luego por la música instrumental y su desarrollo e introducción en los templos ―del órgano a las coplas de ministriles, y de ahí a auténticas orquestas, sobre todo a partir de la encíclica Annus qui de Benedicto XIV―, y por la simbiosis con lo teatral ―la ópera―, que introdujo los coros y la gran orquesta en las iglesias cristianas. Con un momento-bisagra hacia mediados del siglo XIX, ciertamente traumático, cuando, por ejemplo en España, con la firma del Concordato entre el gobierno y la Santa Sede de 1851, se forzó a que los músicos en plantilla pagados por instituciones eclesiásticas, debieran ser clérigos. De ahí, surgirían algunos destacados movimientos cristianos de reforma y de regreso a los orígenes, también en lo musical, promovidos por el cecilianismo ―sólo primeramente, bávaro― y por los monjes franceses del monasterio de San Pedro de Solesmes, que, al calor de un nuevo historicismo surgido de la homogeneización europea post-bonapartista, dieron lugar a su monumental Paléographie Musicale y a su relación directa con Roma, de donde saldrían la Editio Vaticana, y el Motu proprio del papa san Pío X ―con su gran adalid, Lorenzo Perosi―, para no volver nunca más a brillar como antes, en un declive imparable en términos de “influencia”, que se liquidaría con el ilusionante en su momento, aunque inevitable en cualquier caso, y definitivo, Concilio Vaticano II.
Un pensamiento en definitiva, el cristiano, que ha condicionado como ningún otro el porqué de la realidad europea y occidental tal y como es, el cual dejó su huella también en la tratadística musical, como testimonio vital de largas generaciones, desde Boecio a Guido de Arezzo, de Vitry a Ramos de Pareja o Zarlino, de Marin Mersenne o Athanasius Kircher, a Rameau o el padre Soler, y desde los ejemplos de Guillaume de Machaut a Tomás Luis de Victoria, de Claudio Monteverdi a Antonio Vivaldi o Joseph Haydn, y de Franz Liszt a Olivier Messiaen o Krzysztof Penderecki.
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